Rafael Álvarez Gil
Leer "1984" engancha. Se devora en un santiamén. Un clásico del
pensamiento político que adquiere forma de novela ficción y que destila
una impagable lucidez contra todo tipo de totalitarismo. Es una crítica
a los sistemas que anulan la libertad y cancelan la convivencia pacífica.
"Su anuncio de posibles conflictos nucleares nos reafirma que su tablero
político se quedó en la Guerra Fría"
Y aunque George Orwell lo escribió a mitad del siglo pasado su vigencia
persiste a día de hoy sin ánimo de desaparecer. El caso de Cuba, entre
otros, es de los más cercanos que a poco que nos acerquemos a su
realidad social nos deja perplejos. Celebro la liberación de los presos
políticos. A pesar de que se encuentren actualmente ubicados en una
especie de limbo jurídico, sólo el paso del tiempo, tras el colapso de
la dictadura, restituirá su honor y pondrá las cosas en su sitio.
Incluso, en ocasiones, hay que esperar a futuras generaciones por eso de
que ahora no es el momento de abrir viejas heridas. Son las facturas a
pagar que hacen posible las Transiciones. Y si bien toda rendija que
agriete el castrismo hay que aprovecharla, adentrarnos en ella
decididamente, explorarla sin miedo, el régimen cubano podrá, en
cualquier momento, sin más, volver a producir detenciones nocturnas,
mientras La Habana duerme, para después utilizarlos como fichas de
cambio en negociaciones internacionales que les permitan coger aire.
Las apariciones de Fidel Castro no pasan desapercibidas. Tampoco es
casualidad que el encuentro fuese con embajadores cubanos. Da igual lo
que diga y manifieste. Es más, su anuncio de posibles conflictos
nucleares nos reafirma que su tablero político se quedó en la Guerra
Fría. Que no está capacitado para entender un mundo que cambia a marchas
forzadas. Pero insisto, es indiferente. Lo importante para la dictadura
es sacarlo a la luz como banderola nostálgica a la que poder sujetarse
los que se niegan a asumir el curso del destino.
El país está viviendo una situación de alarma social sin precedentes.
Saben que mientras viva no habrá cambios en la Isla. Y se aferrarán al
Comandante hasta donde haga falta, incluso, si es preciso, en los
suspiros de su agonía.
Sin embargo, siempre los últimos coletazos son los peores. Es difícil
comprenderlo cuando estamos acostumbrados a desenlaces de cine como los
de Casablanca. A las despedidas con sabor dulce y guión perfecto. A las
miradas épicas que nos hacen sentir que las cosas siempre son así porque
no pueden ser de otra manera. Saber que todo tiene un sentido nos
reconforta. Pero aquí se dirimen otros menesteres. Para empezar, el poder.
En la película "La vida de los otros" se retrata el ocaso de la extinta
República Democrática Alemana. En concreto, la década de los años
ochenta antes de la caída del Muro de Berlín. Vidas grises,
melodramáticas, propensas a la apatía y al aburrimiento de la resignación.
Y, lo que es peor, vigiladas.
En serio, tanto el libro como la película merecen la pena. Son un canto
al librepensamiento. Un rechazo a las ideologías categóricas y cerradas
que suprimen al ciudadano. Al menos, por un momento, nos permiten
entrever la asfixia que supone la existencia colectiva sin libertad y
que disfrutar de ella es, sin más, impagable.
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