¿Qué pasa en Cuba después del fin de la política 'pies secos, pies mojados'?
Por ELAINE DÍAZ RODRÍGUEZ 16 de enero de 2017
LA HABANA — Si las victorias de política exterior de los gobiernos
coincidieran con las de sus pueblos, habría tres victorias políticas que
deberían aplaudirse en Cuba: la derogación de la Ley de Ajuste Cubano
(CAA), la devolución de la Base Naval de Guantánamo y el fin del bloqueo
económico.
Sin embargo, el día que se anunció la terminación de la política "pies
secos, pies mojados", no hubo celebración en La Habana. Esta política,
considerada un apéndice de la Ley de Ajuste Cubano de 1966, fue
establecida por Bill Clinton en 1995 durante la crisis de los balseros
para garantizar a los migrantes cubanos que llegaran a las costas de
Estados Unidos un estatus legal y un camino casi garantizado a la
residencia permanente. El escueto comunicado oficial del gobierno
revolucionario publicado en los medios estatales anunciando la medida,
recalcó su efecto inmediato y culpó a la ley por la muerte de los
cientos de miles de cubanos que han perecido en el mar o en la ruta de
Centroamérica.
Rara vez las notas oficiales tienen el tino de reflejar el estado de
ánimo de las calles. Y esta vez no fue diferente. Fuera de las páginas
de los diarios, La Habana vivía en incertidumbre. ¿Qué iba a pasar con
aquellos que pagaron visas para México u otro país de América Latina con
el objetivo de cruzar la frontera en las próximas semanas; con quienes
daban los toques finales a las balsas hechas de poliespuma, tablas
y motores fuera de borda para atravesar el mar, y con los que vendieron
sus casas y carros buscando llegar hasta Estados Unidos? La excepción
migratoria cubana, de tan cotidiana, se había convertido en un estado
natural de las cosas.
El 12 de enero de 2017, ocho días antes de la toma de posesión de Donald
Trump, Barack Obama volvía a estremecer nuestras certezas, como lo
hizo por primera vez el 17 de diciembre de 2014. Desde el punto de vista
político, en un escenario de normalización de las relaciones entre ambos
países, el cese de esta política es coherente con el ánimo de las
negociaciones. Hay acuerdos sobre energía, medioambiente, salud. Hay
desacuerdo en materia de derechos humanos. En todo caso, la
excepcionalidad migratoria cubana dejó de justificarse luego de la
apertura de las embajadas en Washington y La Habana. El llamado régimen
de Castro sigue siendo, a ojos estadounidenses, represivo y totalitario,
pero no tanto como para no poder resolver las diferencias a través del
diálogo.
No obstante, es difícil obviar el saldo humano del cese de esta
política. Desde 2012, más de 118.000 cubanos han seguido la ruta del mar
o de la tierra —o alguna combinación de ambas— para alcanzar territorio
estadounidense, según el Departamento de Seguridad Nacional. Los cubanos
que a partir de ahora intenten llegar al país del norte no serán
legalmente admitidos ni recibirán pensiones alimenticias, posibilidades
de estudio, seguro médico ni permiso de trabajo.
Ha cambiado todo afuera sin que nada cambie adentro. Las causas de la
migración siguen inamovibles, aunque los diarios cubanos insistan en
obviarlas. Quienes llegaban hasta las fronteras de Estados Unidos el 13
de enero escapaban de un régimen de persecución política. Los que
tocaron tierra a partir del día 14 huyen de la falta de oportunidades
económicas. Y, por tal motivo, no serán aceptados.
No es más política la migración cubana que la salvadoreña. Tampoco es
más económica la migración cubana que la salvadoreña. Pero durante
muchos años hablar de migración política sirvió al gobierno
estadounidense para abrir las puertas a cubanos y cerrarlas al resto. La
Ley de Ajuste, la de "pies secos, pies mojados" y la que ofrecía parole
a los médicos que cumplieran misiones internacionalistas en terceros
países parecían diseñadas no tanto para proteger al pueblo como para
encolerizar a un gobierno. Las imágenes de los balseros dando la vuelta
al mundo debían avergonzar al gobierno de La Habana. El éxito del
capitalismo se medía a partir de la escandalosa cifra de emigrantes que
producía la isla socialista. Pero el astuto gobierno cubano aprovechó a
sus migrantes para mejorar la economía sin ceder ni un centímetro en su
forma de ejercer el poder. Los redujo a enviadores de remesas, turistas
que ocupaban hoteles todo incluido, visitantes recurrentes con estampas
en pasaportes que permiten entrar sistemáticamente a la tierra de
nacimiento, nunca ciudadanos con derecho a voto o a invertir legalmente
en su propio país. De uno y otro lado el emigrante que tenía los pies
secos quedó como moneda de cambio, como daño colateral de la política
exterior.
La migración sirvió también al gobierno cubano para aplacar posibles
estallidos sociales. La apertura del puerto de Camarioca aportó 260.000
migrantes; Mariel, 120.000, y quienes atraviesan Centroamérica ya
superan los 100.000 desde 2012. Todo esto sin contar los cientos de
miles de balseros. Nadie abandona un país donde todo marcha bien. Todos
estos episodios limpiaron a la isla de inconformes. Pero hoy los
inconformes son más útiles a la política estadounidense en tierra que en
el mar, porque la subversión del sistema cubano continúa siendo un
objetivo. Ahora el gobierno estadounidense parece preguntarse qué serían
capaces de hacer los pueblos cuando ven limitadas sus libertades
civiles, sus oportunidades laborales y económicas pero no tienen una
salida migratoria para sus problemas.
Sin embargo, el fin de la política "pies secos, pies mojados" no es la
única variable para una transformación en Cuba. Los posibles migrantes
no se convertirán de la noche a la mañana en activistas.
Cambiar una nación no solo depende de la permanencia física en el
territorio, sino de que estén creadas las condiciones para la
participación activa en la vida política del país, de que los órganos de
la seguridad del Estado no repriman sistemáticamente a quienes
disienten, de que el gobierno de Washington no subvencione a una buena
parte de quienes disienten colocándolos en una inevitable situación de
vulnerabilidad política, de que haya una alternativa política plausible,
que no negocie principios básicos del pueblo cubano como la soberanía,
la independencia, la autodeterminación y no sacrifique conquistas de la
Revolución como la salud y la educación públicas.
Esas condiciones, en la Cuba de 2017, todavía no existen. Habrá entonces
cubanos que prefieran compartir destino con los once millones de
indocumentados —posibles deportables bajo cualquier gobierno, no importa
si es republicano o demócrata— que hay hoy en Estados Unidos, y habrá
quienes se involucren más en la vida política de su país, quienes le
pidan cuentas a la isla que se quedó atrofiada en las ganas e inicien el
camino del cambio.
Source: ¿Qué pasa en Cuba después del fin de la política 'pies secos,
pies mojados'? – Español -
http://www.nytimes.com/es/2017/01/16/que-pasa-en-cuba-despues-del-fin-de-la-politica-pies-secos-pies-mojados/
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