viernes, 10 de agosto de 2012

Ocho notas sobre una muerte

Muerte de Oswaldo Payá

Ocho notas sobre una muerte
Antonio Elorza
Madrid 10-08-2012 - 2:01 pm.

¿Cómo afecta a las relaciones entre Cuba y España? ¿Cómo ha reaccionado
la prensa española? ¿Cambiará la política europea hacia Cuba?

La muerte de Oswaldo Payá en un accidente de automóvil, provocado o no,
supone un punto de inflexión tanto para la vida política de Cuba como
para las relaciones entre los gobiernos de La Habana y de España. Han
sido publicados ya comentarios, muy pertinentes, como el de Bertrand La
Grange en este diario o el de Eugenio Yáñez en Cubaencuentro, pero tal
vez por eso resulte posible ya esbozar un primer balance de los
significados del episodio.

Primero, y ante todo, la pérdida de Payá supone un golpe decisivo para
las perspectivas, agónicas perspectivas, de una transición democrática
en la Isla. No es que la cabeza de la Iglesia cubana, el arzobispo Jaime
Ortega, sea un militante activo de la misma, pero al menos sus buenas
relaciones con la dictadura proporcionaban un mínimo de protección al
movimiento demócrata-cristiano de Payá, quien desde su tenaz política de
utilización de resquicios legales en el orden totalitario, al intentar
presentarse a la Asamblea Nacional del Poder Popular, y sobre todo, con
la puesta en marcha del Proyecto Varela, había superado la condición de
disidente para convertirse en opositor. Ahora todo se ha hundido.

Segundo, las circunstancias de la muerte han favorecido por todas partes
a los intereses gubernamentales. Payá había proclamado siempre su
independencia en relación a Estados Unidos. Ahora su desaparición queda
asociada a la ayuda aportada por organizaciones anticastristas del
exterior, de España y de Suecia, base suficiente para que el gobierno
cubano trace la inevitable "American connection".

Tercero, como ya se ha escrito, la forma de la ayuda que traían los
jóvenes español y sueco, no pudo ser más desafortunada. Perfectamente
detectable la llegada de ambos, sobre todo de Carromero, por los
servicios de Seguridad cubanos, sometidos a control desde ese momento y
del encuentro con Payá sus andanzas, no hubiera hecho falta el accidente
para que la historia acabase mal.

La presión sobre la disidencia es muy alta, según pude comprobar en
junio al visitar a mi viejo amigo Elizardo Sánchez en La Habana,
sometido a un cerco del que no faltaba ni la presencia ostentosa del
auto con el seguroso dentro a unos metros de su casa. Con la
circunstancia agravante, en este caso, de realizar la misión con las
siglas puestas y los "populares" en el gobierno de España.

Cuarto, faltó en ambos —Carromero y Modig— la entereza necesaria para
afrontar con dignidad las presiones de la Seguridad cubana, una vez
detenidos. Era inevitable.

Quinto, sorprende en cambio que los medios de opinión españoles, salvo
obviamente aquellos inscritos en la derecha, no concedieran importancia
alguna a este hecho fundamental, que afectó y afecta sobre todo al
detenido español. Parece lógico que en Cuba valga todo cuando se trata
de aplastar al enemigo, interior o exterior. Los derechos humanos han
sido vulnerados desde un primer momento, al privarle al detenido de
asistencia de un abogado, mantenerle incomunicado por un tiempo
indefinido y, finalmente, forzarle a una confesión que constituirá una
prueba decisiva en su contra, transmitida por añadidura a través de la
televisión de Estado. Tal y como se hace en Irán, y como se hizo en Cuba
—proceso Ochoa, entre otros—, sin que revirtiera por lo menos a favor
del acusado. Tocaba aquí intervenir al PSOE, por encima de las
diferencias de partido, y no lo ha hecho. Al contrario, las Juventudes
Socialistas (JSE) han pedido responsabilidades al Gobierno español.

Sexto, no menos sorprende la actitud de destacados líderes de opinión,
dispuestos a acumular pruebas en contra del detenido y ciegos y sordos
ante la dimensión de derechos humanos. El protagonismo ha sido aquí
asumido a título personal por Mauricio Vicent, excelente conocedor de la
vida política en la Isla, a quien además las autoridades castristas
privaron del derecho a informar. Ya en un reciente reportaje sobre las
bellezas de La Habana, dibujaba un panorama idílico de libertad, con el
ejemplo de los hipercensurados e hipercontrolados libreros de la Plaza
de Armas, en cuyos puestos "hay de todo", incluso ejemplares de Bohemia
de 1959 "con Fidel Castro en portada jurando que no era comunista".
Ahora su implicación es mayor, al sacar a la luz una pieza de acusación
fundamental ante la opinión contra el joven "pepero": su carnet de
conducir en blanco de puntos. Noticia importante sin duda, pero que ve
la luz el 3 de agosto, una vez difundida la nota oficial del Gobierno
castrista y se presenta como muestra de que todo discurre dentro de la
legalidad, por dura que ésta sea, y en contra de quien es descrito con
sarcasmo como "un as del volante". Connotación contra denotación: el
tema del carnet borra toda preocupación por los derechos humanos.

Séptimo, el relato oficial es irreprochable, y se ve confirmado por la
declaración televisada de Carromero: velocidad excesiva, derrape,
testigos donde tenían que estar, golpe contra un árbol ausente de las
fotos (que destroza la parte trasera), homicidio involuntario. De Harold
Cepero, muerto por complicaciones tras una fractura abierta de fémur,
casi nadie se acuerda. Única reserva. Sucedieran las cosas de este modo,
o de otro, sabemos que la versión oficial cubana confirmaría punto por
punto lo que quisiesen confirmar, con independencia de los hechos, y que
no van a admitir análisis contradictorios.

Octavo, gana por todas partes el Gobierno cubano y pierden los
demócratas. Moratinos ya había roto los puentes con la disidencia,
sometiéndola a una incomunicación aún hoy del todo vigente, según me
contaba Elizardo Sánchez, y cuando ya la política española de Exteriores
se orientaba hacia Europa sin militancia alguna respecto de la cuestión
cubana, estos acontecimientos alejarán toda posibilidad de cambio. Como
es lógico, intentarán sacar con discreción del infierno a Ángel
Carromero y pagarán el precio que haga falta, que Mauricio Vicent ya se
ocupó de señalar lúcidamente: el Doce de Octubre, fiesta oficial en
todos los sentidos.

http://www.diariodecuba.com/opinion/12488-ocho-notas-sobre-una-muerte

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