jueves, 18 de noviembre de 2010

Pensando en oportunidades

Política

Pensando en oportunidades

Para llevar a cabo el imprescindible ajuste social, recuperar la
economía y sus propios espacios de acumulación, la élite política confía
en dos recursos: el control político/policiaco y los emigrados y sus remesas

Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 08/11/2010


Si algo se han cansado de repetir los grandes teóricos militares —desde
el mítico Sun Tzu hasta el tangible Clausewitz— es que el poder de cada
contendiente es un valor relativo que depende más de las flaquezas del
opuesto que de las fuerzas propias en una coyuntura específica. Es, en
resumen, una conjunción de racionalidad, motivaciones y azar.

La élite política cubana lo sabe. Se lo enseñó por cinco décadas Fidel
Castro, un hombre que siempre adaptó las estrategias a las tácticas,
buscando en cada coyuntura la brecha que le permitiría ser más fuerte.
Una cualidad de alto cinismo político que atrajo a muchos admiradores
encantados, unos celebrando el pragmatismo que nunca tuvo y otros
queriendo ver en el Comandante a su propia oposición. Pero que le
permitió sobrevivir políticamente por medio siglo, incluso algunos
lustros después que se terminaron los subsidios soviéticos y la economía
nacional entró en un proceso de descomposición de la que aún no se ha
repuesto.

Este poder relativo se ha puesto en juego en la maniobra política más
reciente del Gobierno cubano: la excarcelación de decenas de presos
políticos cubanos con la mediación de la Iglesia católica.

Dejando a un lado ahora la probable motivación humana de esta acción por
parte de la jerarquía católica, es innegable que la Iglesia ha ganado
con ella. Ha ganado visibilidad, aplausos, espacio público y le ha hecho
un favor a la élite política. Y como se sabe, en política siempre los
almuerzos se pagan. Pero las mayores ganancias de los prelados serán de
largo plazo, y en eso de los plazos largos la Iglesia tiene una
experiencia de dos milenios. Pues al final en ese largo plazo la Iglesia
seguirá viva, pero todos los que leemos esto estaremos muertos.

Los ganadores inmediatos de la acción son los propios dirigentes
cubanos. De un golpe se han quitado presión internacional en un contexto
en que el escenario mundial no puede ser fácilmente obviado. Y se ha
hecho sin tener que digerir el reingreso de los excarcelados al
movimiento de oposición. Y de paso debilitando a la oposición interna, y
dentro de ella a la piedra en el zapato que más le molestaba: las Damas
de Blanco, un movimiento que basó su fuerza en su debilidad y articuló
su discurso mediante su silencio. Justo el tipo de cosas con el que los
huéspedes del Palacio de la Revolución no saben lidiar.

Un desenlace de esta naturaleza sólo ha sido posible por la debilidad de
los actores diferentes y eventualmente opuestos al Gobierno cubano.
Seguramente que en otro contexto la Iglesia católica hubiera tenido una
mayor capacidad para condicionar su mediación. La oposición hubiera
podido mover otras fichas políticas más allá de lo que pudieron hacer
algunas figuras aisladas como es el muy significativo caso de Fariñas.
El exilio/emigración hubiera sido menos inefectivo de lo que
habitualmente es (es decir somos). Y la misma población hubiera al menos
conocido de la maniobra más allá de lo que el Granma dijo, y hubiera
podido evaluar su desenlace.

Pero no fue así porque el Gobierno cubano pudo actuar casi impunemente
frente a actores muy débiles, fragmentados y atomizados. Esa ha sido
justamente la clave de la suerte política de la élite cubana: más que de
su propia fuerza, ha gozado de las flaquezas de los contendientes. Y ha
convertido a la fragmentación de "los otros" en su carta de triunfo,
sean estos "otros" ubicados en la política o en el mercado.

Creo, sin embargo, que pudiera estarse produciendo un cambio sustancial
en la sociedad cubana que la clase política ha percibido: la erosión del
pacto social postrevolucionario que para la sociedad cubana implicó la
cesión de su autonomía social a cambio de la seguridad social que
brindaba un estado de vocación totalitaria. De ahí el visible
nerviosismo de la clase política ante el ajuste inminente que
constituirá un verdadero matadero social, sobre todo cuando sigan
avanzando los despidos, se complete la liquidación de los subsidios a
los alimentos y se reduzcan los programas sociales en salud y educación.

Policías y remesas

Para hacer esto, que es imprescindible para intentar recuperar la
economía y sus propios espacios de acumulación, la élite política confía
en dos recursos.

El primero es el control político/policiaco. Su lado más visible es el
despliegue de decenas de bedeles ideológicos —cuyo adelantado fue el
sicalíptico Lázaro Barredo con aquello del pichón con el pico abierto—
que intentan explicar que todo se hace en nombre del socialismo y que
nadie quedará desamparado. Todo lo cual es difícil de creer en el
presente escenario, pero que intenta conservar la disciplina de la
franja minoritaria (pero aguerrida) de apoyo político. Pero por primera
vez en la historia postrevolucionaria aquí se prevé el recurso a la
represión masiva, cuyas aristas ya asomaron con el último ejercicio
Bastión. Un ejercicio, dijeron sus dirigentes, dirigido a reprimir
insurgencia interna "motivada por la injerencia imperialista", y que
curiosamente concluyó justo en aquellos aciagos días en que Zapata
comenzó su mortal huelga de hambre.

El otro recurso somos nosotros, es decir, los emigrados y sus remesas.
Las remesas, que algunos autores sitúan en torno a los mil millones
anuales, han sido en los últimos años un pivote clave del consumo
popular cubano. Sin ellas la situación del país hubiera sido
catastrófica. En la nueva situación creada, las remesas son aún más
importantes, y con toda seguridad el Gobierno cubano, o al menos sus
sectores tecnocráticos más realistas, han calculado que la única manera
de salir airosos es repitiendo la experiencia de los camaradas de
Beijing con los chinos de ultramar.

En la agenda del Gobierno cubano no hay una voluntad de cambios
políticos, excepto en aquellas áreas en que una mayor apertura política
es necesaria para que la reforma económica funcione. Eso explica, por
ejemplo, la existencia de un mayor espacio para el debate sobre la
economía (como sucedió en 1990-95) y los flirteos con la Iglesia
católica. También en el campo migratorio pudiera producirse una magra
apertura, y al respecto es visible la movilización de los grupos
emigrados progubernamentales que han estado portando una agenda menor de
cambios. Y estos grupos casi nunca se mueven en dirección alguna si no
reciben las señas positivas de los respectivos consulados.

Y es que este es un campo en el que el Gobierno cubano puede producir
cambios —que gozarán de las simpatías de la mayoría de los emigrado—
tales como las rebajas de las carísimas tarifas de los servicios
consulares, el desmontaje de la ominosa expropiación del 20% a cada
dólar y la concesión de más días de estancia en sus visitas. Y al mismo
tiempo no cambiar en lo esencial el sistema discriminatorio y represivo
que caracteriza sus relaciones con la comunidad emigrada y con los
cubanos residentes en la Isla en torno al mismo tema.

Esto plantea un dilema político interesante.

Creo que hay un campo muy extenso en el que la diáspora puede colaborar
sinceramente con la sociedad insular en esta coyuntura, aportando
dinero, contactos y experiencias invaluables. Ello permitiría reducir el
sufrimiento de los perdedores en este duro ajuste e incrementaría los
espacios de autonomía social. Pero al mismo tiempo debemos preguntarnos
si es lícito hacerlo simplemente aportando remesas o si, en cambio,
ayudaríamos más a la sociedad cubana si somos capaces de plantearnos una
agenda progresiva en busca de la recuperación del derecho elemental a
viajar y a regresar.

Yo creo sinceramente que no existe una agenda más genuina e imbatible
para la diáspora que la demanda de su derecho a regresar a la Isla y
gozar de una plena restitución de los derechos ciudadanos que nos fueron
arrebatados cuando emigramos, aún cuando lo hayamos hecho en contra de
nuestra voluntad. Y como corolario incidir en el derecho de los cubanos
a viajar libremente, hacia el extranjero y dentro del territorio
nacional. No se trata de buscar el reemplazo del Gobierno cubano por
otro que nos guste más. Ni siquiera de exigir un cambio del sistema
político unipartidista. Cualquiera puede hacerlo desde agendas políticas
diferentes y eso es legítimo. Pero de lo que hablo ahora es de exigir la
terminación de un orden de exclusión absolutamente reñido con los
principios más elementales de la dignidad humana, el derecho y la
gobernabilidad.

Es sencillamente exigir al gobierno cubano lo que le he oído decir
varias veces a mi amigo Siro del Castilo: que cumpla con los acuerdos
internacionales que él mismo ha suscrito.

Se trata de aprovechar lo que sería una posible oportunidad política
para cambiar las reglas de juego en torno a un tema de alta sensibilidad
y cuyas repercusiones sistémicas serían altísimas.

Lo contrario es más de lo mismo: seguir enviando dinero a las familias,
visitar la Isla una vez al año, y ponernos muy contentos cuando los
aduaneros nos dejan pasar algunos regalos que harán la vida menos
difícil a nuestros compatriotas.

¿Podremos aprovechar esta oportunidad?

http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/pensando-en-oportunidades-248464

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