Fidel Castro murió, pero su estilo de gobernar vive
El próximo año enfrentará a Cuba, como nunca antes, a la dicotomía entre
economía y política
Redacción CE, Madrid | 21/12/2016 8:41 am
Un resultado importante, durante los años en que Fidel Castro estuvo
ausente —públicamente y en las decisiones cotidianas— del poder en Cuba,
es que el castrismo, no en cuanto a manifestación ideológica sino en lo
que respecta a mecanismo para perpetuarse en el poder, no terminó ni
incluso da muestras de debilitarse incluso ahora que ha muerto.
No deja de resultar asombroso que una figura que durante décadas ejerció
el poder de forma tan personal pudiera pasar a un aparente segundo plano
y no ocurrir nada en la nación en que impuso sus criterios hasta en los
aspectos más triviales.
Entonces fue lógico formular al menos dos preguntas indispensables: ¿era
realmente tan personal su mandato? y ¿hasta qué punto dejó de ejercer un
papel guía en esos años transcurridos en que se supo tan poco de su
padecimiento, de sus posibles recaídas —que sin duda ocurrieron—, y en
que sus subalternos prosiguieron con una fidelidad absoluta un guion que
parecía trazado desde mucho tiempo antes, aunque mantenido en el más
absoluto secreto, pese a declaraciones y advertencias conocidas?
Respecto a la primera, tanto ahora como ayer caben pocas dudas. Fidel
Castro determinó por años desde los sabores de helados hasta las
diversas estrategias en la arena internacional. Fue todopoderoso y
omnipresente.
Cabe entonces buscar en la segunda interrogante las claves de esa
limitada transición sin sobresaltos y sumamente controlada.
Lo que presenciamos con la transición de mando fue el fin de un estilo
de gobierno, sin que ello implicara el final de ese Gobierno. Es decir,
el abandono o transformación de una forma de gobernar unipersonal al
extremo en los detalles del hacer cotidiano, pero al mismo tiempo la
preservación, aunque con los requeridos ajustes, del mecanismo necesario
para mantener el poder.
Desde la perspectiva del exilio, a partir del 31 de julio de 2006 —con
la entrega temporal del mando de Fidel Castro— el proceso ha tendido a
verse con una óptica pendular, cuando la realidad y la historia cubana
tienden al círculo o a la espiral. Se acumularon discusiones sobre dos
conceptos supuestamente antagónicos: sucesión y transición. La sucesión
es el legado hereditario, el paso de un monarca a otro, el feudalismo
cubano en su mejor representación. La transición tiende a definirse como
todo lo contrario: el paso o el salto de un sistema a otro. En este
sentido, quizá mejor que hablar de transición, sería apropiado utilizar
el concepto de transformación. Cuba entre la estática (sucesión) y la
dinámica (transición).
Solo que la realidad es mucho más compleja. Asistimos a una sucesión que
fue, hasta cierto punto, también una transición. Si la sucesión se
produjo oficialmente con la presidencia de Raúl Castro, por algún tiempo
se mantuvo la interrogante del alcance de los cambios, y si realmente
estos iban a llegar a la categoría de cambios estructurales. La ilusión
fue disminuyendo hasta desaparecer, y por ello ahora solo en Miami se ha
notado un cierto renacer —de evidente corta duración— de que el final de
la presencia física de Fidel Castro indique el inicio de esa ecuación ya
resulta —en términos favorables para la Plaza de la Revolución— entre
sucesión y transformación o transición hacia otra forma de ejercer el poder.
Lo que en estos diez años de administración de Raúl Castro ha sido el
mayor cambio ideológico producido, es la desaparición del ideal de
igualdad, nunca alcanzado, pero siempre esgrimido como razón de ser de
la revolución durante todo el tiempo que Fidel Castro asumió el control
del país.
Ahora ya se sabe que quienes gobiernan en la Isla no pretenden que todos
los ciudadanos disfruten de los mismos beneficios, ventajas e incluso
privilegios. Ello implica el reconocimiento de una división social y
económica entre los cubanos, que el gobierno ya no tiene miedo en admitir.
El dilatado proceso de cambios, en lo que respecta a la esfera
económica, ha sido dictado por razones políticas: hacer lo necesario
para evitar cualquier peligro de inestabilidad que pueda llevar a un
estallido social. Y es por ello que la pregunta fundamental, muchas
veces no formulada adecuadamente durante estos años, ha sido la
siguiente: ¿le interesa al actual mandatario cubano una transformación?
Sí, en cuanto a lograr que el socialismo funcione. No, si ello implica
una pérdida del poder o el fin del sistema que se comenzó a implantar el
primero de enero de 1959.
Pero si a Raúl Castro no le interesa una transición política, enfrenta
graves dificultades para lograr una transformación económica.
Durante el Gobierno de Fidel Castro se impuso el criterio de no guiarse
por una mentalidad empresarial, preocupada por el rendimiento y las
ganancias, sino lograr ventajas económicas como resultado de los
objetivos políticos.
Raúl Castro parece ser todo lo contrario: el hombre que quiere que "las
cosas funcionen". Solo que en diez años poco ha logrado avanzar en este
terreno, y la eficiencia continúa siendo una frontera y no una
conquista. Por ello el próximo año —porque lo poco que resta de éste
transcurrirá apresado en remorar el fallecimiento— enfrentará al país
como nunca antes a la dicotomía entre economía y política.
Source: Fidel Castro murió, pero su estilo de gobernar vive - Noticias -
Cuba - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/cuba/noticias/fidel-castro-murio-pero-su-estilo-de-gobernar-vive-328154
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