jueves, 12 de julio de 2012

La interminable era del adoctrinamiento

La interminable era del adoctrinamiento
[12-07-2012]
Alberto Medina Méndez

(www.miscelaneasdecuba.net).- Desde que el sistema educativo estatal se
instaló entre nosotros, hace ya bastante tiempo, hemos asistido a un
creciente proceso de profundización del adoctrinamiento por parte de
quienes conducen sus destinos.

Lo que parecía tener un loable fin, como en tantas otras cuestiones, de
la mano de la concentración del poder, la pérdida de los equilibrios y
contrapesos y una creciente perversidad general, se fue transformando
lenta pero decididamente, en esto que hoy conocemos.

La organización educativa estatal, amparada en la simpática idea de que
resulta necesario que nuestros niños y jóvenes se eduquen, aprendan, se
instruyan, se ha convertido en la más potente y despiadada herramienta
de adiestramiento ciudadano.

Desde las escuelas no sólo se enseña a leer y escribir, a sacar cálculos
aritméticos, o hacer una búsqueda en internet. Se adoctrina, se imparte
ideología, se instalan valores, se explica cómo diferenciar lo bueno de
lo malo, lo correcto de lo incorrecto.

En un sentido abstracto esto podría parecer saludable, pero lo cierto es
que quienes dirigen los destinos de las sociedades son los mismos que
establecen qué está bien y qué está mal, qué se enseña y qué no,
homogeneizando el pensamiento de cada generación, haciéndoles ver sólo
lo que ellos pretenden.

La misma sociedad que dice que la política como la conocemos tiene malas
prácticas pretende que creamos que las instrucciones que emanan de ese
poder con pobres convicciones morales, generará los contenidos adecuados
para nuestras generaciones futuras.

Es difícil suponer que las mismas personas que generan la ineficiencia
estructural que detentan cuando no pueden resolver problemas cotidianos
como la creciente inseguridad y las crisis económicas que ellos mismos
alimentan con sus desatinadas decisiones, resolverán la cuestión educativa.

Es tremendamente ingenuo creer en esa mirada, además de contradictorio e
insostenible desde cualquier ángulo que pudiera ser analizado.

Lo concreto es que el aparato educativo les resulta absolutamente útil a
los gobernantes de turno para imponer, fijar reglas y garantizarse
perpetuidad, ya no partidaria, sino desde el espacio de la corporación
política.

Ellos desde ese inmaculado lugar que detenta la educación como idea
superior, castigan a los creativos, a los talentosos, bajo el lema de
fortalecer el principio de igualdad, nivelándolos a todos hacia abajo.

En esa misma línea, a los que no quieren pensar, a los que hacen de la
abulia intelectual un hábito, les brindan ideas elaboradas previamente,
para que simplemente las suscriban sin analizar.

En cada acto escolar, en cada aparentemente ingenua actividad
científica, en cada discusión sobre educación sexual, historia o
geografía, los que mandan cargan las tintas con sus posiciones
preconcebidas.

Ellos deciden qué idioma se debe estudiar, qué libros leer y cuáles no,
cómo debe interpretarse cada hecho histórico, y qué postura debe
asumirse en temas de moralidad cotidiana.

Han logrado conformar una fábrica de visiones y no un ámbito para ser
instruidos. Ellos no quieren reconocer que la educación sólo precisa de
un adecuado marco de libertad para poder trasgredir, imaginar e inventar.

Las sociedades que crecen genuinamente son las que pueden ser más
creativas, las que desarrollan su capacidad para descubrir, las que se
permiten dudar de sí mismas, de eso se trata el mundo del conocimiento.
Si se ha progresado en ello es porque se ha sido capaz de descreer de lo
actual para soñar en lo que aún no se ha conseguido.

Los grandes inventores del mundo, los que han creado las más geniales
ideas del planeta, esas que usamos a diario, no han surgido gracias a la
maquinaria de la educación pública. Muchas de esas brillantes
invenciones nacieron de mentes rebeldes, de gente que no acepta los
moldes. Son los trasgresores, lo que dieron luz a muchas genialidades.

El sistema educativo estatal es estructurado, inmóvil, rígido, incapaz
de fomentar ideas nuevas, no está conceptualmente diseñado para salirse
de sí mismo, sino para hacer un culto del status quo. Su pasión por el
orden, la disciplina y las reglas, lo hace el ámbito menos apto para
desarrollar las mentes.

No vamos por buen camino cuando ciertos ciudadanos lo defienden como si
fuera un dogma, y se ofende frente a sus críticos. Tampoco cuando
discutimos la eficiencia de su gasto como si eso cambiara el resultado
final. El régimen actual es temiblemente caro, y eso es grave, pero lo
más trágico frente a los acontecimientos es su producto, lo que genera.
Abaratarlo, hacerlo más eficiente es casi un deber moral, pero
claramente no es la cuestión de fondo.

Debemos animarnos a replantear el escenario sin tantos prejuicios y
preconceptos, y asumir que pretenden utilizarnos cuando nos hacen
defender un sistema y hacernos sentir como malas personas por pensar
diferente. Esa sola prueba debería servir para demostrar cuánto nos han
influido. Han instalado la idea de que su visión sobre la educación es
indiscutible. Vaya osadía. Lamentablemente habrá que decir que estamos
transitando la interminable era del adoctrinamiento.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=36487

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