jueves, 25 de octubre de 2012

Espérenme en Barajas

Reforma migratoria

Espérenme en Barajas
Iván García
La Habana 25-10-2012 - 10:19 am.

¿Qué se comenta en las calles de Cuba sobre la reforma migratoria de
Raúl Castro?

Si Dios está de su lado, antes que llegue la primavera del 2013,
Ernesto, de 35 años, dueño de un pequeño negocio de dulces finos en el
barrio habanero de Santo Suárez, es probable que pueda viajar a Madrid.
Pasear por la Cibeles. Comprar en una tienda outlet o un mercadillo de
chinos. Y si su cuñado paga la entrada, sentarse en la grada sur del
Santiago Bernabeu a ver jugar a Cristiano Ronaldo y el resto de la
pandilla de Mou. Es el sueño de su vida.

Si la crisis que asola la Península Ibérica no es óbice, y su hermana,
residente en Vallecas, le puede girar unos cientos de euros que
completen el billete aéreo, y si el consulado español en La Habana no
pone trabas a la hora de otorgarle el visado, Ernesto enviará un email a
los parientes y amigos en España: Espérenme en Barajas.

Ahora mismo, la cacareada reforma migratoria raulista es el segundo tema
más importante de conversación entre los cubanos, después del dolor de
cabeza que provoca poder almorzar y comer cada día.

Los deseos de emigrar o trabajar temporalmente en el extranjero para
ganar unos dólares o euros decorosos, ya sea talando árboles en un
bosque de Canadá, limpiado nieve en Berlín o vendiendo helado en
Sevilla, forman parte del proyecto de futuro de muchas familias cubanas.

Algunas lo pueden alcanzar gracias a tener parientes directos al otro
lado del estrecho de la Florida. Tras gastar dinero en chequeos médicos
y meses esperando por el visto bueno de las autoridades estadounidenses,
logran viajar definitivamente a la capital del exilio. Cada año, más de
20 mil personas lo hacen de forma ordenada, legal y segura.

No todos, sin embargo, tienen parientes en Miami. Pero existen otras
formas de ingresar en suelo norteño. Debido a la Ley de Ajuste Cubano
—rocambolesca ordenanza federal que otorga residencia automática a
aquellos cubanos que logren pisar suelo gringo—, en la isla la gente se
las agencia para llegar a El Dorado. Son historias dignas de culebrones.
Desde transformar un camión Ford de los años 50 en un barco a motor,
marcharse en una tabla de surf o huir en el tren de aterrizaje de un
avión comercial.

Por escapar de la autocracia verde olivo, cientos de cubanos han perdido
sus vidas. No hay datos exactos. Según los guardacostas de Estados
Unidos, uno de cada tres balseros es merienda de tiburones.

La Ley de Ajuste es como una carrera de maratón. No todos llegan a la
meta. Una ruleta rusa, donde lo mismo se puede perder la bolsa que la
vida. En la red circulan relatos de estafados por bandas de traficantes
de seres humanos. Numerosos compatriotas han visto trastocadas sus
ilusiones al fallecer de hambre y sed en una montaña colombiana
intentando acceder a Panamá, o en un desierto de la frontera mexicana.

Si a eso se suman las absurdas normas del régimen, que se otorga el
derecho natural de autorizar o denegar el permiso de entrada o salida de
los ciudadanos, se llega a una conclusión demoledora: en estos 53 años
hemos vivido en un estado de sitio perenne. Siempre es de agradecer
cuando se levantan prohibiciones perversas. Pero las nuevas reformas
propuestas por el general Raúl Castro huelen a queso rancio.

Sorprende la imaginación de los corresponsales internacionales cuando en
grandes titulares escriben que a partir del 14 de enero del 2013 los
cubanos podrán hacer turismo. ¿Cuántos en Cuba podrían hacerlo? Los
mandarines y su parentela, esos sí. Ya lo vienen haciendo. Lo mismo van
a isla Margarita que a Mallorca.

Esos "turistas" son la excepción.

La mayoría de los cubanos que pretende viajar, si su estadía fuera de 24
meses, lo que desean es trabajar duro y reunir suficiente dinero para
reparar la casa que se viene abajo, comprar muebles nuevos o un
televisor de plasma que les permita evadir la realidad.

Los cubanos no podemos hacer turismo en el extranjero porque, en primer
lugar, el dinero que paga el Estado no vale. Y los ahorros de varios
años de trabajo no alcanzan para comprar un pasaje de avión. A
diferencia de un Paco andaluz o un John de Nebraska, Pepe, el de
Mantilla, solamente puede fastear (viajar) si el tío de Hialeah le manda
mil o dos mil dólares.

La dependencia económica de los parientes en la diáspora es casi
absoluta. Todo lo bueno que le puede acontecer a una familia media en
Cuba que no tenga dádivas del Gobierno o sean músicos y escritores
famosos, depende de quienes residen en La Yuma, de donde procede casi
toda la pacotilla que entra a la Isla. Si a los parientes les va bien,
eso se revierte en videojuegos, vaqueros Levi's e iPhones para los suyos
al otro lado del charco.

La mejoría de la calidad de vida del cubano de a pie está íntimamente
ligada a las remesas y ayudas de sus familias y amistades en el exilio.
Para poder viajar sucede lo mismo. Los gastos correrían por los
residentes en la otra orilla.

No hablemos ya de las prohibiciones contempladas por la nueva reforma
migratoria respecto a los cubanos que son profesionales o disidentes.
Para Yoani Sánchez seguirá habiendo permiso de salida.

A Raúl Rivero o Carlos Alberto Montaner, el régimen seguirá negándoles
una visita a su patria. Y a un ingeniero en telecomunicaciones le será
cancelado el billete por un ceñudo oficial de inmigración alegando
razones de seguridad nacional.

El Gobierno se limpia las manos levantando las prohibiciones a tipos
como el dulcero Ernesto, con planes de viajar a Madrid. Los
profesionales y disidentes siguen en lista negra.

http://www.diariodecuba.com/cuba/13662-esperenme-en-barajas

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