martes, 1 de marzo de 2016

Militares empresarios, ¿el destino de Cuba?

Militares empresarios, ¿el destino de Cuba?
Castro II implementó entre generales y coroneles un sistema de lealtades
al poder político sin precedentes en la Isla
martes, marzo 1, 2016 | Miriam Celaya

LA HABANA, Cuba.- No se puede negar que, en cierto sentido, el
General-Presidente cubano es un hombre práctico. Por ejemplo, mientras
su hermano mayor compraba las fidelidades de sus subalternos en base al
otorgamiento de algunas fugaces dádivas o de títulos honoríficos y
medallas –o sea, privilegiaba los "estímulos morales" por sobre los
bienes materiales, en especial cuando se trataba de premiar a dirigentes
intermedios o de poca monta–, para Castro II los estímulos para comprar
fieles han de ser más redituables.

Y por supuesto, los mayores acólitos del General se encuentran entre los
militares de alto rango, sobrevenidos empresarios gracias al reparto del
'pastel Cuba', en los años 90', cuando la etapa del "desmerengamiento
soviético" hizo aterrizar de sus delirios de macro planes fallidos al
Magno Orate al cancelar los subsidios e implantar en la Isla una era de
carencias hasta ahora no superada, por lo cual el capital extranjero –no
estadounidense, por supuesto– tuvo luz verde para penetrar la Isla y
comenzar a expandirse en sociedad con 'empresas estatales cubanas', bajo
el control del generalato vernáculo.

Las empresas turísticas Gaviota, Gran Caribe, Cubanacán, Islazul,
Horizontes, y otros nichos relacionados con el comercio y las divisas,
como Palco, GAE S.A., la llamada Zona Franca de Berroa, las tiendas
recaudadoras de divisas, el monopolio de las comunicaciones y otras
entidades representativas de lo más próspero dentro de la ruina general
cubana, tienen la impronta militar. Solo que los altos ejecutivos han
sustituido las chaquetas de color verde olivo y las estrelladas
charreteras por cómodas e inmaculadas guayaberas, se acicalan y se hacen
la manicura. Sus manos ya no sostienen armas, sino copas, para brindar
con los inversores foráneos devenidos 'socios', que hasta finales de los
80' habían sido el detritus de la especie humana y declarados enemigos
de clase: los mercaderes capitalistas.

Hoy es un secreto a voces que Castro II implementó entre los militares
de mayor rango un sistema de lealtades al poder político sin precedentes
en la Isla, en virtud del cual todo el poder económico se ha estado
concentrando en manos de un estamento militar que se ha convertido en
elite empresarial, y como tal, una casta de privilegiados que cada vez
toman mayor distancia de la realidad del cubano común y de la ideología
que juraron defender. Una meritocracia revolucionaria que se afianzó con
mayor fuerza desde que en 1989 se destapara el escándalo de narcotráfico
y otros delitos que llevó a una controversial purga contra importantes
oficiales del Ministerio del Interior y las FAR, encabezados por el muy
célebre General Arnaldo Ochoa, fusilado junto al alto oficial del
MININT, Antonio (Tony) de la Guardia por el delito imperdonable de
traición a la Patria, es decir, a Fidel Castro.

Una vez que se acallaron los fusiles del paredón donde escarmentaron con
cuatro cadáveres cualquier futuro amago de sedición, y tras aplicar un
férreo "plan pijama" que pasó a retiro a centenares de oficiales y
agentes de menor graduación para barrer con cualquier posible elemento
contaminado con la influencia Ochoa-La Guardia, el General de Ejército
Raúl Castro, ya sin rivales de consideración, tuvo el camino expedito
para convertir a sus acólitos de la alta oficialidad de las FAR en
cómplices y beneficiarios incuestionables de un plan económico sin
precedentes en Cuba: la creación de una suerte de "complejo militar
industrial" basado, no en la producción y comercio de armas, sino en la
explotación del turismo y el comercio de los principales rubros de la
economía del país –como el níquel, el azúcar y otros– colocando en los
puestos clave a los oficiales retirados cuya principal carta de
presentación sería la fidelidad al régimen.

En lo sucesivo los elegidos de la clase castrense olvidarían rápidamente
los principios marxistas inculcados en las academias militares para
asumir con la mejor disposición los avatares de la economía de mercado.

Héctor, el coronel-empresario

Según Héctor, un coronel cercano a los 60 años, retirado del servicio
activo hace relativamente poco tiempo, las Fuerzas Armadas
Revolucionarias (FAR) han sido "lo mejor de su vida", y no existen
razones para dudar de su sinceridad. Iniciado desde muy joven en el
ejército, cuando fue llamado a las filas para cumplir el Servicio
Militar, decidió "jurar bandera" por cinco años, atendiendo a que
aquella elección le daría oportunidades de estudios que, de otra forma y
debido a su mediocre expediente estudiantil, no alcanzaría.

Y así fue. En las filas del ejército Héctor no solo demostró disciplina
y carácter, sino que aprovechó a conciencia la mejor ocasión que se le
ofreció de continuar estudios en una academia militar, tras su dura
experiencia de dos años en la guerra de Angola. Resultó que, después de
todo, a este joven militar no le faltaba inteligencia, así que no solo
se especializó en materia de telecomunicaciones sino que, además, ya
como oficial de las FAR estudió y se graduó como Licenciado en Historia
de Cuba a través de un curso para trabajadores, en la Universidad de La
Habana.

Y después vinieron más misiones lejos de la familia, y también llegaron
las prebendas y estímulos propios de los elegidos de la casta guerrera.
Y así obtuvo vivienda, automóvil, muebles, electrodomésticos, varios
"viajes de estímulo" al extranjero, acompañado de su esposa, computadora
y vacaciones familiares gratuitas cada año en los mejores balnearios de
Cuba, con todos los gastos pagados. Incluso, Héctor dispone de conexión
doméstica a Internet, una quimera imposible para todos los infelices que
se amontonan a la intemperie en los espacios habilitados para precarias
y costosas conexiones por wifi, con la ilusión de ver un pedacito del
mundo real que vibra más allá de los arrecifes que rodean la Isla.

Nadie sabe muy bien en su comunidad cuál era la función que cumplía
Héctor como militar. Es un hombre serio, respetuoso y callado, envuelto
en ese halo misterioso que rodea a quienes se desempeñan en actividades
secretas o semi-secretas, y tampoco era visto con mucha frecuencia. Las
comadres al frente de los cotilleos del barrio hacían gestos de
complicidad cuando pasaba ágilmente frente a ellas dejando un leve
saludo y el fugaz brillo de las tres estrellas doradas de sus impecables
charreteras.

Pero desde hace un tiempo a Héctor dejó de vérsele en uniforme militar.
Ahora suele vestir ropas de civil, a veces informales, casi juveniles.
Otras veces se le ve entrar a su automóvil –que siempre conduce él
mismo– con elegantes camisas de mangas largas y saco al brazo. Ahora es
un "gerente" y trabaja "en una firma". Pero le está costando.

Sucede que hasta ahora en la vida de Héctor todo era relativamente
fácil. Era el jefe de su departamento en una unidad militar especial y
todo un perito, versado en tecnología de comunicaciones. Era, por así
decirlo, "cabeza de león", y los beneficios materiales que le asignaban
debido a su rango y responsabilidad llegaban por su propio peso, casi
por gravedad. Recibir e impartir órdenes era pan comido para él,
desempeñándose en un cargo técnico, sin una demanda intelectual extra.

Sin embargo, desde que se licenció de las FAR y pasó a la vida civil su
perfil ocupacional cambió dramáticamente, y está exigiendo ese extra de
capacidades académicas que ya Héctor no se siente en condiciones de
rendir. Para empezar, no logra aprender el idioma inglés, que es
requisito indispensable en su nuevo puesto laboral. Pero lo más difícil
para él son las fórmulas económicas que forzosamente tiene que dominar
para que lo evalúen como "capacitado para su cargo".

"Esto no es lo mío", admite Héctor, quien nunca tuvo aspiraciones
empresariales. "Pero, por otra parte, dónde voy a ganar yo el dinero que
gano en la firma. Tengo que asumir esto como si fuera una orden militar:
lo hago… O lo hago. No tengo alternativas".

Y mientras el exmilitar Héctor, ya casi sexagenario, rememora sus
tiempos felices como militar y desgrana sus tribulaciones como
neo-empresario neófito que ha llegado demasiado tarde a la competencia
empresarial desde un perfil ocupacional totalmente opuesto, miles de
jóvenes talentosos, carentes de esa u otra oportunidad de prosperar,
sueñan con partir de la Isla.

Pobre país este, regido por toda una casta que, además de controlar el
poder del ejército y de las armas, maneja también a su antojo, y en
exclusiva, ese otro poder, quizás más vigoroso, el de las finanzas.

Source: Militares empresarios, ¿el destino de Cuba? | Cubanet -
https://www.cubanet.org/opiniones/militares-empresarios-el-destino-de-cuba/

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