jueves, 14 de julio de 2011

Cuatro ruedas, mil problemas

Cuatro ruedas, mil problemas
YOANI SÁNCHEZ 14/07/2011

A la intemperie, el auto Lada se ha ido llenando de polvo y el óxido ya
le corroe las puertas y las defensas. Fue fabricado a finales de los
años setenta en la lejana región del Volga central y llegó a Cuba por
aquello del COMECOM y el "intercambio justo" entre los pueblos. Su dueña
lo obtuvo a partir del sistema de méritos, para lo cual compitió -en
interminables asambleas- con el resto de los trabajadores de su
hospital. La pelea fue dura, pues varios doctores habían realizado
misiones médicas en varios países africanos, pero la lista de los
sacrificios que ella había acumulado era mucho más larga. Contaba hasta
con un diploma de reconocimiento firmado por el mismísimo Máximo Líder.
Así que se llevó el carro a casa, ante la mirada alegre de algunos y el
gesto de envidia de muchos otros. Este se convirtió rápidamente en su
más preciada posesión; conducirlo por las calles demostraba su éxito
social y también su incondicionalidad ideológica.

Las décadas pasaron y muchos de los felices propietarios de entonces
comenzaron a ver cómo se deterioraba su criatura de ruedas y timón. El
mercado de autos no se liberalizó en todo ese tiempo, de manera que
ellos seguían siendo los afortunados elegidos que disfrutaban de un
privilegio remoto, extinto. Solo los viejos vehículos, con marcas
rimbombantes como Chevrolet, Cadillac o Plymouth, podían ser comprados y
vendidos legalmente en el improvisado entramado del intercambio popular.
Pero aquellos otros, armados en Europa del Este, estaban condenados a
permanecer en manos de los destacados trabajadores que se los habían
ganado. Increíble contradicción: solo se respetaba como propiedad la de
los carros comprados antes de 1959 bajo el sistema capitalista, mientras
aquellos distribuidos por el socialismo no podían ser traspasados a otra
persona. Si el dueño salía del país por más de 11 meses, le era
confiscado en virtud de una justicia social que nunca fue tan justa ni
tan equitativa. Ya la sonrisa altanera se les había borrado del rostro a
quienes manejaban aquellos coches de probada fortaleza y penoso diseño.

Se terminó entonces aquella absurda meritocracia, al menos en su forma
más pura. Para adquirir los flamantes Toyota, Mitsubishi y Peugeot que
empezaron a importarse, había que contar con una mezcla de valores
políticos y billetes convertibles en el bolsillo. Bajo esa nueva
premisa, consiguieron adquirir un auto músicos famosos, deportistas de
altos quilates, marinos mercantes y artistas que comercializaban sus
obras en el extranjero. Durante largos años el documento de autorización
para comprar uno de estos debía ser firmado por Carlos Lage,
vicepresidente del Consejo de Estado que cayó en desgracia en marzo de
2008. El proceso para lograr el permiso resulta -aún hoy- tan
complicado, que puede demorar cinco o 10 años entre la solicitud inicial
y la obtención del vehículo. Para colmo estos relucientes automóviles
tampoco pueden ser cedidos o vendidos a otra persona.

Tanto control sobre el comercio de automóviles ha tenido como motivación
evitar que las diferencias sociales fueran visibles. De la misma manera
artificial, se congeló también el mercado inmobiliario y otros símbolos
de estatus. La igualdad se definía por decreto y no por la existencia de
una verdadera premisa socialista de "de cada cual según su necesidad, a
cada cual según su trabajo". Abrir concesionarios donde no se necesitara
presentar la divisa de la fidelidad ideológica o la dichosa carta de un
alto funcionario era una idea que lastimaba a los exégetas del
igualitarismo ramplón. Fueron justamente esos burócratas -que ya tenían
sus propios autos- los que inventaron más de 40 limitaciones legales,
entre leyes, decretos y resoluciones, para impedir que otros pasaran de
ser simples peatones a sentarse tras un timón. La inmovilidad se trocó
así en norma de vida y un auto en un objeto inasible para el común de
los cubanos.

Cuando parecía que a este tema no le cabía una pizca más de absurdo,
llegó el sexto congreso del Partido Comunista de Cuba. Entre los
lineamientos aprobados en esta cita partidista, se anunció finalmente el
cese de tanto desatino. La apertura del mercado de compra y venta de
autos estará vigente, según el último consejo ampliado de ministros,
antes de que finalice este 2011. Los vehículos obtenidos por el caduco
mecanismo del mérito laboral podrán ser finalmente traspasados a otro
propietario. Se pondrá fin así al último reducto de unos tiempos en que
no importaba cuánto dinero tenías, sino cuál ideología profesabas. La
oferta y la demanda terminará por imponerse a lo que tuvo trazas de
distribución racionada. Mientras, los orondos propietarios de antaño
respiran aliviados frente a sus autos Lada, Moskovich y Fiat polaco.
Podrán trasmutar el fruto de sus virtudes políticas en dinero constante
y sonante. Canjearán aquel premio otorgado hace décadas por esta vigente
moneda convertible, por este otro capital que niega todo lo que una vez
soñaron.

Yoani Sánchez, periodista cubana y autora del blog Generación Y, fue
galardonada en 2008 con el Premio Ortega y Gasset de Periodismo.

http://www.elpais.com/articulo/opinion/ruedas/mil/problemas/elpepuopi/20110714elpepiopi_5/Tes

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