viernes, 10 de febrero de 2017

La balsa irlandesa

La balsa irlandesa
JORGE DÁVILA MIGUEL

Una balsa cubana apareció en Irlanda. Allí se le ve ahora en una playa
de ancha arena en el condado de Sligo, donde el agua será tan fría como
se dice de la muerte.

No parece una balsa; es, tal cual se ve en la foto, como un submarino
diseñado para flotar. Pero no, si uno mira bien. Es un racional diseño
semi tubular preparado con el aliento urgente de la perfección y el
sueño de llegar vivo a alguna parte. ¿Vivos? ¿Cuántos habrán viajado en
ella? Qué tiempo dedicaron y cuanto ingenio laborioso hubo en el
astillero improvisado para irse, cuántos serían, en su viaje al otro
mundo. A pesar de la destrucción del clima y del Atlántico (la nave pudo
estar años en su travesía) aún se admira la habilidad del constructor.
Cuatro tanques de fibra de vidrio a cada lado, fijados a la estructura
principal mediante once aros que brindan estabilidad a la vez que
flotación; trece cuadernas conforman un sólido soporte para el casco que
al parecer ––sorpresa–– estuvo conformado de una tela. Doble, embreada,
sellada, impermeabilizada, sabe Dios, sería de plástico, tal vez de algo
inaudito encontrado por el ingenio del pobre constructor y que tal vez
nunca en realidad dejó pasar el agua; aunque solo para que la tragedia
derrotara a la valiente nave de alguna otra aterradora forma.

Cuántos fueron los viajeros. La imaginación post mortem puede calcular
que cuatro. Hombres, alguna mujer, ¿iría algún niño? En la parte
inferior de la estructura de metal se nota la quilla destinada junto al
timón rudimentario para orientar la embarcación; una hélice parece salir
de la popa; la mitad posterior del casco se ve ahora repleto de conchas
––todas insultantemente blancas–– indicando que durante la mayor parte
de su ruta, tras perder los seis flotadores traseros, la nave derivó con
la sola protuberancia de su proa sobre la superficie interminable del
océano; dejando mucho tiempo para que se depositaran allí los caracoles.

Pero cuando sucedió esa larga marcha a la deriva de la proa, ya no
estarían allí los pasajeros. Tal vez se agarraron por un momento a ella,
cuando los tres cuartos traseros de la balsa tubular se sumergieron.
Lucharían por algún tiempo, gritarían por socorro, se dieron ánimos unos
a otros, confiaron en Dios. Hasta que el último se rindió y descendió
pacíficamente hacia nunca. O tal vez, cuando la balsa al fin cedió, los
cuerpos hacía tiempo ya inertes de todos se deslizarían suavemente sin
más lucha ni protesta hacia el abismo.

La corriente del Golfo arrastró la balsa desde el Estrecho de la Florida
hasta la corriente del Atlántico Norte, que la acercó en su rumbo al
Ártico, hasta unos centenares de millas de la playa irlandesa de
Cliffoney. El azar terminó depositándola en la arena.

Es poco probable que los ocupantes de la balsa irlandesa fueran
rescatados. Cuando la Guardia Costera lo hace, invariablemente hunde la
embarcación por singular que sea, impidiendo cualquier posterior
navegación. Así, el viaje hacia la Florida de los cubanos se habrá
convertido en una marcha cada vez más intrincada hacia el centro del
océano, desde donde nunca podrían regresar.

Aunque cuanto daría uno porque todos estos cálculos y razonamientos
fueran falsos. Cuanto gusto en que mañana, desde cualquier parte del
globo ––porque los cubanos respiran en casi cualquiera de sus trozos––
alguien reconozca la balsa en que navegó y nos explique que,
efectivamente, el guardacostas después de rescatarlos hundió la
embarcación, pero al parecer no le salió bien. El tiempo estaba muy
malo, y las olas altas, y nadie podría haberse dado cuenta que la terca
proa del bote resistía. Y tanto, que llegó hasta la playa de Cliffoney,
condado de Sligo, Irlanda del Norte y ha sido noticia internacional.

Comentarista político y columnista de CNN en Español.

Source: La balsa irlandesa | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/opinion-sobre-cuba/article131749869.html

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