sábado, 20 de noviembre de 2010

FIDEL CASTRO REGAÑADO POR SU SOBRINA

FIDEL CASTRO REGAÑADO POR SU SOBRINA
19-11-2010.
Antonio José Ponte
Periódico El País, España

(www.miscelaneasdecuba.net).- Hace unos meses, Fidel Castro dejó atrás
los años de convalecencia, se dio de alta médica y se autodefinió como
resucitado. Pareció encantado de que tanto secreto estadounidense
estuviese al alcance en WikiLeaks, y creyó entrever suficientes razones
como para anunciar el fin del mundo.

Regresar a la vida pública era, sobre todo, convertirse en figura de
primera plana, arrebatarle a su hermano Raúl o a los presos de
conciencia liberados la posibilidad de ser noticia. De manera que
pronosticó el Apocalipsis e hizo que este coincidiera con el Mundial de
Fútbol. Luego, cuando no vino a cumplirse, achacó el error a un
multicopista que le había escamoteado datos esenciales para sus
predicciones.

Desde su atalaya de superviviente, divisaba el mundo. Barajaba asuntos
internacionales, alcanzó a hablar de un lejano episodio de
administración interna. Una entrevistadora mexicana le preguntó por el
trato dispensado tres o cuatro décadas antes a los homosexuales, y él
aceptó su responsabilidad en lo ocurrido. Si existía algún responsable
(¡qué bien habría estado la opción contraria!) era él. El país se
encontraba por entonces en peligro, él debía atender miles de asuntos y
vivía acosado. "No podía estar en ninguna parte, no tenía ni dónde
vivir", recordó. La CIA lo emboscaba sin descanso. Al final, era culpa
de la inteligencia estadounidense el que no llegara a oponerse a la
persecución de los homosexuales.

Por tres años, de 1965 a 1968, religiosos de diversos credos, hippies,
homosexuales y toda clase de sujetos considerados problemáticos fueron
confinados en Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), campos
de concentración, no de exterminio. Cuatro décadas después, Castro no
negaba que se hubiera cometido un error y disimulaba su homofobia,
aquellas intervenciones públicas en las que clamaba contra los
degenerados. (Fragmentos de esos discursos pueden encontrarse en el
documental que Manuel Zayas dedicó a Reinaldo Arenas: Seres extravagantes).

El tiempo trajo sus apaciguamientos. El Castro más visible de la
generación siguiente a la suya dirigía en la actualidad el Centro
Nacional de Educación Sexual (Cenesex), abogaba por los derechos de
homosexuales y transexuales y, de paso, impedía un asociacionismo
independiente. Pudo deberse al influjo de Mariela Castro que
recapacitara sobre el tema, aunque ella confesó haber perdido contacto
personal con su tío desde que enfermara.

La misma lógica de guionista de película de catástrofe que le hizo
combinar Apocalipsis con Copa Mundial debió sugerirle a Castro que
saldrían buenos titulares de algún reblandecimiento suyo, y se mostró
autocrítico. Tuvo un gesto perteneciente al futuro. Adoptó maneras de
fiscal de régimen venidero, juzgó un episodio del castrismo, entró por
un momento en la posdictadura. Si acaso fue calculada, su determinación
no andaba lejos de aquella de los comunistas yugoslavos en los años
setenta: "Después de Tito, Tito".

Y en este punto su sobrina se atrevió a contradecirlo: él no podía
echarse encima aquella responsabilidad, por mucho espíritu quijotesco
que lo asistiera. En tanto directora del Cenesex, ella había dialogado
con especialistas del ejército y de la policía política, testigos de la
época. Y todos le confirmaron que las UMAP fueron desmanteladas apenas
se recibieron las primeras quejas de la población, apenas la alta
jefatura tuvo noticias de que aquellos campamentos existían.

Cierto que tres años fueron suficientes para lastimar a mucha gente.
Ella se preocupaba por que las víctimas gestionaran sus traumas, pues
"mientras no elaboren lo vivido, no van a procesar ese sufrimiento".
Pero no aludía al destino de aquellos especialistas del ejército y de la
policía política que consultara. Las UMAP habían funcionado bajo
jurisdicción de su padre, Raúl Castro. A ninguno de esos hombres,
especialistas o presidente, parecía corresponderle la tarea de
administrar remordimientos o traumas personales.

No valía la pena pedir perdón, sostuvo Mariela Castro. Pedir perdón
habría sido una hipocresía. (En su escala de valores era mejor ser
criminal que insincero). Mejor apostar por leyes y reglas que impidieran
episodios semejantes, apostar por campañas educativas que eliminaran los
prejuicios. Porque, tal como recordó, ni siquiera el proceso de
Núremberg consiguió suprimir los prejuicios antisemitas.

Sentía mucho tener que contradecir a su tío, pero no debía permitírsele
juguetear con las responsabilidades. Cualquier amago de enjuiciamiento,
incluso en una entrevista, resultaba peligroso. (No por casualidad citó
el proceso contra la alta jerarquía nazi). Y, si quedaba algo pendiente
en aquel episodio de las UMAP, era la gestión de los daños sufridos por
parte de las víctimas y los empeños pedagógicos del Cenesex. Nada de
hurgar en responsabilidades sobre circunstancias terribles.

Su admirado tío podría considerarse a sí mismo renacido, en la
posdictadura o en la eternidad que seguía a la explosión del mundo, pero
ella, sus hermanos, primos y diversas generaciones de la familia Castro
tenían por delante las responsabilidades de un Kim Jong-nam, hijo de Kim
Jong-il. Ella, sus hermanos, primos y diversas generaciones de la
familia Castro tenían por delante las responsabilidades de un Teodorín,
hijo de Teodoro Obiang Nguema.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=30605

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