martes, 28 de agosto de 2012

Sancho Panza contra los molinos

Sancho Panza contra los molinos
Martes, Agosto 28, 2012 | Por José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -A pesar de las preocupaciones
por la cercanía de la tormenta tropical Isaac, deben haber sido pocos
los cubanos que, en días pasados, lograron contener las ganas de
intercambiar algún chiste burlón ante ese circo de barata propaganda
mediática al que los medios oficiales de aquí llaman la activación de la
Defensa Civil.

Algún cubanólogo amante de los balances y las estadísticas económicas
debiera calcular los gastos que en circunstancias tales exigen realmente
las evacuaciones de personas y el resguardo de bienes materiales, así
como la necesaria orientación informativa a la población. Y luego, sería
provechoso que se intentara establecer comparaciones entre lo que puede
ser su costo real y el derroche de recursos que se gastan los caciques
tan pronto empieza a soplar cualquier viento platanero cerca de nuestras
costas. Lo más seguro es que la diferencia resulte escandalosa.

Ya se sabe que ese despliegue circense de la Defensa Civil en tiempos de
catástrofes es otro de los tantísimos engendros de Fidel Castro.
Inventado justamente a su medida, con el centro de pronósticos del
Instituto de Meteorología convertido en un gran set para el ejercicio de
su histrionismo y de su petulancia dictatorial, pudo quedar como un
capítulo extraviado de la historia del teatro bufo criollo.

Pero como casi todos los engendros fidelistas, lejos de pasar a la
historia después de la retirada del líder de los primeros planos, ha ido
a formar parte de los objetivos de eso que graciosamente llaman la
actualización del modelo socialista cubano.

Es el cambio de la vaca por la chiva, como dicen los guajiros. Aunque al
menos hay que agradecer las ganancias que reporta al licenciado José
Rubiera, nuestro especialista estrella, para quien debe haber sido muy
difícil pasar años lidiando con los ciclones y, a la vez, con el
cargante Meteorólogo en Jefe, que se le colaba en sus predios para
arrebatarle constantemente la palabra, acosándolo con preguntas absurdas
y metiendo la cuchareta sobre cualquier asunto ajeno a la situación
meteorológica, con lo cual dejaba perplejos y desinformados a los
televidentes.

Por lo demás, no ha cambiado en lo esencial el circo de la defensa civil
para tiempos de catástrofes naturales. Rubiera, al fin solo, puede
concentrarse mejor en su tarea. Pero a los viejos caciques que aún se
mantienen en activo no hay quién les prive del gustazo de entrar en
combate (aunque sea de mentirita), vestidos de campaña y debajo de la
llovizna, protegiendo a la gente contra el enemigo invasor, igual que
los antiguos dueños de ganado (ancestros suyos en buen número) ponían
bajo amparo sus vacas y caballos y gallinas ante la amenaza de un ciclón.

Perdidas ya para siempre sus posibilidades de organizar guerras y
guerrillas en medio mundo, y desinflado el globo de la invasión militar
yanqui, sólo les quedan para entretenerse los llamados Días de la
Defensa (parte del mismo capítulo extraviado del bufo criollo), y los
escasos huracanes que últimamente pasan por aquí.

La vejez es una enfermedad incurable, nos dejó dicho Terencio. Y quizá
esté bien que así sea, siempre que lleguemos a viejos después de haber
vivido más o menos cabalmente. Malo sería envejecer antes de llegar a
viejos. Y peor que malo, dramático, patético, resulta no percibir o no
aceptar el arribo a la incurable vejez.

Como la inocencia es lo único que salva a los niños de esa innata
propensión humana al egoísmo e incluso a la crueldad, quienes no saben
envejecer suelen comportarse como niños, pero sin inocencia. Son
egoístas y crueles en actitud de alevosía.

Esto explica en algo (aunque sea sólo en algo) la euforia que no pueden
ocultar los viejos caciques cuando los ciclones chiflan en nuestra
dirección. Llegó para ellos la hora de salvar nuevamente a la patria.
Han mantenido, mantienen y sueñan con mantener a millones de cubanos en
la más bochornosa miseria, les coartan sus derechos más elementales, los
reprimen, nos les permiten siquiera pensar, les imponen el atraso, el
dogma, la desinformación y el odio fratricida como normas de vida y aun
como cultura. Pero, eso sí, ante la cercanía de un ciclón, todos sus
animalitos del corral pueden estar seguros de que no perecerán ahogados.

Claro que como siempre viene bien ligar lo placentero con lo
beneficioso, los caciques han aprendido a sacarle buena lasca al circo
de la defensa civil, sobre todo en materia de propaganda internacional,
sobre todo entre sus amigotes socialistas del siglo veintiuno. Al igual
que Sancho Panza, saben que el enfrentamiento no es contra gigantes sino
contra molinos. Pero no van a ser ellos los que echen a perder la
novela. Serán enfermos de incurable ancianidad, pero no bobos.

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