sábado, 3 de diciembre de 2016

Fidel

Fidel
Uno agarra la balanza y se pone a pensar que hubiera sido de Cuba sin él
y sin la revolución, y va depositando tiernamente las memorias de lo que
fue una juventud feliz
Diego Cobián, Vancouver | 03/12/2016 2:36 pm

Recuerdo que la primera vez que tuve conciencia de Fidel, hasta donde
alcanzo a preguntarle a mi memoria. Habrá sido durante el Festival
Mundial de la Juventud y los Estudiantes en 1978. Yo tendría unos 10
años y fue a raíz de aquel evento internacional en la Habana, que
cantando con los chiquillos de la escuela "No hay pan, no hay pan, el
pan lo recogieron pal XI Festival…", la maestra nos llamó la atención,
preocupada por la acertada pero problemática letra de la cancioncita.
Si mal no recuerdo, fue esa la primera vez que alguien mencionó su
nombre y en mi mente asocié aquella deidad histórica de la que tantas
veces antes había escuchado mencionar en mi casa, con su rostro de barba
y su uniforme verde oliva.
Desde que yo era muy pequeño y debido al amor y el respeto con que en mi
familia hablaban de él, Fidel vivía en mi imaginación como un pariente
lejano pero importante, al que ni invitábamos a la casa a visitarnos ni
tampoco lo íbamos a visitar, pero al que, al parecer, era alguien a
quien le debíamos muchos favores.
Así lo fui conociendo, en las tantas marchas en la Plaza los primeros de
mayo y en cualquier otro discurso que ameritara la concentración de
masas. Me acuerdo de que me subía sobre los hombros de mi padre para ver
si alcanzaba a distinguir a aquella figurita iluminada y verde que se
movía indignada detrás de la tribuna, arremetiendo contra unos vecinos
infernales que eran la razón misma de todas nuestras penurias.
Me recuerdo, sería yo un chiquillo, el día en que Jimmy Carter se las
arregló para mandar de visita a La Habana a la otra mitad de muchas
familias que vivían divididas a ambos lados del famoso Cayo Hueso, y yo
salí corriendo para contarle a mi madre que venían infiltrados entre los
visitantes los agentes de la CIA para intentar destruir a la revolución
cubana. Ni tengo idea de a quién le había escuchado la historia. Creo
que fue a la mujer del Comité de la cuadra, pero así era el nerviosismo
con que se vivía en Cuba por aquella época, esperando como si fuéramos
una especie de Israel del Caribe, a ser invadidos y exterminados por los
yanquis del imperio, hasta que quedáramos desechos en menudos pedazos.
Éramos los judíos del comunismo rodeados de enemigos, defendiendo la
tierra prometida por Karl Marx.
De sus impulsos y las soluciones ideológicamente perfectas de Fidel se
fue construyendo nuestro país. Dicen que lo peor que le puede pasar a un
economista es ser bueno con las matemáticas, y por extensión yo le
añadiría que lo peor que le puede pasar a un político es ignorarlas y
pretender que una nación se puede administrar tan solo a base de
consignas patrióticas y discursos enardecidos. Si alguna vez logramos
algún desarrollo en cualquier cosa fue temporal y solo porque el
experimento ruso le floreció entre sus manos, a cambio de una agenda
militar que nos sumergió en innecesarias y sangrientas contiendas
internacionalistas, que ahora todos prefieren relegar, incluso los que
por aquel tiempo fueron liberados. Recuerdo, por ejemplo, la anécdota
que alguien alguna vez me contó mientas trabajaba en el MINCEX que, en
los buenos tiempos, para pedir un tractor ruso solo había que levantar
el teléfono rojo y esperar a que entrara el próximo barco soviético al
puerto.
Todo eso funcionó y muy bien, al estilo spasiva hasta el día en que los
soviéticos abrieron los ojos y se dieron cuenta que ya bastante
problemas tenían ellos con su propia debacle económica para también
venir a ocuparse de la nuestra.
Fidel, sin embargo, al poco tiempo ya tenía preparada la próxima ficha
del juego, cuando, para sorpresa del propio Hugo Chávez le mostró el
plan que le tenía diseñado para investirlo presidente. El hombre era
realmente un estratega brillante y un visionario.
De ser ateos y materialistas comprometidos terminamos invitando al Papa
—el mismo disidente polaco que supuestamente había ayudado al oeste años
atrás, a socavar los cimientos de la muralla de Berlín y derrumbar con
ella todas las mentiras del campo socialista—, a que nos daría una misa
al sol ardiente de la mismísima Plaza de la Revolución.
Yo soy testigo de que la secretaria del sindicato de mi trabajo nos
enseñó a persignar el día antes de asistir a la misa, que tampoco fue
opcional. Cuando no hubo ni sopa para comer ni luz para alumbrarse, le
dimos la bienvenida a la moneda del enemigo y por extensión a sus
patriotas con ella. Porque él, fuera de cualquier sorpresa, ya tenía
concebidas las condiciones para que la escoria y los traidores apátridas
mandaran su dinero capitalista para abastecer de divisas la economía
socialista del país. Realmente genial la destreza del hombre para darle
el triple salto mortal a la tortilla caliente en el aire sin que jamás
se le cayera al suelo.
A veces, sin embargo, me descubro pensando si realmente debería criticar
a quien al final del camino no fue más que el producto de vivir tan
cerca de un vecino poderoso y de tanta avaricia.
Uno agarra la balanza de la justicia y se pone a pensar que hubiera sido
de Cuba sin él y sin la revolución, y a la misma vez al otro lado de la
escala, el otro yo va depositando tiernamente las memorias de lo que fue
una juventud feliz, con muchas garantías que otros con más democracia
que nosotros no podían ni tan siquiera darse el lujo de ponerse a
considerar.
Me he sorprendido pensando que Fidel fue quizás el patriarca que se
ocupó de poner orden en su casa, aun cuando para su desconcierto y
sorpresa la mayoría de los hijos le salieron problemáticos y contestatarios.
A veces tampoco le perdono haber sacrificado a su propio pueblo para,
parado luego sobre él, lucir su carisma irresistible y su intelecto
envidiable. Le reprocho que no hubiera sido suficientemente honesto,
transparente o limpio y a veces no me queda más remedio que perdonarle
todos sus defectos y reconocer su valentía y su disposición a jugarse su
propia vida a cambio de sus ideales y sus principios. Algunos humanos
nacen con esa piel de camaleón alrededor del cerebro y se le hace luego
a uno bien difícil de ponerle un color definitivo a sus ideas.
Preparándose para el final inevitable, debe de haberle dolido mucho que
en sus planes inmediatos se le haya colado inesperadamente un millonario
escandaloso, con espacio en su agenda internacional solo para el negocio
y el nacionalismo.
El nuevo presidente electo en Estados Unidos debe de haber sido un duro
golpe para él y para sus intenciones estratégicas, porque nada más lejos
de lo que Cuba necesita hoy en su situación delicada, es que alguien
venga a ponerle el dedo sobre la llaga de sus deficiencias democráticas
y su desastrosa economía, luego de que parecía que la mandataria
demócrata, con su nueva embajada y su bandera yanqui en el litoral, no
tendría ninguna objeción a tolerarlas y a atenuarlas a asuntos de
segunda importancia, a cambio de un intercambio comercial tímido pero
respetuoso, que le permitiera a él llegar hasta el último aliento en paz.
Con la muerte de Fidel comienza para Cuba un capitulo difícil de
transición a un sistema social del que nunca debió haber sido
completamente ajeno. El precio a tanto tiempo sumergida en su utopía
socialista está aún por ser saldado, y si su líder histórico tuvo alguna
vez la intención de prepararla para que disfrutara de un futuro mejor,
luego de su desaparición física. No hay ninguna prueba de ello, en mi
opinión. Toda su parafernalia política muere o se extingue en la nueva
realidad de mercado, como una flor sin su dueño, y el dinero vuelve a
imponer sus reglas y a regular la sociedad como si estuviéramos
arribando a la mañana del último día de 1958.
Ojalá y de todo lo que hemos vivido al menos quede lo bueno, la manera,
por ejemplo, en que aprendimos a pensar como un país independiente, pero
no me siento muy optimista.
Nos podríamos considerar afortunados si a cambio ganamos al final una
democracia limpia y honesta, dispuesta a respetar y a servir al pueblo
que la elija. Una prensa libre que se anime a criticar y a cuestionarse
el discurso oficial sin temor a represalias, una economía que no sea
secreta y que le dé oportunidad a cada cual a ganarse un salario digno
sin necesidad de inventar. Pero los cambios son siempre problemáticos y
las condiciones en que queda el país luego de 60 años de revolución no
son las más óptimas y al él lo juzgo responsable.
Lo voy a extrañar, por su valentía y una lucidez de genio. Porque me
convenció de que la Isla era un punto minúsculo debajo del dedo de sus
ambiciones. Hoy ha muerto Fidel Castro, el ídolo que mis padres
pretendieron que yo imitara alguna vez, vaya desilusión. Hoy todo
comienza de nuevo porque, querámoslo o no, él fue de alguna manera todo
lo que fuimos. Hoy Fidel ha muerto y como dice mi amiga Helen, yo no voy
a hacer fiesta, pero tampoco estoy triste.

Source: Fidel - Artículos - Opinión - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/fidel-327928

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