sábado, 15 de diciembre de 2012

El escritor, el detective, el sub-comandante y la utopía

El escritor, el detective, el sub-comandante y la utopía
Luis Cino Álvarez
15 de diciembre de 2012

La Habana, Cuba – www.PayoLibre.com – A fuerza de ser confundidos por
sus lectores, ciertos escritores llegan a creer ser alguno de sus
personajes. Ernest Hemingway, cansado de correr por otras vidas, cuando
apretó en Ketchum, Idaho, en 1961, el gatillo de su escopeta suicida,
creyó segar también la existencia de un viejo pescador cubano llamado
Santiago.

A Manuel Vázquez Montalbán solían identificarlo, por más de una razón,
con el personaje de sus novelas policiales, el detective barcelonés Pepe
Carvalho. No andaban muy errados los confundidos. El escritor catalán
también fue un detective. Un detective incómodo, demasiado
intelectualizado, que dejó sin solucionar muchos de sus casos.

Marxista heterodoxo, típico representante del intelectual contestatario,
viajó por el mundo en busca de nuevos rumbos para una izquierda de
brújula averiada.

Perenne inadaptado, Vázquez Montalbán se empeñó en nadar
contracorriente. Trató de atisbar la utopía en Chiapas o La Habana.
Trasladó el capital simbólico de sus méritos literarios al terreno
político, sólo que con menos fortuna.

El subcomandante Marcos fue uno de los que alguna vez confundió al
escritor catalán con el detective Pepe Carvalho. En diciembre de 1997,
tres años después del inicio de su peculiar insurgencia, desde su
campamento en la selva de Chiapas, escribió una carta a ambos, a
cualquiera de los dos que lo quisiera atender, confesándoles su
admiración. Su única queja era el tormento que ocasionaba a su estómago
guerrillero la descripción de las pantagruélicas comidas de Carvalho (o
de Vázquez Montalbán, no estaba seguro).

El escritor viajó a la selva chiapaneca para llevar a Marcos su
espaldarazo mediático. Antes de sentarse en una hamaca a conversar sobre
la globalización, sus consecuencias y los modos de enfrentarla, obsequió
al líder zapatista, además de 4 kilogramos de chorizos de Guijuelos y
varios turrones, un ejemplar de "Y Dios entró en La Habana", que pesaba
tanto o más que los alimentos. El escritor catalán pensó que valía la
pena la impedimenta en la mochila guerrillera, con tal que el
Sub-Comandante tomara ejemplo del Comandante y advertirlo de lo que
nunca debía hacer su revolución.

Vázquez Montalbán no logró despejar la incógnita del sub-comandante
Marcos. En definitiva, el subcomandante, un arribista universitario,
pequeño burgués, adicto a Internet, que sacaba tanto provecho de su
mestizaje como del pasamontañas con huequito para la pipa y de los
fallos estructurales de la sociedad mexicana, lindantes con la
esquizofrenia, resultó ser otro más de los fraudes de la izquierda
posmoderna.

El escritor barcelonés tampoco logró su sueño de vivir en una ciudad
libre, convencionalmente feliz, donde las palabras no tuvieran ninguna
atadura y todos los deseos se cumplieran sin falta. De haber conseguido
habitarla, habría muerto de todos modos. De aburrimiento o por mano
propia. De mutuo acuerdo con Pepe Carvalho. Sospecho que ambos, el
escritor y el detective, ya sabían por qué las utopías que no perecen a
tiempo, matan.

luicino2004@gmail.com

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