jueves, 16 de junio de 2016

Sandra adora las esquinas

Sandra adora las esquinas
"Lo mejor sería encontrarme a un extranjero"
Jueves, junio 16, 2016 | Jorge Ángel Pérez

LA HABANA, Cuba.- "Una mujer lo que necesita es una esquina". Así
aseguró la filósofa María Zambrano al periodista que acababa de
anunciarle, tras su regreso a España después de tanto exilio, que
usarían su nombre para rebautizar una calle de su Málaga natal. Ha
pasado mucho tiempo, y confieso que afirmo ahora la frase haciendo caso,
únicamente, a mi memoria. Durante varios días busqué infructuosamente
entre libros y revistas aquella excelente y divertida entrevista porque
quería ser exacto al referirla, y ofrecer las fuentes, pero como no la
encontré la menciono según la recuerdo.

Si vuelvo sobre ese aserto es porque creo que una esquina puede ser
promisoria. Ese margen puede ser final, pero también inicio, adelanto de
lo que vendrá. Muchos de los que contemplan a una mujer detenida en una
esquina terminan creyendo que ella aguarda una sorpresa, y hasta que
puede ser el milagro que encontrará de pronto quien consiga ese punto en
el que las dos calles se funden, ¿en un beso? En una esquina, diría un
amigo, uno está más cerca del maravilloso decúbito supino, y de este al
decúbito prono no hay más que un paso, es decir, un giro, una vuelta muy
breve, y en redondo. En una esquina puede estar la felicidad, pero
quizás no.

Sandra sigue suponiendo que su felicidad tiene relación con las
esquinas. Ella, a pesar de su juventud, las conoce muy bien, y hasta
menciona sus "bondades", apuesta a que su prosperidad depende de una de
ellas. Esta jovencita tan aferrada al margen de las calles en realidad
no se llama Sandra, pero como me ha pedido que no revele su identidad me
decido por ese nombre, y así hago homenaje a aquel texto que escribiera
Luis Manuel García en un número de Somos Jóvenes, allá por el año 1987;
aquel texto emblemático que despertó la ira de Carlos Aldana, y al que
ya me referí hace pocos días en CubaNet.

Esta otra Sandra tiene ahora dieciocho años, y desde hace cuatro supone
que su suerte puede estar en ese punto en el que dos calles se
encuentran. La primera vez esperaba por su madre, creía que iba a llegar
en una de las guaguas de la ruta 265; por eso se apostó en una de las
cuatro esquinas que forman la Calzada del Cerro con la de Primelles,
para verla cuando se bajara en la farmacia de Primelles. Estaba
hambrienta y deseosa de ver llegar a la "mujer que la parió", así la
llama, a la misma edad que ella tenía entonces. Esa tarde, como casi
todas, no tuvo llaves para abrir la puerta de su casa, y esperó…

A las siete de la noche notó la llegada de aquel hombre. Tenía treinta
años y apareció montado en una motocicleta, vestía bien, le sonrío y
ella le dijo: "¿Qué tu miras? ¿De qué te ríes?". El volvió a sonreír y
se bajó de la motocicleta, caminó hasta donde estaba sentada, al lado
del busto de José Martí que todavía está en aquella esquina que arman
Cerro y Primelles. El hombre quiso saber si esperaba a alguien y ella
dijo que no le importaba. "Si es a tu novio no sigas esperando, una
muchacha como tú no merece que la hagan esperar". Aunque ella no
respondiera el no cejó, la invitó al Cupet que está en Boyeros y
Ayestarán. "Te tomas un refresco y yo una cerveza", insistió el hombre,
y aunque ella volvió a negarse él continuó.

Sandrá aceptó más tarde, cerca de las nueve de la noche, y los dos
subieron a la moto. Fueron hasta el Cupet. Cuando él le ofreció un
sándwich ella dijo que si, y también un refresco. Más tarde vino la
primera cerveza, y luego otra. Amaneció en una habitación que rentaron
en una casa en Nuevo Vedado. Esa noche el hombre de la moto la dejó
dormir, y la despertó temprano. La jovencita fue a la escuela. La madre
ni siquiera se enteró de que la hija había dormido fuera, como ella. Al
día siguiente la niña esperó otra vez en la misma esquina, y volvieron a
hacer el mismo recorrido. Otra vez pasaron frente a aquel edificio que
ahora es un albergue para familias sin casa, y que antes fue una posada
muy conocida en toda la ciudad. Sandra le contó a su acompañante que su
abuela iba mucho por allí, "cuando era una posada", y que allí mismo la
preñaron, y que luego nació su madre.

Durante semanas, meses, Sandra esperó al muchacho en Cerro y Primelles.
Durante semanas, meses, pasaron por el Cupet, y luego iban a alguna
habitación que rentaban, cada vez en una casa diferente. Él fue muy
cariñoso para conseguir de ella todo cuanto quiso. Habían pasado dos
meses cuando tuvieron "sexo de verdad". Ese día él le regaló un vestido,
unos zapatos de tacón, un perfume. Aunque no salieron de la habitación
él le pidió que se vistiera y ella aceptó, se paseó delante de él,
encerrados en la habitación, los dos reían. Tomaron una cerveza y luego
otra, hasta que se metieron en la cama para tener "sexo de verdad".

A la mañana siguiente Sandra no fue a la escuela, ni al otro día. Sólo
abandonaron aquel cuarto de alquiler cinco días después, porque su
"novio" le insistió en lo preocupada que debía estar su mamá, pero
después ella comprobaría que no era cierto porque lo único que hizo su
mamá fue celebrar el vestido y los zapatos de tacón, y en la noche se
puso el vestido y calzó los zapatos de tacón, sin que se los pidiera
prestados a la hija, y se fue a la calle, pero el novio de la muchachita
no se puso bravo cuando se enteró, y hasta dijo que le compraría más, y
le compró más…

Así se vieron durante meses, a escondidas, siempre en cuartos
diferentes, hasta que el novio consiguió para ella un carné de identidad
que aseguraba que Sandra tenía dieciocho años. Aunque no aparentara esa
edad nadie iba a negar lo que decía el carné. Así se fueron relajando y
las salidas se hicieron cada vez más seguidas, y más seguidas las
ausencias a la escuela, y más seguida también fue la indiferencia de la
madre de Sandra. Hasta que una tarde, la muchachita y su novio se
encontraron con la madre en alguna esquina de la ciudad. Sandra no le
dio mucha importancia pero su mamá sí, por eso le pegó dos bofetones y
la agarró por los moños. Al muchacho lo llamó "hijo de puta".

Sandra hace conjeturas cada vez que quiere saber las razones que
llevaron a que su madre se escandalizara tanto, y las que hicieron que
su novio desapareciera para siempre, pero todavía no consigue ninguna
explicación. Su mamá volvió al día siguiente a las andadas pero ella
espero unas semanas a que apareciera su novio de treinta años. Sandra ya
tiene dieciocho y cambió un montón de veces de esquina, y de "novios".
Cuando terminó la secundaria decidió que no estudiaría más. A veces anda
por Santa Catalina, otras por Vía Blanca; algunas noches va a La Habana
Vieja, o al Vedado, y hasta se encuentra con su madre, que siempre le
pregunta lo mismo: "¿Hiciste algo?".

Sandra conserva la esperanza, cree que algo bueno le pasará en alguna
esquina. "Lo mejor sería encontrarme a un extranjero". Eso busca cada
noche, como su madre, como también hizo su abuela, aunque esta última
todo lo que consiguió fue enfermarse de sida y murió hace años, cuando
Sandra no había cumplido los siete. Al parecer las esquinas no son tan
buenas para las mujeres de esa familia. Sandra ha envejecido mucho en
sus esquinas. Nadie cree que solo tiene dieciocho años. Quienes la
conocieron hablan mucho de su anterior belleza. Ahora aparenta diez años
más de lo que tiene.

Son muchas las mujeres en la ciudad que no encontraron todavía la
esquina de su suerte, pero siguen aferradas y no dejan de buscar. Aunque
no sepan quien es María Zambrano y mucho menos lo que dijo, suponen,
como la escritora, que una esquina de cualquier calle es más que
suficiente para que una mujer encuentre finalmente la suerte. Muy poco
tienen en común estas mujeres con la filósofa española, sin embargo una,
y también las otras, creen en la suerte que puede traer a una mujer
escoger una buena esquina. ¿Dónde estará la razón?

Source: Sandra adora las esquinas | Cubanet -
https://www.cubanet.org/opiniones/sandra-adora-las-esquinas/

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