sábado, 6 de octubre de 2012

La intelectualidad y el civismo

La intelectualidad y el civismo
Viernes, Octubre 5, 2012 | Por René Gómez Manzano

LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org -Ayer leí en Cubanet un
excelente artículo de David Canela Piña. Bajo el título de "Diálogo
intelectual", el colega, con profundidad y elocuencia admirables, hace
una disección de los torcidos modos de razonar que emplean los llamados
"hombres de pensamiento progresistas". De paso, también ilumina con
lucidez algunas facetas de la neo-lengua castrista.

Pero hay en ese magnífico trabajo un planteamiento del que discrepo. Me
refiero al pasaje en que Canela afirma: "Los intelectuales deben ser un
modelo de civismo". Aclaro que esa aspiración no es exclusiva del
referido comunicador. Se trata de un concepto bien extendido, y quienes
lo sustentan se basan en los supuestos precedentes sentados por otros
pensadores. Debo confesar que es probable que, años atrás, yo hubiese
coincidido con la mayoría que así piensa.

No puedo hacerlo ahora, tras leer un libro fabuloso en el que se estudia
desde el punto de vista histórico ese sector de la sociedad, y se hace
una disección del mito que quiere convertir a esos seres en "la
conciencia viva de la Humanidad". Se trata de Intelectuales, obra del
gran periodista y escritor británico Paul Johnson, cuya lectura
recomiendo con entusiasmo.

En ese texto, el autor nos lleva a recorrer junto con él la larga lista
de hombres de ideas, que comienza con Juan Jacobo Rousseau, de quien
recoge la calificación que hiciera de él su mujer: "un loco
interesante". Johnson analiza los desvaríos del famoso ginebrino, sus
rencillas con todos aquellos con quienes entraba en contacto, las
tácticas empleadas por él para esquilmar al prójimo, así como pormenores
de su vida personal.

Resulta especialmente sobrecogedora la práctica del personaje, que, pese
a contar con buenos ingresos, entregó a sus cinco hijos recién nacidos a
orfelinatos, que en aquellos tiempos eran verdaderos campos de
exterminio. ¡Y fue de este miserable desequilibrado de quien un gigante
de la filosofía como Emmanuel Kant dijo que "su alma tenía una
sensibilidad de una perfección inigualada" y al que George Sand llamó
"San Rousseau"!

A través de los diferentes capítulos de su obra, Johnson nos va
describiendo cuáles eran las verdaderas credenciales de individuos a
quienes, en una u otra época, se les ha reconocido una hipotética
capacidad para aconsejar al mundo sobre cómo conducir sus asuntos. Por
sus páginas desfilan Ibsen, Tolstoi, Hemingway, Brecht, Bertrand
Russell, Sartre y algunos más. Por supuesto que un artículo periodístico
como éste —por fuerza breve— no es el medio adecuado para hacer una
reseña de ese libro seminal.

Pero no puedo resistir la tentación de referirme a uno más de los
perniciosos personajes analizados. Al igual que el mismo Juan Jacobo en
su tiempo, este otro se ha convertido en un icono de "las fuerzas
progresistas". Importantes sectores de la izquierda mundial profesan aún
sus teorías malsanas, pese a que su monumental extravío ha sido
demostrado de sobra por los testarudos hechos. Me refiero a Carlos Marx.

Este intelectual goza del triste privilegio de haber propiciado el
surgimiento de algunos de los más dañinos totalitarios del siglo XX.
Basta mencionar algunos nombres: los alias Lenin, Trotski y Stalin, Mao
Dze-dong, Boleslaw Bierut, Matías Rakosy, Pol Pot, los miembros de la
dinastía Kim en Corea, Fidel Castro…

Johnson describe la obra de Marx, quien catalogaba lo "científico" como
la cumbre del pensamiento humano, pero resalta que, a diferencia de los
verdaderos estudiosos, no le interesaba encontrar la verdad, sino
proclamarla. Concluye al respecto con una paradoja inesperada: "En todo
lo que interesa fue anticientífico".

El brillante autor de Intelectuales hace un inventario de las frases
atribuidas al hijo de Tréveris que, en realidad, fueron creadas por
otros: "Los proletarios no tienen nada que perder, salvo sus cadenas",
"La religión es el opio de los pueblos", "De cada uno según sus
capacidades, a cada cual según sus necesidades", "¡Trabajadores del
mundo, uníos!", "La dictadura del proletariado".

Johnson señala las contradicciones de Marx, apóstol de los obreros que
jamás pisó una fábrica. Su voluntarismo, la falta de rigor científico,
las distorsiones groseras de la verdad, su egolatría. La explotación a
la que sometió a quienes más cercanos le eran, incluyendo a Federico
Engels y a su criada. Su desprecio a los que ganaban el pan —o alguna
vez lo habían hecho— con el sudor de su frente, y la manera en que los
marginaba de las actividades políticas. El antisemitismo que profesaba
—¡pese a ser él mismo judío!— y el racismo que demostró (entre otros, a
su yerno cubano Pablo Lafargue).

Ciertamente, después de leer Intelectuales, uno se convence de que la
pretensión de encontrar entre esos hombres de pensamiento a las
"conciencias vivas de la Humanidad" es una quimera. En el caso
específico de Cuba, creo que confiar en el civismo de esa capa social
que medra bajo el castrismo, es una ilusión. Ojalá surja alguno, pero
sería la clásica excepción que confirme la regla.

http://www.cubanet.org/articulos/la-intelectualidad-y-el-civismo/

No hay comentarios:

Publicar un comentario