Antonio Sánchez García
Jueves, 17 de febrero de 2011
El cierre de Lectura nos conmueve a todos. Anticipa la catástrofe que se
cierne sobre la industria editorial y el comercio del libro
A Luis Penzini
Se le atribuye a Joseph Goebbels, el todopoderoso espaldero intelectual
de Adolfo Hitler, haber expresado públicamente que cuando escuchaba la
palabra "cultura" agarraba instintivamente la cacha de su pistola. Pocos
sospechan siquiera que Goebbels, un hombre enteco y contrahecho, cojo
por haber sufrido en su infancia de una parálisis infantil, de no más de
un metro cincuenta y cinco de estatura, imponente voz de barítono,
agitador profesional y tan liviano como un jockey – pesaba 45 kilos –
había sido un marxista fanático, un comunista convencido, hasta que cayó
en las redes berlinesas de Gregor Strasser, un marxista bávaro de la
primera hora, derivando al nacionalsocialismo y convirtiéndose luego de
caer en brazos del cabo austríaco en el segundo hombre en importancia
detrás del Führer.
Que la palabra cultura y el deseo de acabar de un pistoletazo con
artistas e intelectuales se hayan asociado para siempre con dictadores,
caudillos y autócratas es lógico. Desde que el emperador chino Qin Shi
Huang ordenara la quema de todos los libros existentes en China y el
enterramiento vivo de muchos intelectuales que se negaron a obedecer la
monstruosa orden, en el año 212 antes de Cristo, hasta la estricta
prohibición de la libre circulación de todas aquellas obras que
quebranten el absolutismo del castro comunismo en Cuba, el odio a los
libros y al saber ha sido una constante universal de los tiranos. Como
hasta un colegial lo sabe, filosofía significa amor al saber. Y su
máxima potencia, la Aletheia griega, significa desvelamiento. De allí el
vertebral e inevitable compromiso de la cultura con la verdad, tan
profundamente emparentada con la belleza, que todos aquellos regímenes
totalitarios montados sobre gigantescos castillos de falacias, fraudes,
engaños y medias verdades no puedan menos que tener una profunda
desconfianza por quienes piensan y crean con pensamiento y voz propios.
Toda vez que la verdad y la belleza viven de la denuncia de la falsedad
y la injusticia de la realidad que nos oprime y aspiren a la superación
del engaño de las máscaras reinantes mediante la reivindicación de la
verdad y el imperio de la justicia.
De allí también que tras del odio a la verdad, al pensamiento, a los
intelectuales y a los artistas esté el odio a los libros, el máximo
vehículo de la cultura desde tiempos inmemoriales, puestos al alcance de
la mano por el maravilloso invento de la imprenta. ¿Cómo olvidar la
gigantesca hoguera ordenada por Hitler y Goebbels, hecho ominoso
acaecido en la Plaza Bebel de Berlín, el 10 de mayo de 1933? ¿Cómo
olvidar la desesperada búsqueda de libros condenados por la Inquisición,
hecho repetido hasta el cansancio bajo todos los regímenes dictatoriales
y que muchos de nosotros viviéramos en la primera fila de los
perseguidos por las tiranías militares de los años setenta y ochenta?
Llevo meses buscando libros que he visto reseñados en las secciones de
libros de El País, de España, de Excelsior, de México, de Clarín y la
Nación, de Buenos Aires, de La Tercera, de Santiago de Chile. Hubiera
querido encontrar El Hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura.
Tuve que pedirlo a un amigo que volvía de los Estados Unidos. Recorro
sistemáticamente las librerías de Caracas, en donde me llevo dos
inmensas sorpresas: no hay novedades, y las pocas que logran sortear el
campo minado de CADIVI, del SENIAT, del Banco Central cuestan fortunas
inalcanzables para un estudiante universitario o un modesto profesional.
Los precios son estremecedores.
En estos días se me vino el alma al suelo al encontrar cerrada la
librería que llevaba visitando semana a semana desde hace más de treinta
años, y en donde tuve la dicha de conocer personalmente a Jorge Luis
Borges, a Vargas Llosa, a Gabriel García Márquez y a tantos y tantos
grandes escritores e intelectuales de España y América Latina. Conversar
con Walter Rodríguez, un emigrado uruguayo compañero de los naufragios
de las dictaduras sureñas, uno de los más informados, cultos y cordiales
libreros profesionales de la Venezuela democrática, constituía un
bálsamo en estos tiempos de tinieblas. El culpable del cierre de la
librería LECTURA no es otro que el teniente coronel que nos desgobierna.
Y los fantoches que fungen de ministros de la cultura y a quienes un
libro, cualquier libro que no haya sido escrito por Marx, Engels o el
Ché Guevara y no contenga una égloga a las glorias del ágrafo cuartelero
que nos sume en el oscuro corazón de nuestras tinieblas no vale la pena
de ser producido o importado. De allí la declaración de guerra a muerte
al libro y a la cultura que vehiculizan. Nadie más reacio al engaño y el
sometimiento que una persona culta y educada. Nada más difícil de
convertir en fanático adorador de un analfabeta cuartelero que un hombre
culto.
El cierre de Lectura nos conmueve a todos. Anticipa la catástrofe que se
cierne sobre la industria editorial y el comercio del libro.
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