Huracán, huracán, venir te siento
Los discursos no traerán seguridad ni las arengas son el reverso de la
angustia
Martes, octubre 18, 2016 | Jorge Ángel Pérez
LA HABANA, Cuba.- En 1494 Cristóbal Colón se enteraría muy bien de los
peligros que acarrea un huracán en el caribe. Mucho impresionaron esos
vientos, y las lluvias, al intrépido navegante. Tan grande espanto lo
asistió que dejó muy claro el hecho de que únicamente se exponía a un
peligro como ese porque mediaban los respetos del servicio a Dios, y a
la monarquía. Álvar Núñez Cabeza de Vaca, aquel enérgico explorador,
quien fuera el primer europeo en contemplar las fastuosas cataratas de
Iguazú, quien tuvo grandes sueños de conquistador y que hasta llegó a
convivir semidesnudo con los nativos de la Florida después que lo
despojaran de sus armaduras, sintió mucho miedo en Trinidad al descubrir
las fuerzas desastrosas de un ciclón.
Es posible que estas sean las referencias más longevas a esos fenómenos
tropicales que llegan a nuestra isla. Muchos años transcurrieron desde
entonces, y muchos los ciclones que consiguieron perturbarnos hasta hoy;
lo terrible es que todavía no conseguimos acostumbrarnos. Hace unos años
preparé una breve antología que luego publicó el Instituto Cubano del
Libro, y a la que di el nombre de La danza del huracán. En esa reunión
incluí algunos textos de poetas y narradores cubanos de los siglos XIX y
XX, que pusieron a los ciclones tropicales en el centro de algunas de
sus páginas, y también aquella visión de Núñez Cabeza de Vaca. En estos
días aciagos volví sobre esas páginas.
Huracán, huracán, venir te siento, así abre el poema En una tempestad de
José María Heredia, donde el poeta, enardecido y espantado, canta a las
nubes y al sol que tiembla, se detiene en el calor pavoroso, en la luz
fúnebre y sombría, en el velo de muerte…, todo eso es para el bardo el
huracán, quien sin dudas tiene muchísima razón. Para todos es sublime, y
como todo lo sobrehumano, desastroso. Zenea verá, en su "Noche
tempestuosa", morir a la luna, y al ángel de las nieblas recogiendo su
cadáver.
Más que curiosa resulta la visión de Gertrudis Gómez de Avellaneda. En
su soneto Deseo de venganza la poetisa hace una apuesta aterradora. La
mujer, enferma de amor, llegará a descubrir bondades en las fuerzas del
huracán, en ellos ve el único modo de salvarse de su triste padecer. La
enamorada convoca a los vientos para que la destruyan con su poderosa
saña, para que las fuerzas de un ciclón ultimen al dolor que insano la
devora. Si ella no puede acabar con las angustias que le producen ese
amor contrariado, escoge entonces al huracán para que acabe con ella. La
muerte que trae consigo el ciclón será, para ella, la sanación.
Alejo Carpentier hace coincidir el primer encuentro erótico entre Sofía
y Victor Hugues con el azote de un ciclón a la Habana, solo que más que
un encuentro amoroso, aquello resulta un intento de violación. Sofía
descansa sobre la cama y Victor ha tomado todas las precauciones para
evitar desastres tras la llegada de los vientos y las lluvias a la
ciudad. Es en ese momento en que el huracán se posa sobre La Habana,
cuando él entra a la habitación y se deslumbra, aún más, con la belleza
de esa muchacha a la que intenta someter. En El Siglo de las luces,
Hugues y el huracán actuarán de modo semejante…; el primero intenta
doblegar a Sofía, el segundo a la ciudad, a cada casa, a todos sus
habitantes. Los dos quieren poseer, ambos quieren dominar.
Disímiles son las maneras en que nuestra literatura ha mirado estas
intromisiones de la naturaleza y las angustias que provoca, pero la
realidad es siempre superior, porque los huracanes no son una versión
retórica del estado del tiempo. Muy bien que conocemos los cubanos a
estos "bichos". Y aunque hagamos reverencias a un poema de Regino Boti,
aunque comentemos exaltados aquella revista "Ciclón" que fundaron Pepe
Rodríguez Feo y Virgilio Piñera en los años cincuenta del pasado siglo,
bien sabemos el dolor que acarrea un monstruo que puede llamarse Flora,
Ike o Matthew.
No dudo que sea bueno el hecho de que vayan a la televisión los mejores
meteorólogos de la isla, que "Universidad para todos" explique una y
otra vez lo que es un ciclón. Me parece genial que traten de enseñarnos
un poco de física. Es interesante añadir a nuestros saberes la manera en
la que el vapor de agua se convierte en energía térmica y también de la
velocidad de los vientos, de sus incidencias, de la escala
Saffir-Simpson. Es extraordinario estar enterado de los posibles rumbos
que tomará el monstruo, y de las medidas que deben tenerse en cuenta,
pero eso no es todo lo que hace falta…
Los ciclones son verdades irrebatibles para los cubanos, parte de
nuestro destino trágico. Pero las muchas experiencias no consiguieron,
hasta hoy, que dejáramos de temerles, y parece que tampoco enseñaron a
enfrentarlos del mejor modo. Los huracanes vienen cada año, y son mucho
más que la pérdida del techo de un hotel que una rusa construyera en
Baracoa, es mucho más que la Cruz de Parra que está en la iglesia de la
misma ciudad. Un ciclón es más que los fuertes vientos y terribles
aguaceros, más que la crecida del Toa, que la destrucción de una carretera.
Un huracán es dolor, es mucho más que el entusiasmo que pueden mostrar,
ante las cámaras de la televisión, un grupo de habitantes de Baracoa
después de la visita de Raúl Castro a la Ciudad Primada. Un ciclón es
más que hacer contraste entre la realidad de Haití con la de Imías,
Baracoa o Maisí. La visita del secretario del Partido Comunista en
Holguín no resuelve la angustia de esos hombres y mujeres que vieron
destruido el puente sobre el río Toa y también sus casas. Y para nada es
cierto que Baracoa se agigante porque el presidente del "consejo
popular" o cualquier dirigente se presente por allí diciendo que serán
superadas las heridas y que la ciudad renacerá de sus ruinas. Nada
resolverá el discurso triunfalista de la prensa oficial. Encubrir nunca
resolvió. Los discursos no sirven en casos como esos.
Y esos orientales que hoy sufren saben muy bien que tener miedo no es
indigno, y que mirar a los jefes haciendo discursos exaltados, diciendo
que todo se va a arreglar, no alejará el miedo ni hará desaparecer la
destrucción. No será la retórica quien vuelva a levantar las casas que
se fueron al piso. Los discursos no traerán seguridad, las arengas no
son el reverso de la angustia. Un huracán puede hacer caer, rotunda, una
casa, pero la única solución es levantarla, levantarla bien, dejarla
fuerte para siempre, porque un huracán viene acompañado de la pérdida de
la intimidad de muchísimas familias que se verán obligadas a vivir por
años en un albergue y con extraños, un huracán trae la promiscuidad y el
desasosiego, y hasta puede destruir a la familia.
Esos discursos que vemos cada día en la televisión no aquietan los
anhelos de los damnificados, ni sus deseos de salvar el tiempo entre esa
esperanza de volver a tener una casa y la realidad de tenerla. La
preocupación mayor debería ser resolver esos problemas, y no hacer
discursos que exalten la figura de quienes dirigen y visitan las zonas
de desastres. Eso es lo que tienen que hacer, y más, pero eso nunca
lleva aplausos. El tiempo se hace largo para quien perdió el techo y la
cama, para el que perdió todo cuanto tenía, y no habrá perorata que
aquiete tanto dolor, porque no hay discurso capaz de levantar una casa.
Alzar una casa precisa de cimientos, de gran disposición, y también de
cemento, de ladrillo, y de arena…
Mirar un futuro sin casa, un futuro con dolor, con desesperanzas, es
desastroso. Quien así vive piensa más en la muerte que el resto de los
humanos. Las experiencias que pueden aportar estas catástrofes no traen
el sosiego. Cuando más, la resignación, pero en muchos casos la
desesperación viene después. Sin casa no hay familia, no hay nada. Los
ciclones no son una exaltación retórica de estado del tiempo, y ojalá se
entienda.
Source: Huracán, huracán, venir te siento | Cubanet -
https://www.cubanet.org/opiniones/huracan-huracan-venir-te-siento/
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