Teatro, UMAP
Murió el soldado Umap No. 67, Armando Suárez del Villar
El ser un conocido teatrista y padecer escoliosis nunca fue motivo para
pedirles tregua a sus verdugos
Félix Luis Viera, México DF | 20/09/2012 9:32 am
Me llega la noticia de que el 17 de septiembre murió en La Habana
Armando Suárez del Villar, quien en 1966 fuera el soldado Umap No. 67,
confinado en la "compañía" 1 del "batallón" 23, allá en un remoto campo
llamado La Anguila, granja La Paz, ubicada a unos 20 kilómetros del
central azucarero Senado, en Camagüey.
Era entonces un conocido teatrista, estaba por cumplir 31 años de edad y
padecía escoliosis, lo que nunca fue motivo para pedirles tregua a sus
verdugos. En los primeros días del encierro, allí llegamos el 20 de
junio de 1966, lo vi marchar, a las órdenes de los sargentos, bajo el
sol, inclinando apenas su anatomía de 6 pies cuatro pulgadas
aproximadamente. Se notaba que hacía un esfuerzo, pero no se rendía.
Luego lo vi arrastrando el azadón, desyerbando surcos que parecían
interminables, y prehistóricos porque nadie sabía desde cuándo no le
"pasaban guataca", con el mismo estoicismo. Nunca se quejó.
Una madrugada los soldados entraron en la barraca gritando su nombre (en
su expediente Umap constaba solamente "Armando Suárez Fernández", no sus
dos apellidos compuestos). Se lo llevaron. Regresó, o lo regresaron, más
o menos una semana después. Venía vestido de verde oliva, con botas
negras de oficial (unas botas que luego él me regalaría). ¿Por qué? Nos
contó a los más cercanos, que no éramos pocos, sobre su parentesco con
el entonces "presidente" (así, entre comillas) de Cuba, Osvaldo
Dorticós. Había muerto un pariente y habían decidido que Armando
asistiera al sepelio.
Allí en La Anguila me ayudó a redactar una carta al ministro de las
Fuerzas Armadas Revolucionarias pidiendo mi liberación de las Umap. El
argumento: yo era el único sostén económico de mi mamá, ama de casa y ya
de edad avanzada, y de mi esposa, que era estudiante. Mi mamá estaba
enloqueciendo, vendiendo todo lo que había en la casa para poder
subsistir, etcétera. Me explayé en el borrador y Armando fue la persona
que entonces, por primera vez en mi vida, me enseñó a no ser subjetivo.
Prácticamente él redactó la carta.
Los más jóvenes, yo tenía entonces 20 años, le decíamos el "viejo", los
más viejos —allí había hombres de 40 años y un poquito más— le decían
"Armandito". Con todos fue solidario, noble, agradecido. Y en todo
momento resultó valiente, y humilde.
Quedó incólume en tres "recogidas" para trasladar a los homosexuales
hacia las "compañías" compuestas solamente por hombres de este perfil.
Pero en la cuarta se lo llevaron. Ya entonces estábamos en el campo
llamado "California", cercano en unos 10 kilómetros al central azucarero
Lugareño. Armando sabía que le esperaba un bregar más difícil: las
"compañías" de homosexuales eran, cómo decirlo, peores. Entonces me
regaló aquellas botas negras de oficial (las que nosotros utilizábamos
eran amarillas), que le habían permitido conservar, y que a los pocos
días me quitó un teniente. Cuando subió al camión que lo llevaría a su
nuevo destino, miró hacia nosotros, el grupo de sus más cercanos amigos,
y sonrió.
Un día me enfermé y me llevaron, escoltado, como era de rigor, al médico
del central Lugareño. Me vio un médico de apellido Coro, recuerdo, que
me trató con amabilidad pero con la distancia con que se trata a un
microbio. Cuando esperaba mi turno para que el médico me viera, pedí
permiso al sargento que me escoltaba para hablar con otro soldado Umap
que también esperaba, quien a su vez tuvo permiso de su escolta para
hablar conmigo. Era un soldado Umap homosexual. Armando Suárez del
Villar había regresado cerca del campo La Anguila, pero esta vez a la
"compañía" 4, reservada para los homosexuales y confinada en un sitio
llamado "Guanos". Allí, me contó el soldado Umap antes de entrar en el
consultorio del médico, altísimas cañas, compactadas, hechas crecer
prácticamente pegadas a las alambradas por el lado exterior, no
permitían siquiera que los recluidos pudiesen ver el espacio
circundante. Allí, en "Guanos", quien ahora me relataba —que ya había
sido trasladado para otro sitio—había conocido a Armando Suárez del Villar.
Durante las décadas posteriores, ya lejos de aquel infierno, estuve con
Armando en Santa Clara, Cienfuegos —donde a finales de la década de 1960
pasamos juntos un Fin de Año—, La Habana, etc. A cada rato nos
saludábamos por teléfono conectando desde Santa Clara-Habana.
Hace aproximadamente 20 años que no nos veíamos —llevo 17 en México y
cuando antes, iba a Cuba, marchaba directamente para Santa Clara— y hoy
me parece que lo estoy viendo de nuevo allí, vestido de azul, sonriendo,
azadón, machete en mano. Sonriendo.
http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/murio-el-soldado-umap-no-67-armando-suarez-del-villar-280217
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