martes, 5 de julio de 2011

Retorna el fantasma de Vene-Cuba

Opinión

Retorna el fantasma de Vene-Cuba
Carlos Alberto Montaner
Miami 05-07-2011 - 1:09 pm.

El proyecto de federación entre ambos países procura conjurar el peligro
de una Venezuela sin Chávez.

El peligro es real. Los demócratas venezolanos temen que, ante el cáncer
que padece Hugo Chávez, coincidente con la inevitable desaparición de un
Fidel Castro muy golpeado por las enfermedades y los años, La Habana y
Caracas desempolven precipitadamente los planes de federación que
anunciaron a fines del 2005 y luego engavetaron.

¿Cómo se llegó a la idea de unir a los dos países? Fue una sonámbula
deriva de la Guerra Fría, concebida por Fidel Castro a principios del
nuevo milenio, cuando convenció a su arrobado discípulo venezolano de
que a La Habana y Caracas —en realidad a Fidel y a Hugo— les
correspondía la tarea de continuar con la lucha antimperialista
abandonada por los traidores rusos desde el momento en que Gorbachov,
manipulado por la CIA, se vendió al capital, disolvió a la URSS y le
puso fin al modelo de gobierno marxista-leninista que desde 1917
militaba a favor de los trabajadores del mundo.

Había que volver a las trincheras, aunque por nuevos procedimientos
electorales. Una vez en el gobierno, se procedía a desmontar todo el
andamiaje burgués republicano en los territorios conquistados,
liquidando paulatinamente las libertades formales y la división de
poderes que limita la autoridad del caudillo. Para esta nueva etapa
histórica, Chávez pondría los petrodólares y Fidel aportaría la visión
estratégica, los cuadros y el conocimiento de los métodos de lucha
revolucionaria aprendidos durante las varias décadas que ejerció como
escudero de Moscú. Pero para ello debían forjar un estado bicéfalo que
actuara coordinadamente.

En realidad, Fidel vio los cielos abiertos cuando Hugo Chávez apareció
en su camino. El Comandante no encontraba entre su propia gente a nadie
con la capacidad de fabulación y el espíritu misionero que requieren las
grandes utopías políticas. Raúl, ciertamente, no era un buen reemplazo,
porque carecía de la facultad de soñar despierto y, sobre todo, de la
urgencia de luchar contra el imperialismo yanqui hasta la victoria
siempre. Era un buen administrador, leal y discreto, capaz de mantener
rígidamente el control de la sociedad y del gobierno, pero nada más. Su
heredero político, el hombre que no dejaría morir su hazaña histórica,
era Hugo Chávez. Los dos deliraban en la misma frecuencia y con similar
intensidad.

Chávez, además, tras el golpe militar de abril de 2002, que le quitó y
le devolvió el poder en 72 horas, llegó a una conclusión que reforzaba
los planteamientos de Fidel: la revolución bolivariana, como la cubana,
sólo podían salvarse y trascender si construían un perímetro
internacional de protección nucleado en torno del eje Venezuela-Cuba,
circuito al que denominarían ALBA y dotarían de un confuso discurso, el
del Socialismo del siglo XXI.

Dentro de esa lógica de supervivencia, a fines del 2005, el entonces
canciller cubano Felipe Pérez Roque, el ex vicepresidente del Consejo de
Estado Carlos Lage, y el propio Hugo Chávez, anunciaron ambiguamente la
fusión de ambos Estados en una nueva entidad, y hasta nombraron a una
comisión de juristas que comenzó a estudiar el acoplamiento dentro de un
marco jurídico e institucional común. Pocos meses más tarde, sin
embargo, Fidel se enfermó gravemente y su dolencia lo puso fuera de combate.

Raúl, tras recibir precipitadamente las riendas del gobierno, aunque sin
desecharlo, orilló el proyecto de federar a los dos países y se dedicó a
consolidar el poder y a reformar parcialmente el catastrófico aparato
productivo que tenía a los cubanos, según su diagnóstico, "al borde del
abismo". Sin embargo, reconocía, de hecho, que Hugo Chávez, por designio
de su hermano y por la vocación del venezolano, era el primus inter
pares del binomio y el líder internacional del Socialismo del Siglo XXI.
Para Raúl, Chávez significaba más de 100.000 barriles diarios de
petróleo y otros miles de millones de dólares en subsidios, de manera
que carecía de sentido disputarle la jefatura. A cambio, había que
mantener la alianza y continuar prestándoles servicios políticos y de
inteligencia a Chávez y a sus satélites (Bolivia, por ejemplo), las dos
especialidades de su gobierno.

Pero ahora, irónicamente, es la vida de Chávez la que peligra, junto a
la de Fidel, y acaso el Socialismo del siglo XXI se quedará sin monarca
y Cuba sin protector, lo que sería la ruina absoluta para La Habana y el
fin de la utopía chavista. ¿Cómo conjurar ese peligro? Sin duda, como
temen los demócratas venezolanos, retomando rápidamente el proyecto de
federación entre ambos países para que "los cubanos" consigan sujetar el
poder en una Venezuela sin Hugo, nominalmente gobernada por un fiel
aliado de La Habana (Adán Chávez, por ejemplo), mientras Raúl, acosado
por la sensación de que todo el andamiaje se puede desplomar
rápidamente, continúa parasitando a Caracas a la ansiosa espera de que
las lentas reformas comiencen a dar sus frutos y la Isla algún día logre
la autosuficiencia. O sea, otra utopía.

http://www.diariodecuba.com/internacional/5648-retorna-el-fantasma-de-vene-cuba

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