lunes, 2 de agosto de 2010

Más papista que el Papa

Más papista que el Papa
Martes 27 de Julio de 2010 22:57 Roberto Lozano, Miami

Si la academia cubana opera como un mecanismo más de control social por
parte del totalitarismo, a los pies del Estado y del Partido, es lógico
que la jerarquía política aspire a que los académicos no se "desvíen" de
ciertas pautas político-ideológicas.

No obstante, a pesar de las medidas coercitivas que emanan desde arriba
y de la autocensura que nace abajo, el Estado y el Partido nunca han
podido impedir que surjan dentro de sus filas individuos con
"desviaciones" y criterios de hacia donde debe moverse el país y cuales
deben ser las soluciones a los problemas. Sobretodo, cuando el constante
deterioro de la situación socioeconómica y la inmovilidad del régimen
producen desesperación e incertidumbre en sus propias filas.

Surgen así los potenciales "salvadores" teóricos del totalitarismo,
aquellos que aun desean reformar al sistema asumiendo que un "socialismo
democrático" es posible. No importa que no exista evidencia empírica
alguna sobre su viabilidad, sino todo lo contrario: la confirmación de
su inviabilidad en los desdichados países en los que se perpetúa el
fracasado y desdichado experimento.

Que algunos académicos hasta ahora fieles al llamado "proceso
revolucionario" se arriesguen a emitir opiniones "honestas" con una
fuerza critica inusual —y conscientes de que la alta jerarquía pudiese
considerar sus puntos de vista como una amenaza a la preservación del
poder— es una señal del descontento generalizado por la crisis-parálisis
que vive el país. La historia del totalitarismo demuestra que aquellos
que arriesgan una posición crítica en regímenes con mentalidad de plaza
sitiada, aunque lo hagan de buena fe, terminan sufriendo las
consecuencias. Y es que la interpretación "correcta" de qué es lo que
conviene o no al país siempre es patrimonio exclusivo de la jerarquía
totalitaria. De otra forma, no sería posible explicar las sucesivas y
cíclicas "rectificaciones de errores" por parte de una elite poseedora
del monopolio de una razón impuesta por su capacidad represiva.

Otra cosa completamente diferente es el valor intrínseco de esas
opiniones críticas en un ambiente carente de libertad de expresión y de
verdadero debate. Allí donde prima la imposición por criterios
ideológicos no es posible deslindar los verdaderos aportes al avance del
conocimiento. Debido a las condiciones de oscurantismo en que opera la
academia cubana, estas opiniones "críticas" difícilmente pueden superar
las limitaciones del materialismo histórico y la filosofía-religión
marxistaleninista que las inspira (algo que Raymond Aaron definió como
el "opio de los intelectuales") o abandonar las supersticiones del dogma
revolucionario pertinentes a la historia de Cuba. Sin cuestionar la
validez de las premisas no puede arribarse a conclusiones diferentes.

Una crítica honesta

Prueba de ello es el artículo La corrupción: La verdadera
contrarrevolución, del ideólogo-académico Esteban Morales Domínguez,
funcionario que durante décadas ha ocupado altas posiciones en la
estructura académica del régimen, que ha estado vinculado a sus
servicios de inteligencia y que ha fungido como uno de los sacerdotes
supremos de la religión marxista-leninista, acumulando así una larga
lista de servicios, desde los años en que expulsaba a estudiantes por
"diversionismo ideológico", entre otros "méritos", pero siempre
disfrutando de las dadivas del poder.

En su artículo, el ideológico-catedrático-sacerdote aduce que la
expansión de la corrupción en las altas esferas del Partido y del
Gobierno en Cuba es como para "quitarle a cualquiera el sueño" y
advierte que algunos funcionarios se preparan para "el día que se caiga
la Revolución" mediante la desviación de recursos.

Queda claro que Morales señala sociológicamente dónde está el boquete
moral que hunde barco del totalitarismo cubano —en "las altas esferas
del gobierno"—, pero no hace ningún esfuerzo por explicar sus causas
económico-estructurales. La corrupción parece ocurrir por generación
espontánea debido a las "debilidades de algunos funcionarios" y
aparentemente no tiene nada que ver con la maltrecha estructura
económica del país, debilitada por la supresión de la libertad
económica, y mucho menos con la inexistencia de los mecanismos de
balance y chequeo que existen en otras sociedades con sistemas democráticos.

Sobre la dimensión económica del fenómeno de la corrupción, Morales saca
a colación el asunto del mercado negro, el cual también parece entrever
como consecuencia de la corrupción, pero tampoco ahonda en sus causas.
Eso sí, advierte que el problema "será imposible de ordenar mientras
existan los grandes desequilibrios entre oferta y demanda que
caracterizan aun hoy a nuestra economía", como señalando la dirección
del único salvavidas contra la miseria y la depauperación que impera en
el país.

En realidad, el mercado negro no causa la corrupción, ni la corrupción
causa el mercado negro, sino que ambos coexisten como consecuencia de la
supresión de la libertad económica. Donde quiera que el agente económico
carezca de libertad para progresar en la economía formal, este escogerá
la senda de la ilegalidad como mecanismo compensatorio, convirtiéndose
en empresario político y sirviéndose del Estado como un medio de
enriquecimiento. Para revertir la corrupción generalizada hay que
restaurar la libertad económica, de otra forma, la corrupción deviene
fenómeno estructural.

Pero Morales ni siquiera insinúa cómo puede eliminarse el desequilibrio
entre oferta y demanda. El académico debería conocer perfectamente que
la formula de la centralización no ha funcionado para estimular la
oferta, que esta más bien ha devenido en un freno al desarrollo de las
fuerzas productivas. ¿No sería entonces lógico, remover la "camisa de
fuerza" con la que el Estado y el Gobierno amarran a las fuerzas
productivas para estimular la oferta y cerrar la brecha de la
oferta-demanda? ¿Por qué permanece entonces silencioso respecto a las
soluciones estructurales?

Morales identifica errónea y superficialmente a la "falta de disciplina"
y otras "debilidades" como los síntomas a combatir, de lo cual
irónicamente ahora lo acusa el Partido. Su formación como economista
especializado en Economía Política debería haberlo llevado a hurgar un
poco más en la estructura imperante; en vez de hacerlo, Morales se va
por la típica tangente del factor externo, advirtiendo que los servicios
de inteligencia del enemigo están al tanto de esas "debilidades" para
penetrar e influir sobre los acontecimientos en Cuba.

La nomenclatura, pues, termina sancionándolo y separándolo del Partido,
a pesar de que su análisis intenta estimular los instintos de
autopreservación del régimen. La sanción demuestra que a la jerarquía
político-militar-partidista no le agrada que la señalen públicamente,
mucho menos por aquellos que como Morales han dependido de sus favores y
aprobación para mantener posiciones de privilegio dentro de una
estructura académica que intuitivamente debería estar incondicionalmente
subordinada a objetivos políticos. La nomenclatura truena y castiga a
los que, avistando el poderoso iceberg que se avecina, quizás el fin de
los subsidios de Venezuela, amenazan con abandonar el Titanic de La
Revolución.

Al separar a Morales del Partido, la jerarquía política envía el
mensaje de que lo mejor que pueden hacer los que se han creído que
existen márgenes para la "critica honesta" es quedarse calladitos y
sucumbir junto al régimen. Hace tiempo los jerarcas concluyeron que no
se puede permitir ningún tipo de Glasnost, ya que la restauración de la
mínima libertad de expresión sería el principio del fin de la tiranía.

Interrogantes por responder

No obstante, el ideólogo-académico-sacerdote, en su dolor y ansiedad
emocional por el rechazo del Partido que tanto ama, produce un segundo
artículo (La Santísima Trinidad: Corrupción, Burocratismo,
Contrarrevolución) donde profesa de nuevo su fidelidad al "proceso
revolucionario" y a la Cuba "que hizo esta revolución". Sin embargo,
añade otro factor a su análisis, el burocratismo, evadiendo de nuevo la
profundización sobre las causas de la corrupción, pero proponiendo con
un celo inusitado que se fusile a todos aquellos que controlan las
compuertas de los almacenes estatales y que estén involucrados en la
corrupción. Pretende ser más "papista que el Papa" para que la Iglesia
marxista-leninista se retracte y lo acoja de nuevo en su seno.

A pesar de su radicalismo tipo "revolución cultural china", su presunta
reincorporación como miembro del Partido único requiere del
consentimiento mutuo, y Morales no parece comprender que la alta
jerarquía del PCC no le perdona sus propias "debilidades". El haber
dedicado "toda una vida" al "proceso revolucionario" —como alega su
hijo— no es garantía de permanencia en el Partido. La aprobación sin
cuestionamientos del poder castrista sí lo es, pero esa senda no puede
ser desandada una vez que se cruza ese rubicón.

Ahora, son varias las interrogantes que quedan implícitas.

¿Obliga o no la situación económico-social de Cuba a gran parte de la
población a adquirir productos y servicios en el mercado negro y/o
robarle al Estado para compensar los bajos salarios? ¿Quiénes son
responsables por la permanente insuficiencia productiva después de cinco
décadas de fracasos? ¿Cómo se va a poder erradicar la corrupción sin
hacer nada en cuanto a sus causas estructurales? ¿Es la corrupción o no
un fenómeno generalizado en las filas de la nomenclatura? ¿Son los
sancionados escogidos por razones políticas para dar un escarmiento a
los inconformes?

¿Tiene algo que ver o no con la profundización de la corrupción en "las
altas esferas del gobierno" que la elite se haya atrincherado en las
posiciones ejecutivas y que disfrute eternamente del usufructo de la
renta que se deriva de esas actividades? ¿No es la desviación de
recursos una actividad practicada por buena parte de la nomenclatura?
¿No existe relación alguna entre la monopolización del poder político y
la monopolización del poder económico?

¿Por qué continúa oponiéndose el liderazgo del país a aquellas reformas
estructurales que podrían atenuar las causas de la corrupción? ¿Por qué
a pesar de las constantes "ofensivas" y "cruzadas" contra la corrupción,
ésta, en vez de ser minimizada, continúa expandiéndose? ¿Tiene sentido
continuar las mismas prescripciones que agravan la corrupción en vez de
solucionar la crisis con políticas diferentes? ¿Por qué no puede
debatirse en Cuba libremente las causas de la corrupción y sus
soluciones? ¿Por qué no organiza la Universidad de la Habana un
seminario e invita a especialistas internacionales a que expongan
libremente sus ideas?

http://www.diariodecuba.net/opinion/58-opinion/2598-mas-papista-que-el-papa.html

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