jueves, 18 de octubre de 2012

Disidencia desde las gradas

Sociedad

Disidencia desde las gradas
Iván García
La Habana 18-10-2012 - 2:27 pm.

El castrismo se desinfla, pero los cubanos seguimos sin protestar de
forma masiva.

Como muchos cubanos de a pie, Josué suele descargar su inconformidad en
el asiento trasero de un viejo taxi privado.

Entre un reguetón de moda a todo volumen y el desagradable olor a hollín
y carburantes que despide el tubo de escape del coche, los cinco
pasajeros, incluido el conductor, critican el altísimo costo de la vida
y la mala gestión gubernamental de Raúl Castro.

A diferencia de hace pocos años, cuando la gente expresaba su malestar
con el statu quo solo a personas de confianza y en voz baja, ahora nadie
se calla sus discrepancias con el régimen.

A falta de mecanismos legales efectivos que permitan destituir a un
ministro o al mismísimo presidente, o censurar sus mandatos cuando un
alto porcentaje de la ciudadanía lo desapruebe, los cubanos manifiestan
sus desacuerdos en cualquier sitio: un parque, una esquina de barrio,
una bodega, un taxi.

Cuba está urgida de encuestas serias y profesionales, de pesquisas
transparentes y públicas que recojan las opiniones de la población, de
cómo valora al gobierno y los gobernantes.

Se sabe que el partido comunista tiene filtros para conocer lo que
piensan los cubanos de a pie. Pero los resultados se manejan como
secreto de Estado. Si los generales y ministros que viven en excelentes
casas, se trasladan en autos con cristales oscuros, reciben canastas de
alimentos y en sus billeteras portan moneda dura, caminaran por las
calles de pueblos y ciudades y conversaran con vecinos y transeúntes, se
percatarían de que el reconocimiento a su gestión reflejado por la
mediocre prensa estatal está muy lejos de la realidad.

Es cierto que en la Isla el número de opositores políticos es
insignificante. Según datos extraoficiales, poco menos del 0,5% de la
población. Pero los que apoyan al régimen también decrecen por día. Se
calcula que de un 10 a un 15% de la población sería la que recibe
beneficios o está implicada hasta el tuétano con el gobierno, como
representantes o represores.

Existe un pequeño sector, sobre todo entre personas de la tercera edad,
que con ferviente fanatismo apoya la revolución verde olivo. Es entre la
juventud donde la conexión con el ideario castrista es menor. También es
significativo el número de mujeres y hombres, en edades comprendidas
entre los 30 y los 50 años, que hace rato dejó de confiar en el
socialismo tropical diseñado por Fidel Castro.

Las razones son muchas y están latentes en la vida cotidiana. Desde las
despensas vacías, magros desayunos, salarios ridículos, pobreza material
y falta de futuro. La más contundente: que el sistema no ha funcionado.

En la calle la gente percibe que los actuales líderes no están
capacitados para crear una sociedad eficiente y mejor. Si se va a
solares o barriadas marginales y charla con sus habitantes, se
constatará que casi ninguno apoya el quehacer del General.

Sin embargo —y aquí surge la pregunta del millón de dólares—, pocos
entienden cómo ese pueblo disgustado con su añejo gobierno, asiste a
pachangas en su apoyo o concurre a votar en un paripé de elecciones para
elegir candidatos a un parlamento que nada resuelve.

La indignación ciudadana aumenta por año, pero no acaba de cuajar. La
gente sigue prefiriendo observar el panorama desde las gradas. El
descontento por medidas antipopulares, como el tarifazo aduanero o las
constantes subidas de precios en las tiendas por divisas, no se traducen
nunca en protestas callejeras.

Esa supuesta pasividad e indiferencia ciudadana se viene acumulando
desde hace 53 años, y el resultado es un peligroso resentimiento
comprimido que se manifiesta en la violencia doméstica, en groserías e
insultos verbales a cualquier hora y en todas partes. Maltratando los
bienes públicos, trabajando poco y mal, o robando todo lo que puedan.

Los cubanos solemos estar orgullosos de valores heredados de padres y
abuelos. Pero nos cuesta reconocer que en ciertos acápites —como aceptar
mansamente un gobierno ineficaz—, tenemos una asignatura pendiente.

Fuimos la última nación de América en independizarnos de España. Y el 31
diciembre de 1958, mientras barbudos guerrilleros peleaban contra tropas
batistianas en Santa Clara, en La Habana a ritmo de son, carne de cerdo
y cerveza, se celebraba el nuevo año. Para muchos capitalinos, lo que
pasaba en el centro y oriente de la Isla no era su problema. A la mañana
siguiente, el 1 de enero de 1959, un mar de habaneros se tiró a las
calles, a festejar el triunfo de Fidel Castro y su ejército rebelde.

Tal vez por miedo, porque no está en nuestros genes, somos un pueblo
poco dado a los actos heroicos. Combatir abiertamente una autocracia
puede tener terribles consecuencias. Perder el trabajo y caer en el
ostracismo. Palizas, actos de repudio y varios años de cárcel.

Entonces, un buen número de cubanos refleja su descontento en tertulias
hogareñas. En esquinas de barrio. En taxis particulares.

http://www.diariodecuba.com/cuba/13498-disidencia-desde-las-gradas

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