jueves, 17 de febrero de 2011

A la calle, no

Opinión

A la calle, no
Orlando Luis Pardo Lazo
La Habana 17-02-2011 - 6:35 pm.

La resistencia en Cuba pasa hoy por aferrarse a la vida. La mejor
insubordinación es sobrevivir en pleno al Consejo de Estado.

(LÁZARO SAAVEDRA)

"La política es el negocio de los muertos", dice una madre cubana en Las
Iniciales de la Tierra, obra cumbre de Jesús Díaz que en su momento
aspiró al sambenito de Novela de la Revolución.

Parece una frase sabia. Política doméstica de quien ha visto desde su
alcoba el incontenible carnaval de cadáveres durante eso que nuestros
poetas patéticos han llamado República. La escena novelada se hunde en
una noche de La Habana de los sesenta tempranos. Con la Revolución no
tendría por qué ser diferente. La violencia es la única vox populi
verosímil entre vecinos. El vivo vive del bobo. El cementerio como
fuente de Derecho secular. La madre cubana como una fiera que defiende a
su prole del entusiasmo luctuoso de las masas ciegas. ¡Quién supiera
leer así hoy…!

Un escenario nacional vaciado de espontaneidad se convierte ipso facto
en un guiñol de puertas afuera. Toda institucionalidad es ilusoria. Hay
que desconfiar del prójimo precisamente por ser marionetas. El
secretismo como medida de todas las cosas. El menor acto público de la
voluntad compromete nada menos que a la mismísima seguridad del Estado y
merece la pena máxima, para colmo de horrores con cierto viso de
legalidad. En estas condiciones, la calle es sólo para la canalla. Se
parecen morfológicamente, pero sería inmoral pedirle peras al aguacate,
igual si se arenga suicidamente dentro o cínicamente fuera de nuestra
granjita post-siboney.

Las consecuencias de una paz póstuma tan prolongada son seguramente
nefastas para nuestra noción de sociedad civil y otros conceptos
capciosos, pero acaso también existan algunas ventajas colaterales. Los
cubanos nos negamos a matarnos como carroña de cañón ante las cámaras y
micrófonos de quienes se aburren en la Isla con sus altos eurosalarios.
Los cubanos hemos perdido la ingenuidad de cacarear consignas creíbles
(la polifonía está ganándole al coro por debajo de la manga). Los
cubanos hemos extraviado nuestra politicidad y, en la pugna vital del
día a día, para nada la extrañamos.

Ya en la fase espontáneamente terminal de un largo y tortuoso
totalitarismo de Estado, no tenemos ninguna prisa por pagar el precio de
hacerlo talco con un golpe de timón tétrico, sangrevolucionario. Hay
como una desconfianza constitucional en cualquier conato de cambio
descontrolado. No es miedo, es memoria. Y por eso delegamos la desgracia
en los gurús groseros de nuestro gobierno. Que se machaquen ellos allá
arriba con sus mil y una mutaciones ministeriales. Que yerren y
rectifiquen y gocen y se desgasten en su propia demagogia triunfalista.
Que se crean Cristos materialistas desde la tribuna de sus biologías
octogenarias. En definitiva, el tiempo de nuestra novela privada es
eterno (quien espera lo mucho, espera lo poco). De suerte que los
cubanos somos ahora como aquella madre cubana que nadie leerá de nuevo
en una escenita olvidada de Las Iniciales de la Tierra.

Negocios. Muerte. Desde nuestro infantilismo histórico hemos madurado
como pueblo después de todo. La resistencia en Cuba hoy pasa por
aferrarse con fe fútil a la vida. Renace esa enfermedad efímera llamada
esperanza. La mejor insubordinación será entonces sobrevivir en pleno al
Consejo de Estado. Sin necesidad de salir a la calle, sin convocatorias
más o menos carismáticas o criminales, ese plebiscito de futuro la
Revolución ya lo ha perdido por unanimidad.

http://www.diariodecuba.com/derechos-humanos/3187-la-calle-no

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