La eternidad del presente
A la vez que el régimen de La Habana continúa exigiendo una actitud de
aceptación absoluta e incondicionalidad a toda prueba, se aferra a un
concepto arcaico del tiempo
Redacción CE, Madrid | 23/10/2016 5:35 pm
Desde la óptica del exilio, el proceso iniciado el 31 de julio de 2006,
con lo que fue entonces la entrega temporal del mando del gobernante
cubano Fidel Castro, ha tendido a verse con una óptica pendular, cuando
la realidad y la historia cubana tienden al círculo o a la espiral.
Durante meses —y hasta años— artículos de periódicos, programas de radio
y televisión, comentarios en Internet y blogs acumularon discusiones
sobre dos conceptos supuestamente antagónicos: sucesión y transición.
Cuando los posibles cambios anunciados por el ahora gobernante Raúl
Castro comenzaron a posponerse, y terminaron convertidos en parte de una
nueva metafísica insular, la discusión giró hacia el estancamiento y la
posibilidad del caos y la catástrofe. En ese punto estamos todavía,
entre la apatía y la violencia, a partir de la represión, la escasez y
la corrupción, los tres pilares en que se fundamenta el Gobierno cubano.
A la vez que el régimen de La Habana continúa exigiendo una actitud de
aceptación absoluta e incondicionalidad a toda prueba —que no es más que
abrir la puerta a oportunistas de todo tipo—, se aferra a un concepto
medieval del tiempo: confundir el presente con la eternidad.
Dos son las actitudes que parecen determinar la conducta de quienes
están al frente del Gobierno cubano.
Una es un afán desenfrenado en ganar tiempo, para mantenerse en el poder
por lo que les queda de vida. Cae igualmente dentro de esta actitud su
reverso: sobrevivir a la espera de la muerte natural de Fidel Castro,
para a partir de ese momento establecer alianzas de todo tipo, las que
incluso no excluyen a una parte de la comunidad exiliada, y poder
participar lo más posible dentro de un posible nuevo centro del poder.
La otra actitud parece ser el reflejo de un gran temor a mover lo
mínimo, no vaya a ser que se tambalee todo. Una especie de efecto
mariposa insular.
El general Raúl Castro aparenta estar interesado en lograr una mayor
eficiencia en la economía. Pero tanto el limitado sector privado como el
amplio sector de economía estatal están en manos de personas que
conspiran contra esa eficiencia, por razones de supervivencia.
La fragilidad de un socialismo de mercado es que su sector privado, si
bien en parte está regulado por la ley y la demanda, en igual o mayor
medida obedece a un control burocrático. Al mismo tiempo, ese control
burocrático decide, en la mayoría de los casos, a partir de factores
extraeconómicos, políticos e ideológicos principalmente.
Al ritmo que Raúl Castro está conduciendo los cambios, necesitaría vivir
unos doscientos años para llevar a cabo una transformación en Cuba, y en
ese caso limitada solo a una mejora del nivel de vida de los ciudadanos.
Así y todo, esta reforma estaría encerrada dentro de los parámetros
dados por la necesidad inherente al régimen de mantener la escasez y la
corrupción como formas de control.
Mientras el Gobierno cubano se empeñe en definir su estrategia entre la
apatía y la violencia, corre un peligro permanente de caos e ira, que
hasta el momento ha podido controlar, pero no se sabe hasta cuándo.
Si ha resultado una táctica errónea e inhumana el intentar utilizar un
agravamiento general de la situación económica como detonante social —ya
sea mediante el embargo, las restricciones al envío de remesas y los
viajes familiares—, es igualmente irracional, y un ejemplo de afán
desmedido de poder, el no ceder un ápice en las libertades y garantías
ciudadanas.
Detrás de este control extremo, que no permite manifestación alguna de
los derechos humanos, hay un fin mezquino. El mantenimiento de una serie
de privilegios y prebendas. La represión política actúa como un
enmascaramiento de una represión social que ha penetrado toda la
sociedad. En última instancia, el régimen sabe que el peligro mayor no
es la posibilidad de que la población se lance a la calle pidiendo
libertades políticas, sino expresando sus frustraciones sociales y
económicas.
De producirse un estallido social en Cuba, el régimen lo reprimirá con
firmeza. No hacerlo sería la negación de su esencia y su fin a corto
plazo. Imposible no usar la violencia. En cualquier caso lleva las de
perder. La habilidad del Gobierno castrista radica en evitar las
situaciones de este tipo. El "maleconazo" de 1994 logró sortearlo con
una avalancha de balsas hacia la Florida.
La represión en su forma más desnuda —arrestos y muertes— no conlleva
necesariamente el inmediato fin de un régimen totalitario, pero en el
peor de los casos lo tambalea frente a un precipicio. Ningún dictador
tiene a su alcance un manual que lo guíe, sino ejemplos aislados: los
hay tanto de supervivencia, el caso de China, como de desplome, el de
Rumania. El régimen de La Habana cuenta con una sagacidad a toda prueba.
Pero, ¿por qué empeñarse en creer que es invencible?
Este trabajo recoge ideas expresadas con anterioridad en varios textos
de Cuaderno de Cuba.
Source: La eternidad del presente - Noticias - Cuba - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/cuba/noticias/la-eternidad-del-presente-327310
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