Martes 27 de Julio de 2010 09:09 Dirk Van den Broeck
Es evidente que la presencia de Hugo Chávez en el acto del 26 de julio
en Santa Clara habría dañado la imagen de Raúl Castro.
Además de robarse el show (Fidel también lo habría hecho), lo que en
estos momentos necesita Raúl es la neutralidad o el apoyo de la Iglesia
Católica y del Gobierno español para su trueque de presos políticos y
algunas reformas económicas por la cooperación de la UE, inversiones y
renegociación de la deuda.
Al mismo tiempo, el general especula con que sus concesiones influyan
favorablemente en el Congreso de EE UU, y los ciudadanos de este país
puedan finalmente tener el derecho de viajar a Cuba como turistas. La
presencia de Chávez en un acto tan simbólico como el del 26 de julio no
habría suscitado la confianza de Madrid, Bruselas o Washington.
Precisamente, una de los muchos conflictos verbales y brutales que
alimenta Hugo Chávez desde hace un tiempo es contra la cúpula de la
Iglesia Católica venezolana, cosa que tanto Raúl Castro como el cardenal
cubano conocen.
Tampoco debe Raúl ignorar ciertos sentimientos
nacionalista-antibolivarianos cada vez más presentes en la población cubana.
El pretexto de Chávez para no ir a Cuba es difícil de creer: tras romper
relaciones diplomáticas con Colombia, y unas horas antes de tomar el
avión hacia la Isla, declaró una amenaza de ataque "inminente" por parte
de Colombia a Venezuela. Mala suerte: Chávez ha tenido que renunciar a
un sueño de toda la vida, el de actuar en el acto teatral del 26 de
julio cubano, donde según sus propios pronósticos, también podría
haberse asomado su padre espiritual.
Alguien debe haberle señalado a Chávez en el último momento que su
visita (¿sugerida por Fidel?) no convenía.
Aun suponiendo que Fidel Castro no estuviera en contra de ciertas
reformas, le debe molestar que éstas aparezcan como un precio pagado a
la Iglesia Católica, a España y a la UE, y bajo el protagonismo
—exitoso— de su hermano. Quizás por ello, haya impedido que Raúl
anunciara en Santa Clara unas medidas esperadas en todo el mundo. Habría
sido interpretado como una concesión evidente al enemigo capitalista, es
decir, un golpe moral a la autoridad de Fidel y a la soberanía nacional.
¡La sagrada soberanía del pueblo cubano!
Quizás, la chaqueta verde olivo que por estos días exhibe el mayor de
los Castro signifique un veto encubierto contra un escenario tan
"humillante".
Al no viajar Chávez a Cuba, mata a tres pájaros de un tiro: satisface a
Raúl, en parte a Fidel, y a los más ingenuos venezolanos que quedan
impresionados con la amenaza bélica y el sentido de responsabilidad de
su Comandante. Chávez se queda en casa para gritar contra EE UU, desde
donde algún día deberían salir los turistas hacia Cuba.
Fidel, por su parte, se queda mirando la televisión, y Raúl decide pasar
la palabra a un Machado Ventura que no dice apenas nada: sólo se
cambiará lo que se deba, y al ritmo adecuado. Por supuesto, Ventura se
guarda bien de no mencionar la profecía del apocalipsis nuclear de Fidel.
Raúl Castro nunca habría podido leer el mismo discurso que Ventura. De
haberlo hecho, habría sido el autogol final a su deseo de ver
abandonada la Posición Comun de la UE.
Al mismo tiempo, el General y su compañía podrían estarse preparando
para el "debate" sobre las reformas en la próxima reunión de la Asamblea
Nacional, esta misma semana: ¿será desde ahí, de manera "institucional",
"democrática" y "soberana" que supuestamente emanará el impulso a las
reformas?
En el tablero castrista, las cosas pocas veces son lo que parecen. El
régimen tiene hasta septiembre para tomar medidas que convenzan a los
gobiernos de la UE y los lleve a abandonar la Posición Común. Por
supuesto, contará con grandes adversarios dentro del seno de la propia
Europa.
Es por la necesidad de La Habana que podría asegurarse que sí habrá
reformas socioeconómicas pronto. La pregunta es: ¿serán profundas?
Quizás sí, quizás no tanto. Pero esta vez, lo que se haga será
irreversible, y significará tan sólo un paso en medio de una etapa.
La otra gran pregunta, tanto para la dictadura como para la sociedad, es
si el régimen podrá controlar los "daños colaterales" democráticos de
las reformas económicas sobre su edificio totalitario. Los demócratas
cubanos no van a quedarse con los brazos cruzados ante la evolución que
se avecina.
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