viernes, 24 de agosto de 2012

La austeridad es una condición

La austeridad es una condición
[24-08-2012]
Alberto Medina Méndez

(www.miscelaneasdecuba.net).- En tiempos como estos, de permanente
apología del intervencionismo, de políticos que defienden el estado del
bienestar, como si se tratara de un dogma, algunos parecen olvidar
convenientemente ciertas cuestiones básicas de su supuesta ideología.

Es que la mayoría de los que sostienen estas teorías por las que el
Estado se debe ocupar de todo cuanto le sea posible, son los mismos que
se benefician con los privilegios que se derivan de la filosofía que
dicen patrocinar. Vaya apropiada coincidencia.

Se supone que el Estado hace el intento de detraer la menor cantidad de
recursos de los ciudadanos para no quitarles el fruto de su propio
esfuerzo. Es por eso es que el Estado debería ser austero. Pero no es la
fotografía que vemos todos los días, muy por el contrario. Lo que
logramos percibir es el desprecio por esos dineros que al no ser
propios, se usan sin desparpajo.

La lista de atropellos para con los contribuyentes abunda y no son
exclusividad de partido político o gobernante alguno. Paso siempre, solo
que ahora algunos son un poco mas burdos que habitualmente.

Ellos, esos funcionarios y políticos, que toman decisiones fijando sus
propios presupuestos, en todos los poderes del Estado, establecen una
nómina de prerrogativas que exhiben sin disimulo, como un símbolo del poder.

Vehículos oficiales, que incluyen chofer, combustible y gastos de
funcionamiento y reparación, viáticos generosos para viajar y
trasladarse, estacionamientos reservados para sus automóviles, teléfonos
celulares muy modernos, con consumos ilimitados son parte de ese escenario.

Parte relevante de esas ventajas, está representada por la lista de
personal contratado que puede reclutar, sin criterio alguno de
selección, más que las que se derivan de las cuestiones partidarias, de
utilidad política o de simple relación familiar.

En eso se gasta los dineros de la gente, lo que cada uno obtiene con
mucho sacrificio. Cuando se dice que el Estado se queda con algún
porcentaje de lo que generan los ciudadanos, cualquiera sea, y se
plantea que resulta desmesurado, rápidamente aparecen los defensores
acérrimos del sistema, diciendo que con eso se sostiene la salud y
educación, se financian obras de infraestructura y se garantiza
seguridad y justicia, entre tantas otras cosas.

Simplista e inexacta imagen, por cierto. Nada más alejado de la
realidad. Más allá de la evidente ineficiencia en el logro de objetivos
de casi cualquier gestión gubernamental, prefieren ignorar dos fenómenos
irrefutables y cotidianos en el relato.

Pretenden convencer de que la corrupción no es parte significativa de
este presente, y que la austeridad no es un asunto importante.

Después de todo decir lo primero, destacando la importancia del destino
que formalmente tienen asignados esos fondos, les viene más que bien,
los justifica en sus puestos, ingresos y gestión por un tiempo importante.

Decir lo otro, sería reconocer lo que tienen celosamente escondido, y
aceptar que en realidad el sistema que patrocinan es caro, indecente y
muchas veces corrupto. No es un argumento que pueda realmente apoyarse
sin contratiempos, por eso lo minimizan o niegan.

Pedirle honestidad y austeridad al sistema y a sus protagonistas es un
verdadero contrasentido, una absoluta contradicción. Nunca será prudente
en los gastos, ni trasparente. No es parte de sus reglas perversas. Por
eso nadie que opera en el sector publico muestra cuánto gasta y mucho
menos como gasta. Hacerlo implicaría desnudar sus manejos, y tener que
desmantelar sus privilegios que tanto disfrutan silenciosamente los más
y ampulosamente otros tantos.

Dirán que estas son las reglas del sistema. Lo extraño es como algunos
que reniegan de esas situaciones cuando son simples ciudadanos, toleran
con tanta complacencia y laxitud, lo que antes era claramente inaceptable.

Sería bueno que nos tomen a los ciudadanos por imbéciles y les sigan
faltando el respeto. Que se admita con inexplicable paciencia, que
algunos se hagan los distraídos por esa impotencia clásica de las
sociedades mansas, no significa que no se perciba y que no moleste e
indigne.

La obscenidad de su dispendioso uso de recursos públicos, esos que
quitan a los ciudadanos via impuestos, no los hace respetables. Eso
también explica el desprecio ciudadano hacia la política.

Para exigir respeto, se debe hacer algo más que dar grandes discursos,
saludar con sombrero ajeno y recitar acerca de la necesidad de que la
sociedad, revalorice la política.

La gente pretende hechos concretos y no palabras, actitudes visibles y
sobre todo admira cierta cuota de coherencia. Mientras sigan humillando
a la inteligencia de la sociedad, creyendo que porque se calla no lo
piensa, estaremos en este mismo lugar, conducidos por gente que no
merece respeto alguno y se gana la sospecha permanente de sus gobernados.

La prudencia en la administración de los fondos, la sobriedad en el
despliegue político cotidiano, el perfil bajo como estilo de vida, la
frugalidad en el ejercicio del poder, no son una mera opción, sino un
requisito para ganarse respetabilidad. En ese intento, para quienes
eligieron la tarea de dedicarse a la política, ser honesto es demasiado
importante y la austeridad es una condición.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=36878

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