viernes, 12 de octubre de 2012

En uso de mi voz

En uso de mi voz
Viernes, Octubre 12, 2012 | Por Alberto Méndez Castelló

PUERTO PADRE, Cuba, octubre, www.cubanet.org -Perseguido y odiado por
quienes transformaron a este pueblo valiente en coro dominical, pero
ahora temen su despertar, estoy muy agradecido de todos los amigos que
dentro y fuera de Cuba, leen mis textos y comparten mis amarguras como
suyas.

¿Cómo definir la residencia en mi país si no bajo el acoso? ¿Y cómo
enfrentar a mis perseguidores sin la certeza de contar con tantas
personas honradas, a quienes nunca estreché la mano, pero sé que están ahí?

No puedo llamar ni recibir llamadas, no puedo consultar las indicaciones
de los profesores ni las del médico de mi hijo, y no puedo escuchar sus
lecciones de idiomas, ni "Hotel California", mi canción favorita.

Este 12 de septiembre, luego de mantenerme más de 48 horas en un
calabozo, para evitar la publicación de una entrevista incómoda al
régimen, la policía política ocupó mis pertenencias: un teléfono
celular, una grabadora, dos cuadernos de apuntes, un bolígrafo y mi
carnet de identidad, armas terribles para un régimen que teme a las
palabras.

Esta historia de odios y miedos comenzó hace 12 años. La desató una
novela escrita por mí. El entonces Mayor de la policía política, Abel
Cervantes Palomino, hizo que me condujeran a su oficina. Era la tarde
del 14 de julio del 2000.

El policía vigilante de la cultura entendía que mi obra "Bucaneros" era
la novela de la causa No.1, la que condujo a la muerte al General Ochoa
y a otros oficiales. Del Instituto Cubano del Libro ordenaron borrar
hasta mi última palabra escrita, guardadas en sus computadoras. Sin
posibilidades de publicar en mi país, opté por relatar en el
ciberespacio lo que en nuestra tierra callan los medios oficiales.

Entonces la reacción contra mi persona tomó la exacta tonalidad del odio.

El sábado 14 de marzo del 2009, el mismísimo delegado del Ministro del
Interior en Las Tunas, Coronel Ávila Marrero, hizo conducirme a su
despacho para proferirme un ultimátum: O deja de escribir, o va a la cárcel.

Refiriéndose a las consecuencias y al peligro de ser asesinado en
prisión, dada mi profesión de criminalista, el acompañante del coronel
Ávila, Teniente Coronel Modesto Fernández, refirió: "Y en la cárcel
todavía hay asesinos de los capturados por usted".

El 3 de abril de 2010, el mayor Miguel Ramírez me hizo comparecer a la
estación de policía para mostrarme un ejemplar de la Ley 88, y habló de
las implicaciones de mis escritos con respecto a ella.

El 17 de abril del propio año, mientras permanecía en el hospital, junto
a mi madre, que se encontraba grave de muerte, ocuparon mi cámara
fotográfica y, con ella, el archivo digital con todos mis escritos.

El 25 de julio del propio 2010, el Mayor Héctor de la Fe Freire y el
Capitán Lester González Hernández, me detuvieron en la ciudad de Santa
Clara, impidiendo que me entrevistase con Guillermo Fariñas y narrara
los festejos por el 26 de julio en esa provincia.

González Hernández me condujo a un calabozo de la estación de policía de
Manicaragua, en las estribaciones del Escambray, donde me mantuvieron
hasta la tarde del día siguiente, cuando me hicieron subir a un
vehículo, y me abandonaron en una carretera de la provincia Sancti
Espíritus.

El 18 de febrero del 2011, fui secuestrado mediante los clásico métodos
de ese proceder delictivo: personas desconocidas, furgoneta
completamente cerrada, cubierta la cabeza con una capucha y encerrándome
en un lugar desconocido. ¿Motivos? No siga escribiendo o le va a ir muy
mal.

El 30 de julio del 2011, para impedirme cubrir los funerales de Monseñor
Pedro Meurice, en Santiago de Cuba, el Tte. Coronel Juan Peña me mantuvo
recluido en la unidad territorial de la contrainteligencia de la región
norte de las Tunas.

En la unidad de operaciones e investigaciones criminales de la propia
región, me mantuvieron encerrado en un calabozo por más de 3 días, hasta
que, el 22 de marzo pasado, se me imputó el manido delito de alteración
del orden público, para impedirme escribir sobre la visita del Papa
Benedicto XVI a Cuba.

Agotaría al lector narrándole las arbitrariedades de mis encierros, la
negativa de ganarme el sustento cultivando la tierra, la prohibición
risible, si no fuera diabólica, de negarme el derecho a ir de caza en mi
país.

Lo grave de estas violaciones de los derechos humanos sobre mi persona y
la de cientos de cubanos es su origen: Más que a los represores,
implican directamente al gobierno cubano.

Al quejarme por escrito al General Raúl Castro, por violaciones que
entrañarían delitos de perjurio, cometidos por funcionarios de los
ministerios de la Agricultura y el Interior, por rescindirme el
usufructo de 4 hectáreas de tierras ociosas y por la ocupación de mi
escopeta de caza, obtuve, desde el más elevado nivel del gobierno, la
prueba de que en Cuba quienes disentimos, más que segregados, somos
considerados no personas.

Como pasando la potestad de juzgar al criminal al respecto de mi queja
al General Castro Ruz, respondió, el 22 de febrero de 2011, María del
Carmen Cedeño, jefa de atención a la población del Consejo de Estado:
"(…) Hemos considerado oportuno imponer el asunto al Ministerio del
Interior y al Ministerio de la Agricultura en lo que a cada uno compete".

Y por lo que a esos ministerios compete responder por sus violaciones,
hasta el día de hoy han dado la callada por respuesta.

Conforme al Artículo No. 8, de la Carta Democrática Interamericana,
ojalá algún lector de mi texto haga llegar ante el Sistema
Interamericano de Promoción y Protección de los Derechos Humanos, estas
violaciones.

Más que privar a una persona de su libertad de movimiento, del uso de un
teléfono, de un terreno, o de una escopeta de caza, castigan a seres
humanos por el uso de su voz. Y en pleno uso de libertad, ninguna
persona debía conformarse ante esas injusticias, teniendo al alcance de
la mano los medios y el sistema donde denunciarlo.

http://www.cubanet.org/articulos/en-uso-de-mi-voz/

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