viernes, 13 de julio de 2012

Todos somos culpables?

¿Todos somos culpables?
Viernes, Julio 13, 2012 | Por José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org -El escritor mexicano Juan
Villoro, que no es un político, mucho menos un político de derecha, fue
durante tres años agregado cultural de su país en la República
Democrática Alemana. Él ha referido que después de la demolición del
muro de Berlín, y estando de visita en esa ciudad, revisó con ojos
propios el abultado expediente que la STASI tuvo a bien abrirle en el
período de su estancia allí como diplomático. Villoro afirma que las muy
numerosas páginas de su expediente, repletas de trivialidades, fueron
confeccionadas casi íntegramente por denuncias de informantes. Algunos
entre ellos, incluso, siguieron espiándolo hasta cinco años después de
concluida su labor en la RDA.

En general, se asegura que en aquel país, uno de cada tres ciudadanos
era informante de la STASI, la tenebrosa agencia de seguridad del
Estado, hija pródiga de la Gestapo. El dato no me parece exagerado. En
lo más mínimo. Para saber que no lo es, bastaría con haber vivido en
Cuba durante una breve temporada. Lo que me deja boquiabierto es la
exactitud del dato. ¿Cómo se las arreglaron los alemanes para contar con
esa precisión matemática a todos y cada uno de sus delatores bajo la muy
estirada sombra del totalitarismo comunista?

En cualquier caso, dudo que algún día los cubanos podamos hacer lo mismo
con nuestros chivatos. No porque la cifra sea mayor que en la RDA (creo
que nunca, ni en las etapas de más ciego fervor, hemos llegado a tener
uno por cada tres ciudadanos), sino porque nuestra Seguridad del Estado,
que es menos sofisticada que la STASI, pero tal vez más pícara, no
dejará estadísticas de sus desmadres. Puede ser que ni siquiera las
elabore para su propio consumo.

Aunque la verdad es que se las traería la faena de elaborar semejante
catálogo. Por lo menos en Cuba, donde ni siquiera es posible fijar en
términos cuantitativos el espectro de la chivatería, según sus muy
disímiles manifestaciones: por vocación, como oficio, como alternativa
desesperada ante la necesidad de librarse de la cárcel, o del desempleo,
o del asedio policial, o de la pérdida de bienes materiales diversos, o
de un veto que impide viajar al exterior y/o trabajar en el codiciado
ámbito de las divisas. También como la solución para publicar un libro,
grabar un disco, filmar una película, representar una obra teatral… O
como recurso para acceder a estudios universitarios y a cualquier tipo
de ascenso con incidencia social y, sobre todo, económica. O como
respuesta a múltiples tipos de chantaje: de carácter político,
profesional, familiar, íntimo…

Porque no falte nada, están, desde la chivatería como método preventivo
de defensa (tengo que delatar para quitarme a la Seguridad de encima),
pasando por el psicológico (ya que me inspiran tanto miedo, como mejor
me siento es contándoles las cosas antes de que me pregunten), hasta el
procedimiento de utilizar la delación como astuta disyuntiva para
enfrentar a la competencia en los negocios.

Eso por no contar una variante muy extendida entre nosotros,
posiblemente más que entre los alemanes. La chivatería como desquite: si
él me fue infiel con otra (u otro), yo le cobro el barato denunciándolo
ante la policía política. Y ni hablar de la chivatería por envidia: lo
denuncio y bien, que se joda, para que se le acabe la buena vida,
mientras en mi casa nos estamos comiendo un cable.

Hay una vieja película, no por casualidad alemana ("M, el vampiro de
Düsseldorf", de 1931), donde la policía no puede capturar a un pavoroso
asesino de niñas, pero insiste en buscarlo, virando patas arriba a todo
un barrio de la ciudad de Düsseldorf, y, por tanto, poniendo en peligro
las únicas fuentes económicas de su gente, fuentes mayoritariamente
ilícitas, ya que se trata de un barrio marginal. Por tal motivo, los
vecinos del barrio resuelven unirse para capturar por su cuenta al
criminal, no porque quieran hacer justicia, ni porque les guste
colaborar con la ley, sino para alejar de su barrio a las hordas
policiales.

Salvando las distancias (del tiempo), es una historia que podría
filmarse ahora mismo en La Habana, sin necesidad de agregarle ni una
coma de ficción. Si acaso, cambiando al perseguido: en vez de un
asesino, que sea un opositor al régimen.

Así que aun cuando no ostentemos un récord tan pavoroso como el de la
RDA, nuestro buen porcentaje en el cuadro de chivatos per cápita queda
fuera de toda duda. Y es posible que lleguemos a la supremacía mundial
(ya que tanto nos gusta ver situada a nuestra islita en las estadísticas
mundiales) en lo referente a cantidad y variedad de motivos insólitos
para el ejercicio de la chivatería.

Lo que sí resulta absolutamente exagerado y, por consiguiente, falso,
además de malintencionado, es afirmar que todos los cubanos hemos caído,
aunque sea una vez, en la rastrera delación. Por más abultadas que sean
nuestras cifras de chivatos, ex-chivatos, pre-chivatos o pro-chivatos…
(y por cierto, tanto en La Habana como en Miami), no todos tenemos por
qué cargar con ese sambenito. Culpables seremos de muchísimas
poquedades, demasiadas, pero sólo a los chivatos, ex-chivatos,
pre-chivatos o pro-chivatos corresponde esa culpa.

Y de la misma forma que nos parece imposible determinar en números
exactos la suma de nuestros chivatos, porque ni siquiera estarían todos
en la lista (si es que hubiera una lista), posiblemente sí sea exacto y
justo sostener que durante los últimos decenios, todos los cubanos,
aunque sea una vez, hemos sido víctimas de la chivatería. Claro que eso
es algo por lo que no debemos preocuparnos más de la cuenta. Que se
preocupen los chivatos, aun los que están convencidos de que jamás serán
descubiertos, ya que sus nombres no figuran en los informes. Bastará con
que algún día, durante un solo minuto de su vida, hagan suya la pregunta
que nos extendiera Verdi, a través de Rigoletto: "¿Se puede hacer el mal
sin que dejemos de ser el que éramos antes de cometerlo?"

En cambio, a las víctimas del chivato, por mal que nos fuera, siempre
nos queda el consuelo de hacer nuestras las palabras del novelista
argentino Ricardo Piglia: "Yo siempre digo que lo mejor que uno ha hecho
en la vida es lo que la policía tiene registrado, que el currículum
perfecto es nuestra ficha policial".

http://www.cubanet.org/articulos/%c2%bftodos-somos-culpables/

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