Friday, September 16, 2011 | Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org -Debe haber sido monseñor
Pedro Meurice, hombre sabio y cubano ejemplar, el primero en servirse
del término "lesión antropológica" para resumir ese estado de permanente
pavor, mansedumbre, atonía mental y traumática impotencia que ha
caracterizado durante demasiado tiempo nuestra posición ante la dictadura.
Quedó dicho así que no basta el miedo (aunque también se incluye, en
comprensible medida) para explicar este raro comportamiento de millones
de personas que a lo largo de medio siglo, que es toda una vida, no se
atrevieron a expresar en público siquiera una frase, un simple nombre,
renegando del tirano.
Sin embargo, al mismo tiempo, partían como si tal cosa a morir peleando
en guerras lejanas y ajenas, aun sin preguntar previamente sus razones y
objetivos, sólo porque se lo ordenaban. Además de pelear entre ellos
como lobos, y de matarse unos a los otros por causa de simples naderías
domésticas, igual que cualquier otro habitante de este mundo al que
llaman civilizado.
Claro que por certero que resulte, el término "lesión antropológica" no
alcanza para describir el fenómeno. Tampoco es su finalidad. Apenas
procura designarlo.
A los historiadores, politólogos, psicólogos sociales y creo que sobre
todo a los psiquiatras, les tocará algún día desmenuzar los hechos en
busca de juicios conclusivos –a ver si los hallan- en torno a esta
especie de lobotomía de la voluntad y de la conciencia que se nos
aplicó, con mano maestra, logrando efectos que parecían irreversibles. A
un punto que sólo después de muchos años, y aplastados por el cúmulo de
los fracasos, recién comenzamos a notar que no lo son.
No obstante, recuperarse de tamaña debacle no será un asunto de hoy para
mañana.
Es algo que no debieran perder de vista quienes pecan de excesivo apuro
y de ansiedad ante las manifestaciones de descontento popular y de
denuncia que hoy se registran en Cuba. Incluso aunque éstas aumenten y
se propaguen según pasan los días, a tono con la crisis sin salida en
que se encuentra el régimen, y también con el empuje de las noticias que
nos llegan desde el exterior.
Obviamente estamos ante el inicio del fin de una pesadilla que hasta
ayer de tarde no mostraba la cola. Pero sería iluso suponer que ese fin
nos aguarda detrás de la puerta. Y aún peor, puede resultar frustrante
creer que conseguiríamos precipitarlo sólo con aislados toques de
cacerolas y muy puntuales (así que todavía excepcionales) muestras de
valiente rebeldía en las calles.
El movimiento de oposición pacífica en Cuba acredita hoy, quizá como
nunca antes, haber alcanzado la madurez y estar estratégicamente
organizado para enfrentar las circunstancias. Además, se robustece a
ojos vista. No sólo con nuevos miembros, también con nuevos métodos, y
hasta con una nueva visión de su papel.
La prensa independiente refleja con asiduidad novedades en la dinámica
de la disidencia.
Crecimiento, en número y diversidad, de las expresiones de protesta en
las calles, lo cual mantiene en jaque constante a las fuerzas
represivas. Nombres y rostros desconocidos, en particular de mujeres,
que aportan tónica original entre los manifestantes, no sólo por lo que
hacen y cómo, sino también por lo que demandan.
Desentumecimiento de la desobediencia pública, tanto por el lado de los
opositores como por la población. Aumento creciente de los arrestos
policiales (sólo en los primeros días de septiembre la Comisión de
Derechos Humanos ha contado más de 100), sin que ello implique
disminución de los brotes de disconformidad. Ahora mismo tiene lugar una
muy significativa marcha opositora desde el oriente hasta el occidente
de la Isla, con relevos en cada provincia…
Lo mejor es que el movimiento opositor demuestra estar resuelto y en
posesión de una táctica para llevar contra las cuerdas a la dictadura
mediante sus propios recursos, sin esperar (porque ni ellos ni la gente
la desea) una intervención militar desde afuera.
Y esta precisamente puede ser una mala noticia para los ilusos y los
precipitados irreflexivos. Al menos de momento, mientras la evidencia no
los persuada.
Derrumbado por sí solo como está, en picada libre y sin remedio, el
régimen probablemente gane más de lo que pierda si le nublan el cielo de
aviones y las costas de marines estadounidenses. Históricamente por lo
menos ganaría. Mientras que la mayor pérdida iba a ser para los cubanos
de a pie, encargados de poner los muertos, como siempre, y de sufrir
otras consecuencias posteriores.
No es que al régimen no le asuste la perspectiva de una intervención
militar extranjera. Lo apreciamos a diario. Pero por lo mismo, tal vez
sea para lo único que está preparado y ante lo único que aun conservaría
intacta cierta capacidad de respuesta. Si bien no en el plano militar,
sí en lo tocante a su capacidad de movilización de organizaciones
internacionales en busca de apoyo, posando de víctima junto al pueblo de
un ataque contra la soberanía del país.
No es gratuita la parafernalia de declaraciones y de acuerdos conjuntos
que destrenzan por estos días los chavistas del ALBA para condenar la
presencia de la OTAN en Libia. Al margen de simpatías por afinidad y de
sinuosos compromisos políticos y económicos, que también los hay, en la
fea jeta de Gadafi, y en la del cúmbila de Siria, el pretendido
socialismo del siglo XXI ve arder las barbas de su vecino en Cuba, que
en este caso, más que vecino, es su adalid.
No hay por qué dudar que ante una intervención extranjera en la Isla,
una porción bien considerable de la comunidad latinoamericana -incluida
la mayoría de sus gobernantes-, ha de exteriorizar su desacuerdo, al
margen incluso de antipatías políticas. Y todavía más mientras más
violenta resulte la intervención.
Así que otra mala noticia para los ilusos y los precipitados
irreflexivos es que el gobierno de Estados Unidos (y el de Obama muy en
especial) difícilmente estaría dispuesto a buscarse ese rollo dentro del
continente americano, como calamidad agregada a las muchas que hoy
enfrenta dentro y fuera del territorio nacional.
Estamos solos (físicamente hablando) y en medio de la plaza frente al
toro. Pero tal vez no sea para lamentarlo, ya que como dice el dicho,
todo lo que pasa conviene.
Nadie sino nosotros ha sido responsable del desbarranque económico y
moral a que nos llevó la dictadura. Y no parece atinado, ni éticamente
aceptable que no seamos nosotros mismos, y a nuestra manera, quienes
deshagamos el entuerto.
No ocurrirá en un santiamén. Aunque tampoco puede demorarse mucho, pues
esto no da ya para mucho más. Con el norte perdido, sin brújula y sin
capacidad no digamos para enderezar el rumbo, ni siquiera para ver por
donde recula, la dictadura no dispone de ninguna otra disyuntiva que no
sea levantarse a diario cavilando, a ver qué nueva maniobra inventa para
alargar su agonía.
Lo que nos corresponde entonces es terminar de aplicarle cura de caballo
a esa lobotomía de la voluntad y de la conciencia que a lo largo de
varias décadas fue reduciéndonos como seres pensantes, o al menos como
caribeños con sangre en las venas y protestones por naturaleza, hasta
convertirnos en modelo de un tipo de conservador realmente insólito, el
que se resigna a ser amarillo todos los días de su vida con tal de no
ponerse rojo ni por un solo minuto.
Hoy, insisto, como nunca antes, nuestro movimiento de oposición pacífica
nos está prescribiendo un buen remedio para esa lobotomía. La clave no
está en correr a la desesperada, sino en avanzar pisando fuerte, como
con zapatos de plomo.
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