viernes, 13 de julio de 2012

El destape de Rafael Hernández

Emigración, Intelectuales

El destape de Rafael Hernández

Razones para los jóvenes partir de un país en el cual el Buró Político
parece el consejo de ancianos de los primitivos habitantes de la Isla de
Pascua

Luis Manuel García Méndez, Madrid | 13/07/2012 11:06 am

Siempre me han fascinado los intelectuales orgánicos y los compañeros de
viaje de las dictaduras. Son el mejor ejemplo de plasticidad
intelectual. Cómo un corpus de ideas, conceptos y sabidurías, que
habitualmente crece gracias a la libertad de pensamiento, puede
moldearse y retorcerse hasta servir de reposapiés a los catecismos
totalitarios que habitualmente no rebasan la filosofía Marvel de
superhéroes y villanos.

Giovanni Gentile, filósofo "oficial" de Mussolini, ministro e integrante
del Gran Consejo Fascista. El miembro del Partido Nacional Fascista
Curzio Malaparte, y los jugueteos de Luigi Pirandello con Il Duce, quien
lo nombró presidente de la Academia italiana.

Knut Hamsun en Noruega ofreció a Goebbels su medalla de premio Nobel, e
inundó la prensa de artículos aplaudiendo a los nazis que invadían su
país. Louis-Ferdinand Céline, autor imprescindible de las letras
francesas, defensor hasta su muerte de la ideología nazi, y sus
"repugnantes panfletos de un racismo homicida", en palabras de Vargas
Llosa. Pierre Drieu La Rochelle, que pasó por el comunismo y se instaló
en el fascismo, aunque no llegara a los extremos de su colega Maurice
Sachs, confidente de la Gestapo.

También fue confidente Camilo José Cela, como lo demuestra una carta de
1963 incluida por Pere Ysás en Disidencia y subversión. La lucha del
régimen franquista por su supervivencia. 1960-1975 (Ed. Crítica,
Barcelona, 2004). Cela informó del encuentro de intelectuales, en el que
participaba, donde se fraguaba una segunda carta de denuncia por la
violencia policial en las huelgas mineras de Asturias.

Cuenta Pere Ysás que "en un escrito al director general de Información
(Cela) estimaba que la mayoría de los 102 firmantes de la primera carta
'eran perfectamente recuperables, sea mediante estímulos consistentes en
la publicación de sus obras, sea mediante sobornos'. Consideraba
imprescindible que se montase 'un sistema para estimular a estos
escritores' y apuntaba que podría hacerse fundando una editorial privada
o entendiéndose con una ya existente". En respuesta a la carta, el
director general habilita dos partidas de veinte millones para
subvenciones y ayudas a la publicación. Cualquier similitud con otras
realidades no es pura coincidencia.

Sin dudas son los intelectuales alemanes filonazis los más notables. Los
miembros de la "Reichsarbeitsgemeinschaft für Raumforschung" (Sociedad
Imperial para la Investigación del Espacio Vital): más de 500
científicos de todas las disciplinas pusieron las ciencias sociales y
políticas, pero también la historia, la geografía, los estudios
literarios, la filosofía, el derecho y la antropología al servicio del
ideario nazi para la creación de un Nuevo Orden Espiritual
nacionalsocialista en Europa, con Alemania como pueblo superior y guía.
Y, desde luego, uno de los mayores filósofos del siglo XX, Martin Heidegger.

En un texto escrito en Japón en 1939, Karl Löwith, judío y discípulo
predilecto de Heidegger, recuerda su último encuentro con el filósofo en
la Roma de 1936. Lucía la svástica y blasonaba de la "relación integral"
entre su filosofía y el ideario nazi. Heidegger se quejaba de los
intelectuales que se consideraban "demasiado refinados para
comprometerse" con la causa nazi. Algo que recuerda pavorosamente las
acusaciones de la nomenklatura cubana contra los "intelectualoides"
elitistas, comenzando por el Grupo Orígenes. Lejos estaban entonces de
adivinar que uno de ellos, Cintio Vitier, daría con ese rarísimo punto
del espacio donde convergen el Mesías, el Apóstol y el Comandante.

Karl Löwith afirma en su texto que "Estas respuestas eran típicas;
puesto que no hay nada más fácil para los alemanes que ser radicales en
las ideas e indiferentes ante los hechos prácticos". Ellos consiguen
ignorar todos los "individual Fakta" para poder seguir aferrándose más
decisivamente a su concepto de totalidad y separar "materia de hechos"
de "personas". Una observación que podría extenderse a la puesta en
escena de todos los totalitarismos.

Mucho se ha escrito en estas páginas sobre la intelectualidad orgánica
de los diferentes ismos comunistas: estalinismo, maoísmo, castrismo; de
modo que pasaré directamente a un caso curioso: la repentina conversión
de Rafael Hernández, ensayista de peso y uno de los intelectuales que
con más talento ha defendido al régimen.

El pasado 13 de junio, Rafael Hernández publicó en La Joven Cuba una
"Carta a un joven que se va" escrita el 31 de mayo. En ella discurre
sobre las muchas razones que tendría un joven cubano para no emigrar.
Hasta ahí, no hay sorpresas. Pero en su carta se infiltran otras
muchísimas razones para huir.

Reconoce Hernández el derrumbe de las ilusiones (si alguna vez las
tuvieron) de esa generación del Período Especial, indiferente ante la
"épica" repetida como cliché por la tele y la prensa. Y ello se explica
porque "solo sobrevive un orden viejo, más bien irremediable. Lo peor,
sin embargo, no es haber nacido en un orden preestablecido, porque eso
le pasa a todo el mundo, sino tus inciertas posibilidades de cambiarlo".
Es decir, no solo han crecido sin ilusiones en un mundo construido a la
medida de otros, sino en un mundo impermeable a los cambios. Así que,
como es lógico, ante un sistema impermeable a los cambios, "no quieres
invertir tu vida intentándolo, porque no tienes otra que esta; y aspiras
a conseguir un techo propio, un empleo que te guste y te permita lo que
puedas con tu capacidad y esfuerzo, sin penurias de transporte y luz, y
planear para irte de vacaciones a alguna parte una vez al año, aunque
tengas que quitarte de otras cosas".

Con una sinceridad que lo honra, Rafael Hernández reconoce que tras
medio siglo de sacrificios y exhortaciones, el éxodo es el único modo de
conseguir un techo propio, un buen empleo acorde a tu capacidad y
esfuerzo y vacaciones una vez al año. Si existe algún indicio de fracaso
absoluto, éste bastaría.

Aunque "Esta carta parte de creer que piensas con tu propia cabeza", un
párrafo antes se maneja la idea de que la chispa para emigrar es siempre
un amigo que se fue, el pariente lejano, la esposa insistente, el
inventario de los ausentes… Creo que el ensayista no necesitaba esas
incidentales, como quien se justifica, porque al final, como bien sabe
él por su formación marxista, la falta de vivienda, alimentación y,
sobre todo, expectativas, pesan más que cualquier postal con matasellos
de Miami.

Denuncia Hernández que desde el poder juzgan a los jóvenes quienes
"identifican valores con sus valores, la política con movilizaciones y
discursos, la defensa del socialismo con determinados mandamientos
—entre otros, que este sistema es solo para los revolucionarios
comprometidos, que un ciudadano cubano solo lo es mientras resida en la
tierra donde nació, o que disponer de otro documento de viaje equivale a
ponerse a las órdenes de una potencia extranjera". A la falta de pan,
techo y esperanza, se suma la intolerancia cerril ante cualquier
conducta que se aparte de una norma dictada desde arriba. Y reconoce que
quienes ejercen esa intolerancia no son solo "algunos funcionarios",
"sino muchas otras buenas personas". Con tales afirmaciones solo le
falta recitar a Antonio Machado: "Escapad gente tierna, / que esta
tierra está enferma, / y no esperes mañana / lo que no te dio ayer, /
que no hay nada que hacer".

Reconoce que los jóvenes "han escuchado" (y que ello sea solo de oídas
es importante), que "según la Constitución, los derechos básicos de un
cubano están más allá de su manera de pensar; y que la justicia social y
la igualdad son precisamente eso: principios y valores que hay que
ejercer de verdad, sin sujetarlos a clase, raza, género, orientación
sexual, religión o ideología, porque representan la conquista más
importante de todas, la de la dignidad plena de la persona".

También admite que los jóvenes se sienten un cero a la izquierda, y que
"este sistema nuestro te consulta y te pide que te movilices", de lo
cual se deduce que si no se le pide movilización, si no se le consulta
sobre cierto asunto, opinar o movilizarse por cuenta propia es punible.

Y añade: "aunque ellos (los burócratas) sigan pensando que lo decisivo
es aceitar la cadena de mando y cumplir el plan", cuando criticas, pides
la palabra, protestas, aplaudes o "acudes a la Plaza refunfuñando, para
hacer quórum en la misa de Joseph Ratzinger", estás participando. Lo
cual nos deja un triste saldo participativo.

Reconoce que "allá puedes expresar muchas opiniones y escuchar otras
miles, elegir entre varios candidatos, enterarte de quiénes son y cómo
piensan, sus planes y propuestas para los grandes problemas del país, e
ir a votar (si eres ciudadano) por el que te parezca". Si eso es un
argumento diferencial, no hay que ser un genio para entender que "acá"
ocurre todo lo contrario.

Admite que el joven ha escuchado cientos de veces llamados a la
participación crítica, a "la posibilidad de expresar sus opiniones
políticas en la televisión, proponer tantos candidatos como quiera (no
solo abajo, sino a todos los niveles), escucharlos, hacerles preguntas y
saber lo que tienen en la cabeza, antes de votar por ellos y sus
propuestas", "pero es como si nada, los argumentos de siempre siguen
ahí. Estás cansado de escuchar anuncios de cambios que no acaban de
llegar, y que no dependen de 'factores objetivos', sino de una 'vieja
mentalidad' que sigue sujetando las riendas".

El autor reconoce que "la participación no puede ser solo cosa de
marchas, actos y reuniones, donde tu presencia no cambia nada ni incide
en los 'mecanismos de dirección', sino por el contrario, se diluye en
'cumplimiento de metas' y otras formalidades. Sientes que en esa
participación falta compromiso, sinceridad, espontaneidad". Y reconoce
que "las organizaciones juveniles y los medios de comunicación" son mera
retórica vacía.

Constata que la presencia de "jóvenes delegados en municipios y
provincias" ha bajado del 22 % (1987) al 16 % (2008), y en la Asamblea
Nacional, cayó al 4 % en los 90, aunque creció a menos del 9 % en las
últimas elecciones, en un país donde los mayores de 60 son el 21,6 % y
los de 16-34 años, el 31,41 %. Lo asombroso es que un hombre tan
perspicaz como Rafael Hernández afirme que "sea cual sea la causa de ese
bajísimo perfil…". Sin toda la información de la cual él seguramente
dispone, puedo informarle que la causa es exactamente la misma por la
cual el Buró Político más parece el consejo de ancianos de los
primitivos habitantes de la Isla de Pascua que un órgano de gobierno.

El ensayista afirma que aunque desde afuera "nos miran como una isla
rodeada de caña de azúcar por todas partes, donde nadie sabe lo que pasa
afuera", seguramente "tú (su joven e hipotético destinatario) sí te has
enterado de lo que se dice sobre Cuba y los cubanos en el mundo. Aunque
no tienes Internet en tu casa, conseguiste un buzón de correo
electrónico, u oyes la BBC o Radio Caracol o Radio Exterior de España u
otra de las muchas estaciones en español que se cogen desde cualquier
radio. Es probable que hables con alguno de los millones de turistas que
caminan por nuestras calles; que tengas un primo en Hialeah o Alicante;
un amigo que viaja porque es médico, académico, músico o funcionario".
Es decir, para enterarse, hay que recibir la información desde fuera.
Con la que te suministran en el patio no te enteras de nada.

Hace algún tiempo, publiqué un texto donde se refrendaba la idea de que
los cubanos somos, en buena medida, migranxiliados. Puede que
abandonemos la Isla como emigrantes, pero nos tratan como exiliados.
Hernández lo reconoce cuando afirma que a los que emigran "del lado de
acá les han hecho pagar costos elevados, no solo en dinero. Se han
sentido castigados, sujetos de prohibiciones y separaciones, obligados a
pagar una multa personal que les resulta injusta y onerosa, solo por
haber decidido probar fortuna en otra parte (…) se sigue cultivando
insensiblemente entre muchos de los que parten un encono, cuyo costo
rebasa todas las recaudaciones y contabilidades de corto plazo, porque
deja una huella indeleble en las personas, y por lo mismo, en el cuerpo
real de la nación. El precio de esa enemistad, naturalmente, es
inestimable". Es decir, que el Gobierno cubano es la mayor fábrica de
exiliados, no "la Mafia de Miami".

Y admite que en la sociedad de los obreros y campesinos, "si fueras
artista o escritor, no tendrías el dilema de quedarte aquí para siempre
o irte para siempre. Podrías decidir trabajar afuera durante años, y
finalmente regresar a tu lugar, para salir cada vez que quieras". Lo que
no explica es por qué en el paraíso del proletariado los artistas y
escritores, esos desclasados que son, a lo sumo, compañeros de viaje (a
Lenin me remito) disfrutan de prerrogativas que Eduardo Heras jamás
habría gozado de quedarse para siempre en Antillana de Acero.

Y como "nada contribuye más a la educación política que viajar, conocer
otras gentes y culturas, valores y creencias ajenas, palpar directamente
y hasta experimentar los problemas de otros", el Estado cubano está
mutilando ex profeso la educación de sus súbditos al imponer
restricciones a los viajes de los cubanos que nos diferencian
diametralmente de otros migrantes de nuestros entorno, por mucho que
quieran homologarnos.

Tras dieciocho años fuera de Cuba y disfrutando de los beneficios de la
doble ciudadanía, siempre que alguien me pregunta, digo que soy cubano
(me temo que lo seré para siempre) y español accidental. Y como cubano
(más que como intelectual, si es que lo fuera) felicito a Rafael
Hernández por su destape, aunque le recomendaría algo menos de
cursilería en ese final donde le pide a su hipotético interlocutor "que
no te vayas para siempre. Queremos que no partas del todo, y para
asegurarlo, lo primero es poner un calzo para que la puerta siga
abierta", no solo porque él mismo ha colaborado decisivamente con la
sección de marketing de la fábrica de cerraduras, sino porque su
argumentación, bien desglosada, es una base argumental para el exilio.
Si yo fuese un joven cubano de veinte años y leyera su carta, ya estaría
manos a la obra preparando la balsa. De donde se deduce que regresar de
vez en cuando a los antiguos es siempre provechoso, como al Confucio y
su aserto de que, con frecuencia, la máxima sabiduría es el silencio.

Así se evita incurrir en palabras de las cuales podríamos arrepentirnos:
"mientras más jóvenes como tú salgan del país, menos será su presencia
en cargos políticos; y si resides afuera no vas a poder votar ni mucho
menos ocupar ninguna responsabilidad. Como ves, tu decisión de irte
tiene hondas implicaciones también para los que nos quedamos". Un modo
patético de pedirle a los jóvenes que hagan lo que nosotros, los que nos
fuimos y los que nos quedamos, no tuvimos la voluntad, la inteligencia,
la honestidad o los cojones de hacer durante los últimos veinte,
treinta, cuarenta años.

http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/el-destape-de-rafael-hernandez-278468

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