izquierda»
22 Julio 10 - David Barba
Es uno de los grandes escritores latinoamericanos. La últilma obra de
Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931) es «La casa Dostoievsky» (Premio
Casa de América). Pero lo imporante para él es «el placer de estar vivo.
«He hecho muchas cosas en todos estos años; no pertenezco a la especie
del escritor químicamente puro: he sido diplomático, pero también
agricultor».
-¿Y cómo le fue?
-Mal, realmente mal. Tanto, que pasé de la agricultura a la diplomacia:
de la interioridad del país al exilio voluntario. Todo comenzó porque
quería dedicarme a escribir de forma profesional, pero en Chile no había
manera de conseguirlo. Tenía un amigo que era propietario de unas
tierras a 40 kilómetros de Santiago. Así que me asocié con él para
plantar cebollas.
-¿Qué salió mal?
-Es una historia un poco ridícula. Carlos Barral siempre se partía de
risa con ella y me pedía a menudo que la contara. Eran unas tierras muy
húmedas, y resulta que nos tocó el año más lluvioso en décadas. Nuestra
plantación se convirtió en una laguna. ¡Hasta se nos ahogó un potrillo,
el pobre! Fue un fracaso espantoso… Y yo que quería convertirme en un
gentleman, uno de esos Faulkner, un terrateniente, un Ivan Turguéniev o
un León Tolstoi. Ya sabe: un escritor hacendado que crea a la vez que
contempla su huerto.
-Al menos, existe una tradición de escritores diplomáticos. Ahí le fue bien.
-Relativamente, si consideramos mi expulsión de Cuba. Pero es cierto: en
la época había muchos escritores que se dedicaban a la diplomacia. Es
una tradición francesa que después se extendió a Latinoamérica. Vinícius
de Moraes o Guimarães Rosa fueron diplomáticos. También mi maestro,
Pablo Neruda. La profesión tenía una pinta muy relajada, como de no
hacer nada. Pero cuando me vi como diplomático, descubrí que se hacían
muchas cosas y muy poco interesantes. Me pasaba la vida en cócteles,
aeropuertos, ceremonias, dando discursos, medallas, pasaportes…
-¿Cómo se le ocurrió a Allende enviarle a usted, un independiente, a Cuba?
-Cuando Allende ganó las elecciones chilenas en 1970, una de sus
primeras medidas consistió en restablecer relaciones diplomáticas con
Cuba. Mi llegada a la isla fue un símbolo. Yo he dicho en alguna ocasión
que fui un poco inocente al ir a Cuba. Poco antes, en 1968, había visto
con recelo que Fidel Castro apoyaba la invasión de Checoslovaquia. Así
que partí con un sentimiento ambiguo.
-Y la primera noche se encontró al comandante…
-Me quiso ver enseguida porque fui símbolo de ese reestablecimiento de
relaciones. Lo encontré un hombre muy despierto, muy rápido de reflejos.
Y se ofreció a pelear por nosotros, previendo lo que ocurriría después:
«Si ustedes tienen problemas, pídanme ayuda; nosotros seremos malos para
producir, pero para pelear sí que somos buenos», me dijo.
-Esa noche también vio a Herberto Padilla.
-Esa noche, los novelistas de la isla se reunieron en el bar de mi hotel
para tomarse una copa conmigo. Así que, ya de madrugada, después de ver
a Fidel, vi a Padilla, Lezama Lima, Pablo Armando Fernández... Fue una
experiencia rara y causó un conflicto diplomático: tenían micrófonos en
mi habitación, así que supieron de las críticas de Padilla y esa misma
noche, al salir de mi hotel, le detuvieron. Padilla se convirtió en el
chivo expiatorio, pero su detención sirvió para que los intelectuales
comenzaran a reaccionar y a romper su idilio contra natura con Fidel.
-¿Y usted, cuánto tardó en romper su idilio con él?
-Fidel estuvo al corriente de todos mis movimientos en la isla: me
vigilaban. Más adelante llegó a preguntarme: «¿Por qué me mandaron a un
escritor?» le respondí: «Habrá que preguntárselo a su amigo Allende». Y
él añadió: «Al principio de la revolución, nosotros cometimos el mismo
error». No le gustaban los escritores. No se fiaba de los intelectuales.
Somos criticones.
-A veces, también muy aduladores.
-Claro, así es. Pero no fue mi caso con Fidel. ¡Mire que por un momento
pensé que quería lanzarme a los caimanes! Los cubanos me llevaron a una
laguna infestada de caimanes y me estuvieron paseando en una vieja
fueraborda que hacía aguas por todos lados. Pensé que acabaríamos devorados.
-Pablo Neruda le recomendó que publicara «Persona non grata».
-«Persona non grata» es un libro de memorias donde cuento aquella
experiencia como embajador. Cuba me hizo dejar de ser el típico
intelectual de izquierda. El libro estuvo en un cajón durante tres años.
Neruda me dijo: «Publícalo, pero no ahora, no es el momento». Había una
conciencia muy clara del don de la oportunidad en la intelectualidad de
la época. Cuando lo publiqué, Neruda ya había muerto.
-La publicación del libro causó un cisma entre la izquierda.
-Después del golpe de Pinochet en Chile, me echaron de la carrera
diplomática y me atreví a sacar mi libro del cajón. Carlos Barral me lo
publicó en España y enseguida llegaron las primeras reacciones. Había
una frase muy típica de muchos intelectuales de izquierda, que se me
acercaban para decirme bajito: «Sé que las cosas son así, como las
cuentas en el libro, pero no conviene decirlo muy alto todavía».
-Una actitud de mamerto, que es como llaman a los prosoviéticos en Colombia.
-¿Mamertos? En Chile los llamamos «la berza», que es una especie de mala
hierba, lo que se le da de comer a los burros. Había mucha gente que me
decía: «La berza no te va a perdonar esto». Pero luego tuve las
adhesiones de Octavio Paz y de Mario Vargas Llosa.
-No así la de García Máquez.
-No. Gabriel García Márquez no me apoyó. Y tampoco Julio Cortázar. La
diferencia es que Cortázar no me habló nunca más, pero con Gabo hemos
comido juntos muchas veces. Y nos hemos reído.
-Con Neruda también se reía mucho: eran cómplices.
-Neruda fue un amigo y nos lo pasábamos muy bien. Era un vividor, un
hombre entregado a la risa, al comer, al beber, al placer. A él le
gustaba tener a un chileno con el que charlar y contarle intimidades...
Era comunista, sí, pero tenía un gran sentido crítico. Era un
independiente. Y yo he tratado de heredar esa independencia. Por eso he
apoyado a Piñera, el candidato chileno de derecha, a pesar de que me
considero un intelectual de izquierda.
-¿Seguro que no le ha ofrecido ser ministro de cultura?
-¡No, en absoluto! Además, ya nombraron a uno. A mí me decepcionaba la
política cultural de la Concertación porque parecía que sólo se
dedicaban a becar a la gente. No fomentaban la cultura, sino que se
dedicaban a congraciarse con mucha gente. Así que hoy en día hay una
plaga de poetas malos en Chile, una plaga de poetas becados. Hay que
tener cierto sentido de la jerarquía en la cultura.
-Ahora que está de vuelta de todo, ¿volverá a Cuba?
-Recientemente, cuando Michelle Bachelet fue a Cuba a inaugurar una
feria del libro me invitaron a acompañarla. Respondí que sólo iría si me
dejaban firmar ejemplares de «Persona non grata». Milagrosamente,
desaparecí de la lista de invitados. ¿A usted qué le parece? No viajaré
a Cuba hasta que dejen de censurar libros.
Ahora es el momento de mi juventud
De paso por Barcelona, Jorge Edwards, escritor, diplomático y Premio
Cervantes, visita la vieja agencia literaria de Carmen Balcells para
entregar su última novela, «La muerte de Montaigne». «Ahora me retiro
durante un tiempo de la literatura para escribir mis memorias de
juventud», confiesa en la ciudad que tan bien conoce, porque en 1973 se
instaló en ella huyendo de los vaivenes de la historia para trabajar a
las órdenes del editor Carlos Barral.
Pero no hablará en esas páginas de la «gauche divine»: «Contaré la
historia de un Chile muy antiguo. La infancia, los curas jesuitas, las
primeras lecturas, las primeras mujeres… Terminaré con la publicación de
mi primer libro, el día que se lo llevé a Neruda a su casa», dice.
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