Publicado el lunes, 05.21.12
Ni contrarrevolucionarios ni nostálgicos
Alejandro Armengol
Mientras el exilio cubano continúa empecinado en la bipolaridad
castrismo-anticastrismo, quienes rechazan el régimen en Cuba han
ampliado sus fronteras, abierto nuevas vías al debate y transformado el
panorama opositor. Esta transformación ha ocurrido tanto en los terrenos
del análisis y la información como en el alcance y la prontitud de las
denuncias. Estos cambios obedecen a diversos factores –algunos
originados por el propio gobierno cubano, otros debido al avance
tecnológico y en menor medida gracias a las reducidas modificaciones de
actitud hacia el caso cubano en Washington–, aunque todos coinciden en
un denominador común: la poca o nula influencia de Miami, que ha
evolucionado de factor beligerante a fuente de suministro, y de motivo
de preocupación para la Plaza de la Revolución a barraca de visitantes.
Está en primer lugar el problema de las palabras. Las definiciones y los
términos habituales son cada vez menos aptos para establecer posiciones.
No es un fenómeno que afecta solo a la situación cubana, pero que en
esta ciudad se refleja en dos direcciones, tanto en lo relacionado con
la política nacional (estadounidense) como en todo lo que tiene que ver
con la isla. Dos patrias tienen algunos: Cuba y Miami.
De esta forma, los términos derecha, izquierda, reaccionario,
revolucionario, progresista y conservador han adquirido nuevos matices,
y en ocasiones su empleo emborrona, en lugar de aclarar la discusión.
Para comenzar, tenemos a quienes aquí se llenan la boca para afirmar que
son conservadores. Esto equivaldría a decir que obedecen a un
pensamiento que no se sustenta en un conjunto particular de principios
ideológicos, sino más bien en la desconfianza hacia todas las
ideologías. En el mejor de los casos, estas personas no necesariamente
están a favor del ancien régime (la dictadura de Batista) y sus
iniquidades, ni tampoco proponen una ideología contrarrevolucionaria,
sino que al tiempo que advierten contra la desestabilización que ha
acarreado las políticas revolucionarias, se declaran a favor que lo
mejor para Cuba hubiera sido una serie de cambios paulatinos –en muchos
casos referidos a las costumbres y tradiciones pero también económicos y
sociales– que eran posible alcanzar por otros medios opuestos a la
acción política, ya que ésta terminaría por traer el despotismo.
Ese conservadurismo que podría llamarse tradicional, punto de referencia
de la izquierda también tradicional para identificar al exilio de Miami,
prácticamente no existe aquí.
Lo que con los años ha alcanzado mayor vigor en la parte más vocinglera
y visible de la comunidad exiliada no es el conservadurismo, sino una
actitud ultra reaccionaria.
En muchas ocasiones, en el discurso político y la información
periodística, se asocian los términos conservadores y reaccionarios,
pero no son sinónimos. Mientras que la clásica confrontación entre
liberales y conservadores tiene que ver con los seres humanos y su
relación con la sociedad, la disputa ente revolucionarios y
reaccionarios se refiere a la historia.
(El término liberal está utilizado en su acepción clásica de doctrina
política y económica, tal y como fue planteada por John Stuart Mill y se
emplea en Europa; definió las luchas políticas en buena parte de los
siglos XIX y XX en Latinoamérica; así como caracterizó en buena medida
la contienda política en Cuba durante la primera mitad del siglo XX. No
tiene que ver con esa especie de nombrete que gustan repetir en la radio
de Miami, y en general en la prensa republicana, donde liberal es
sinónimo de socialdemócrata, fabiano, comunista o el mismo diablo.)
Hay dos tipos de reaccionarios, que pueden coincidir en diversos
objetivos, pero difieren fundamentalmente en su actitud hacia el cambio
histórico. Unos añoran el regreso a un estado de perfección que ellos
creen que existía antes de la revolución (la cual puede ser política,
pero también social, económica y cultural). Otros suponen que cualquier
revolución es un hecho que no tiene marcha atrás, pero que la única
respuesta a una transformación tan radical es llevar a cabo otra similar.
Para referirse al segundo grupo, en la actualidad estadounidense no hay
mejor ejemplo que los miembros del Tea Party, unos
contrarrevolucionarios que buscan destruir todas las leyes, principios y
normas que llevaron a la creación de una sociedad con servicios de
seguridad social, asistencia pública y beneficios para los más
necesitados, y volver a la época del capitalismo más salvaje de la
década de 1920, existente antes del establecimiento del New Deal/Fair
Deal de las décadas de 1930 y 1940 y de la puesta en práctica años
después del concepto de la Nueva Frontera/Gran Sociedad de los años 60.
En lo que se refiere a Cuba, en la actualidad es correcto catalogar de
conservador al actual mandatario Raúl Castro, cuyas anunciadas reformas
son pocas, superficiales y atrasadas. Pero al mismo tiempo, la parte más
visible del exilio –en lo que respecta a la opinión política– se niega a
adoptar una posición progresista y ha acogido con beneplácito la actitud
ultraconservadora incendiaria que caracteriza al Tea Party. En una
contradicción política más, estos exiliados adoptan al mismo tiempo la
nostalgia conservadora y la combatividad de Tea Party. Son
revolucionarios-reaccionarios.
Sin embargo, entre quienes rechazan al régimen en la isla no está
presente el afán contrarrevolucionario de destruir por completo a la
sociedad existente, ni tampoco la vuelta nostálgica a la Cuba de ayer.
Esto, al menos, es una esperanza.
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http://www.elnuevoherald.com/2012/05/21/v-fullstory/1206687/alejandro-armengol-ni-contrarrevolucionarios.html
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