viernes, 24 de agosto de 2012

El vandalismo es la impropiedad social

El vandalismo es la impropiedad social
Viernes, Agosto 24, 2012 | Por David Canela Piña

LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -Iba sentado al final de la
guagua. Comenzaba la madrugada. Un grupo de 6 o 7 muchachos que no
llegaban a los veinte años estaba bebiendo en vasitos plásticos, riendo
y gritando a los transeúntes de la calle. Por ayudar a alguien a bajarse
del ómnibus, forzaron una hoja de la puerta trasera, y la rompieron. Los
que íbamos detrás nos miramos resignados, y con cara de "la juventud
está perdida". El chofer no supo del accidente, o ni se molestó en
examinar el daño.

El parque de las columnas, de la esquina de 23 y Paseo, fue arreglado
poco antes de la visita del Papa en marzo. Le sembraron plantas, y
algunos bancos. Los bancos ya fueron arrancados. De cada tres teléfonos
públicos que hay en las esquinas de La Habana, al menos uno ha sido
mutilado. Siempre le falta el cable y el auricular.

No me alivian las comparaciones, ni que me hablen del "terrible
vandalismo" de Europa, y los grafitis de Nueva York. Para quien ha
vivido entre las ruinas de la decadencia, tal vez el único consuelo sea
el más aristocrático esplendor, o la más eficiente modernidad.

Mientras no haya una explicación mejor, yo seguiré culpando al
socialismo, y a este faraónico gobierno, del cataclismo que ha
desmoronado este país, estancando y arruinando las ciudades, industrias
y comercios. En realidad, el socialismo no fue jamás una solución para
el desarrollo económico, ni siquiera para revertir la explotación y la
inequidad social. Tampoco extinguió la propiedad privada, y mucho menos
la socializó. Más bien la radicalizó al extremo, llevándola hasta los
confines más absurdos. En la República, los individuos eran propietarios
de algunos bienes; durante la Revolución, el gobierno –adueñándose del
más grande de todos los monopolios, el Estado– pasó a ser el propietario
absoluto de todos los bienes productivos, y de todas las almas que
habitaban la Isla.

Los tres grandes momentos de la Revolución, después de 1959, están
asociados a la idea de monopolio. En 1968, con la "ofensiva
revolucionaria", el gobierno terminó de usurpar toda la economía: la
grande, la mediana, y la pequeña. En 1976, monopolizó todas las fuerzas
políticas, entronizando vergonzosamente al Partido Comunista, que –según
la nueva Constitución– sería la única representación legítima (y legal)
de los intereses del pueblo. Y en 1990, monopolizó la crisis,
arrogándose el derecho de ser el único capaz de manejarla.

La crisis ha sido indetenible, y los bienes corrompidos, porque al
final, nadie es dueño de nada, ni el Estado ni las personas, pues nadie
se ha responsabilizado de la herencia nacional. El vandalismo ha sido el
hijo bastardo de esta fingida propiedad social. Pero como han demostrado
los países civilizados, la propiedad social únicamente es efectiva donde
existe la propiedad privada. Como la cultura nace del trabajo,
destruirle una pieza significa destruir el trabajo y el tiempo de otras
personas. Y como todo tiene un valor, quien lo destruye tiene la
obligación y el deber de resarcirlo.

En los Estados Unidos, existe una penalidad jurídica que media entre la
multa y la prisión: el trabajo comunitario, que se dispensa por horas.
Si quienes rompen una guagua, un banco, o un tanque de basura, tuvieran
que trabajar 40 horas (es decir, el promedio de una semana laboral) como
asistentes en un taller de mecánica, arreglando esos medios, lo
pensarían más de dos veces la próxima ocasión. Y si tuvieran que limpiar
las calles durante 100 horas, reprenderían con firmeza a los que
vanamente las ensucian.

Un amigo me decía que la tolerancia con el vandalismo era una estrategia
del sistema político, pues mientras los vándalos quebrantan y saquean a
discreción, se mantienen apartados de la política, viven como fugitivos,
y pierden su autoridad moral.

Quiero terminar con una anécdota, que ocurrió en una estación de
policía, a la cual fui conducido (en contra de mi voluntad) por intentar
asistir a un evento de Estado de SATS. Allí, un oficial (vestido de
civil) comenzó a interrogarme sobre la razón de todas mis pertenencias.
Al ver la foto que ilustra este artículo, me preguntó si yo era de
ETECSA, o si pensaba arreglarlos. Entonces, solamente le respondí:
"Ojalá los arreglaran".

Pero ahora, yo pregunto. Si un hijo suyo se estuviera ahogando en el
mar, y él lo rescatara, probablemente nadie le preguntaría si él era el
salvavidas de la playa. O si un amigo suyo estuviese atrapado dentro de
un edificio en llamas, y él lo salvara, dudo que alguien le preguntase
si él se creía un bombero. Y si, en vez de reprimir la libertad de su
prójimo, se ocupara de defenderla, e incluso, de luchar por una justicia
mejor, seguramente, nadie le preguntaría quién se cree que es: ¿Don
Quijote, o Antígona?

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