Los odiadores profesionales
ALEJANDRO GONZÁLEZ ACOSTA | Ciudad de México | 7 de Enero de 2017 -
08:44 CET.
La mayoría de los que escribimos lo hacemos por una mezcla de vanidad y
narcicismo y debemos asumir que buscamos simpatía y admiración. García
Márquez decía que "escribo para que me quieran más", y Eliseo Alberto
"Lichi" aseguraba que "escribo para los amigos, que son mi familia
ampliada". Eso es lo normal.
Pero hay casos que parece escriben para que los odien. Esas personas
quizá confiesan así una impotencia: "Si no me quieren, que me odien y
mejor aún, que me teman". Esta es la posición de un neurótico enfermizo,
de un masoquista olímpico, de un sádico de campeonato.
Algunos de esos "odiadores" profesionales escriben con corrección y
suelen decir verdades molestas, lo cual no es negativo ni criticable.
Pero se les percibe, se les transparenta, se les adivina una actitud que
no pretenden siquiera disimular, de hacerlo con el placer por la herida,
el deleite en escarbar la llaga, una satisfacción suprema por molestar,
hurgar hasta el hueso. "Si hoy no jodo a alguien no duermo tranquilo",
parecen decir.
Y eso lo ejecutan partiendo de una supuesta superioridad moral e
intelectual que los hace difícilmente sufribles. En este mundo
contradictorio y sorprendente, lo menos que podemos esperar de uno mismo
y de los demás es cierto tipo de congruencia: no es admisible ni
esperable que un Rockefeller viva y actúe como un proletario con sólidas
convicciones marxistas-leninistas. Y tampoco, en contrapartida, que un
obrero manual pretenda asumirse mentalmente como un potentado de Wall
Street. Aunque "hay de todo en la viña del Señor", en estos tiempos, más
que al Génesis de la Biblia, entes así nos recuerdan a Steinbeck y Las
viñas de la ira.
Son estos tiempos de odios profusos y omnipresentes, que llegan desde
las letras de las canciones, los comerciales y las redes sociales, que
hacen honor a su nombre, pues son mallas para atrapar lo mismo sardinas
que tiburones, disfrutando el dudoso privilegio del anonimato cobarde, y
la carencia —todavía— de una legislación que precise y castigue los
excesos de eso que mal llamamos hoy "lo políticamente incorrecto",
identificando su actuar con "la libertad de expresión" (que debería
traducirse como "la libertad de difamación"). "Esto es lo que trajo el
barco", como dice una clásica, pero el problema es que ese navío debe
ser post-Panamá porque resulta enorme.
Esos "odiadores profesionales" viven una existencia mezquina, aunque no
lo perciban y se asuman a ellos mismos como "normales": imagino que
gastan su pobre existir en andar pescando por aquí y por allá algún leve
desliz, un gazapo nimio, una ligera mácula, para magnificarlo y
exhibirlo —exhibiéndose ellos mismos de paso— careciendo de algo que no
aparece en ningún código penal ni constitución del mundo, y que debería
ser virtud capital de cualquier ciudadano y especialmente de un
gobernante: compasión, caridad y piedad.
Y no hablo de la "caridad cristiana": la caridad puede ser brahmánica,
budista, confucianista, musulmana, agnóstica o incluso atea. Es una
cualidad moral en potencia universal. Es ayudar al caído y, si
entablamos una disputa, se trata no de golpearlo en tierra, sino
respetarlo y ayudarlo a levantarse. Es la nobleza, virtud cada día más
rara en este mundo. Es precisamente La grandeza: la grandesse, como
dicen los franceses, que sí supieron algo de esto, pero hace ya muchos años.
En este mundo donde estamos hace milenios, no se busca competir sino
ganar, no intercambiar opiniones sino prevalecer, no persuadir sino
destruir, no solo apabullar, sino callar a gritos al contrario,
descalificarlo con golpes bajos que si bien se miran descalifican más al
que los dice que a quien se le dedican.
Más allá de todas las ideologías ya superadas, persiste como un legado
antiguo algo que es muy superior a las teorías más sofisticadas: la
ética. Ese sentido de lo bueno, lo útil y lo bello que distingue al ser
humano de los otros animales y lo sitúa como un bruto superior. En estos
tiempos cuando todas las ideologías han demostrado hasta la saciedad su
ineficacia, regresamos al origen y asumimos que después de la dilatada
fila de filósofos que en el mundo han sido, vuelve a resurgir
juvenilmente ese viejo contemporáneo de todos que es el buen Aristóteles.
Source: Los odiadores profesionales | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cultura/1483327423_27809.html
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