martes, 21 de agosto de 2012

Poco pan y escaso circo

Poco pan y escaso circo
Martes, Agosto 21, 2012 | Por Ernesto Santana Zaldívar

LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -Por la tarde llovió un poco y
parecía que la amenaza de otro aguacero duraría hasta el día siguiente,
pero después de las seis se despejó el cielo. Ya se había anunciado que
no habría desfile de carrozas y no lo hubo, en efecto. Tampoco tocó
ninguna orquesta. Seguramente en otra noche el ambiente sería un poco
más animado, las carrozas y los músicos darían un toque de vida a la
multitud, que parece hoy muerta en su ir y venir. Pero nada de eso, de
todas formas, es determinante si uno trata de hacerse una idea de qué
cosa es esto que se insiste en llamar "carnaval" como si la inercia de
las palabras pudiera más que la memoria o que el sentido común.

Es evidente que el carnaval murió desde hace años, y no de muerte
natural, porque las fiestas populares no mueren por sí mismas: se
transforman en otro tipo de fiesta o son prohibidas por un poder
religioso o político. En Cuba, sobre todo en La Habana, con tan larga y
arraigada tradición de carnaval, esta festividad ha sido asfixiada poco
a poco desde los años ochenta: se le arrancó la espontaneidad que le es
intrínseca, se le condenó a la dependencia estatal, burocratizándola,
definiéndola a capricho, castrándola, hasta convertirla en lo que
podemos ver hoy, quizás en su peor noche, pero que es un resultado tangible.

Lo único que suena en las bocinas es reguetón, número tras número,
variaciones de un mismo mantra en la estación final de la música
popular. Multitud en movimiento, segmentos de multitud, multitudes
mezclándose, la caótica inercia multitudinaria. Zombis inexpresivos,
zombis regocijados, farsa de zombis, zombis policías, bandidos zombis.
Carnaval de cuartel. O de presidio. El carnaval de La Habana, cuyos
orígenes parten del siglo XVI (en torno a las fiestas del Corpus Christi
y la salida de los cabildos de africanos y sus descendientes a partir
del Día de Reyes), es hoy cualquier cosa menos una celebración popular y
espontánea.

Fernando Ortiz creía que prohibir las comparsas, sin un motivo de peso,
por simple ocurrencia del gobierno, "sería in­terpretado como una
arbitrariedad tiránica", y pensaba que, por el contrario, "un sano y
con­servador criterio administrativo aconseja su permisión y, mejor
to­davía, su fomento anual mediante un sistema general y estable de
reglamentación y estímulo positivo, que las encauce, mejore y
trans­forme en valiosas instituciones de la vida habanera".

Aunque durante la época colonial el carnaval capitalino no tenía un
centro absoluto, más tarde, a partir de la República, el Paseo del Prado
se convirtió en ruta de los desfiles carnavalescos, una amalgama de
carrozas, comparsas, muñecones, disfraces, autos decorados y gente
fiesteando a pie. Después de 1959, esa tradición se mantuvo durante un
tiempo e incluso, en la década de los setenta, los festejos alcanzaron
mucho esplendor, pero fueron cambiados de febrero para julio y
finalmente terminaron siendo arrastrados hasta la avenida del malecón,
casi como si la intención fuera lanzarlos al mar. De hecho, entre 1992 y
1995, negrísimos años, fueron suspendidos completamente.

Manuel Cuesta Morúa ha escrito en un artículo que, hasta donde conoce,
"el estudio de la fiesta en Cuba no ha sistematizado sus conexiones con
las relaciones de poder dentro de la sociedad. Fundamentalmente estos
estudios han tenido una inclinación etnológica y, en el mejor de los
casos, como expresión de la cultura popular: la profusión de estudios
menores sobre el carnaval, su apogeo y decadencia, así lo demuestran".

En definitiva, aunque estemos en carnaval, nadie habla de él, como si no
existiera. Porque no existe: esto no es carnaval. El poder, entre sus
dádivas para ese bosque sin árboles al que llama condescendientemente
"pueblo", no solo escatima el pan, sino también (y acaso más aún) el
circo. Como dice el sabio Ortiz, "arbitrariedad tiránica".

http://www.cubanet.org/articulos/poco-pan-y-escaso-circo/

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