martes, 10 de julio de 2012

Crónica de un viaje corto a La Habana (I)

Cambios, Cuentapropistas, Turismo

Crónica de un viaje corto a La Habana (I)

Un doble recorrido por la capital de Cuba, donde se comienza por la cara
más noble de los edificios coloniales para llegar a la otra ciudad, la
de los cubanos de a pie

Ileana Pérez Drago, Madrid | 10/07/2012 10:06 am

Viajar cinco días a La Habana a priori resulta ilógico y poco rentable,
pero no siempre las cosas son como uno quiere y este viaje ha sido así:
breve, emotivo y necesario.

Salí de Barajas dejando atrás un capitalismo en plena crisis económica y
sobretodo moral, una televisión y unos periódicos que mejor no leer si
uno quiere levantarse a trabajar con buenas energías y una ciudad que, a
pesar de todo, se resiste a abandonar sus terrazas de verano, sus cafés
con hielo y su clara con limón. El primer mundo tiene su inercia. Y lo
que aquí se considera crisis no tiene nada que ver con el concepto que
se puede tener en Cuba. Un cubano que se pasee ahora mismo por España no
encontraría ninguna relación entre lo que ve y lo que lee en los
periódicos de la Isla o incluso en los propios periódicos españoles,
sobre lo que aquí pasa. Las luces de las calles siguen encendidas, el
agua sigue corriendo por las tuberías, no hay apagones y todavía mucha
gente sale de vacaciones, aunque sea menos días.

El avión vuela hacia otro mundo, se va aproximando a un socialismo en
plena crisis, económica y también moral, a pesar de que sea precisamente
"la moral" la que se supone que lo sustenta.

Justo a la altura de las nubes me encomiendo a la lectura de un libro
que está teniendo cierto éxito La economía del bien común. Lo llevo como
regalo para un viejo comunista, para que lea algo fresco, quizás
esperanzador, una teoría que está empezando a aplicarse "desde la base"
(todavía me queda algún léxico por ahí guardado) y que al menos intenta
crear un punto de enlace entre la economía de mercado capitalista y el
beneficio colectivo que defiende, principalmente en su teoría, el
socialismo. Es interesante, cuando regrese a España buscaré en Internet
sobre el tema, pues hay empresas que están funcionando con este
proyecto. Sigo siendo una ciudadana de izquierda (en el buen sentido de
la palabra, es el mismo concepto por el que los religiosos no dejan de
serlo aunque hayan curas pederastas y el Vaticano siga acumulando
riquezas). Cada día me siento más adentrada en las ideas democráticas,
en el respeto a la diversidad y a la convivencia de todos en sociedad
(es un concepto aparentemente reñido con la praxis de la izquierda, y es
precisamente su omisión lo que a la vez mantiene y autodestruye al
sistema, una gran contradicción, sin dudas). Sigo esperanzada con un
mundo menos bipolar y llegará un momento que este planeta lo arreglamos
o revienta, lo cual evidentemente nadie quiere, aunque a veces lo parezca.

Cada día estoy más convencida de que lo que realmente importa es que
cada persona, hágalo por quien lo haga, sea un ciudadano honesto, que no
haga daño a su comunidad y ya puestos a pedir, que colabore con ella,
pero esto, si cumple los dos primeros puntos no es imprescindible,
siempre habrá quien no quiera colaborar, pero si no obstruye la
convivencia colectiva, que sea feliz a su modo. Al final todo se reduce
a que la gente viva feliz su estancia en el planeta y que lo dejemos lo
mejor posible para que otros puedan seguirlo disfrutando cuando no
estemos. Dicho así parece fácil, pero todos sabemos que no lo es.

Aterrizo en el aeropuerto José Martí y todo tranquilo, como siempre. Las
trabajadoras vestidas con uniforme de estilo militar llevan, casi como
por reglamento, unas medias negras caladas, que más que a la disciplina
incitan al desacato. Luego las vuelvo a ver por la ciudad, a las medias,
con otros uniformes o sin ellos. Parece que están de moda y me pregunto
si no hay algo de filosofía del país en esta combinación. La mezcla de
disciplina militar y relajo en todas las instancias es una de las
características nacionales, por más que nos pese. Mi equipaje lleva 300
gramos menos de lo que se admite y, quizás por su discreción, logro
evadir la cola del re pesaje por la que pasan solo los cubanos para
pagar sus excesos en ropa y comida para la familia.

Sin saber que ya había casos de cólera en Cuba, compro agua en la tienda
del aeropuerto, no sin antes cuestionarme por qué tengo que esperar a
que la vendedora disponible atienda a las cuatro personas que tengo
delante de mí mientras la otra se entretiene acomodando unas cajitas,
que seguramente tienen más tiempo para esperar.

Después de dos días sin salir de casa me levanto con horario de
trabajador cubano y a las 7 ya voy camino a la lancha de Regla. De los
dos cines del pueblo me alegra comprobar que hay uno que ha vuelto a
funcionar y está recién pintado. Hay tanda a las 6, a las 8 y matiné
infantil los sábados y domingos. Están poniendo una película reciente
del actor José Coronado, y pienso que me gustaría verla por entrar y
recordar mis tiempos infantiles y juveniles. Los reglanos llevaban unos
años sin cine así que esto es una buena noticia. El cine Céspedes sigue
esperando su turno y la escalinata de su fachada sigue sirviendo de
banco a algunos viejitos. En el banco —el del dinero— ya hay una pequeña
cola de personas mayores, que supongo van a cobrar su pensión pues
estamos a inicios de mes. Enfrente, como muestra de los cambios, en la
puerta de una casa una mesa alta donde se vende café. Sigo bajando la
calle Martí y encuentro el Atelier de Moda: "La elegante", que mejor no
comento y luego una panadería donde un hombre saca la libreta de
abastecimiento y compra el pan que le toca, pero puede además comprar
dulces y otros panes por la libre, a precio no subvencionado. La calle
está limpia y muchos edificios pintados. Paso por delante de cinco
hombres jóvenes, entre ellos un militar, que debaten sobre algo, y me
atrae la idea de que en La Habana, a las 7 y pico de la mañana se abra
un debate. Cuando me acerco compruebo que el tema es la pelota y
confirmo que el deporte mantiene a los pueblos, en todas las latitudes,
más que entretenidos. En España esperaron que se ganara la Copa de
Europa para al otro día hacer la subida de varias tarifas de consumos
básicos, los políticos saben aprovechar las oportunidades.

Paso el control, cada vez más rutinario que férreo, para poder montar en
la lancha que cruza la bahía (desde aquel año en que se robaron las
lanchas, los remolcadores, y hubo todo aquel lío, existe este control en
las dos orillas para que no se pueda acceder con objetos punzantes,
armas, comida, etc.).

El aire es fresco al amanecer y en este día de julio, como en tantos
otros, el mar de la bahía parece que no se mueve y la lanchita avanza
suave hasta la otra orilla. Salimos primero los pasajeros de a pie y
luego los que llevan bicicletas. Para montar es al revés, está organizado.

Salgo a la calle y como no encuentro un paso claro para los peatones,
espero que haya un chance para cruzar. Y me demoro un poco en hacerlo
pues, aunque no es reciente, me llama la atención la cantidad de
furgonetas y coches estatales nuevos o semi-nuevos de marca europea. Me
entretengo un rato en mirar las marcas y enseguida compruebo que pasan
muchos Peugeot, algún Citröen (en Cuba hace años le llamaban: si traen),
algún Kia y solo me pasaron por delante un Volkswagen que se puede
permitir la empresa ETECSA (la Telefónica de Cuba) y uno particular (ya
que en Cuba la palabra privado no está en uso). Son fáciles de
identificar, pues desde hace años la chapa azul es estatal y la amarilla
particular. Cada cuatro o cinco coches europeos pasaba un almendrón
(coche de las décadas 1940-50, que en la mayoría de los casos funciona
con motores que son verdaderos engendros de la mecánica con piezas
fabricadas en talleres precarios y adaptaciones hasta de Ladas y
Moscovich de la era soviética, son el paradigma de la inventiva y la
creatividad de los cubanos ante la supervivencia. Estos coches
pertenecían a la amplia clase media cubana del capitalismo, dado que su
gran número y distribución por todo el país nos hace sospechar, a los
que no vivimos esa nefasta época, que no eran los coches de la alta
burguesía).

Finalmente se despeja la calle y logro cruzar con seguridad y me empiezo
a adentrar en la cara más noble de la ciudad colonial. Lo primero que
encuentro es una misa en una pequeña iglesia o capilla en el Convento de
Santa Brígida, veo de espalda a varias monjas, y cuatro feligreses que
escuchan a un sacerdote. Al lado una cafetería muy tropical llena de
plantas, muy abierta, totalmente apetecible. En la zona abundan los
cafés, cafeterías, pequeños hostales, todo bien diseñado y ejecutado al
detalle. Buena atención. Precios en CUC (moneda interna convertible del
dólar o el euro). Una mesa con turistas asiáticos, una con turistas
europeos, una con cubanos jefecillos de la gastronomía local, una con
una familia cubana posiblemente de vacaciones en la Isla o residentes
afortunados.

Más adelante, en moneda nacional, familias con niños compran sus
billetes para un recorrido con guía por el centro histórico, como parte
de las actividades que para el verano se organizan desde la Oficina del
Historiador de la Ciudad de La Habana. También se ofrecen talleres
gratuitos para niños en algunas de las casas culturales que abundan por
la zona. Subiendo por la calle Muralla, en el espacio que dejó libre
algún edificio en ruinas, unas casitas de dos plantas fabricadas con
materiales ligeros albergan a ancianos que reciben atención médica y
seguimiento dentro de los proyectos de la misma Oficina. Como pregunto
allí mismo, me cuentan que hay más casitas en otras calles y que también
hay unos comedores para personas mayores necesitadas. Entiéndase que con
la pensión de los ancianos, e incluso con el salario de un obrero
cubano, no es posible comer todo el mes. Por lo cual este tipo de
proyecto, aunque puntual, es de agradecer que se mantenga en las
actuales circunstancias.

A medida que continúo mi andar La Habana voy dejando atrás este oasis, y
empiezo a llegar a la otra ciudad, la de verdad, la de los cubanos de a
pie. Y junto al deterioro de los edificios empiezo a ver el resultado de
los primeros cambios prometidos: el trabajador por cuenta propia. Si
bien esta figura existía desde los años 80, la cantidad actual es lo
novedoso y un tanto la ampliación de los oficios. En aquellos años
cuando se autorizaron unos pocos trabajos particulares entre ellos
estaba el zapatero remendón —solo para reparar no para fabricar—
empleando materiales que el Estado debía venderles en unas tiendas que
siempre estaban desabastecidas por lo que compraban en el mercado negro
la puntillas, el pegamento y las suelas para hacer verdaderas obras de
restauración en zapatos de mala calidad inicial que tenían que durar lo
que no está escrito. Fue la época de los tiqui-tiqui, zapatos de tacón
con base de madera y unas tiritas de piel o lo que hubiera sobre los
dedos. Pagaban sus impuestos al Estado, que sabía que trabajaban con
materiales robados a la economía estatal, que es la dueña de toda la
materia prima y los recursos, y entraban en el juego que todos conocemos
hace cincuenta años: te dejo hacer hasta que yo quiera y cuando no me
convenga, bien porque estás ganando mucho dinero —y eso no está bien— o
estás hablando más de la cuenta —lo cual tampoco está bien—, directo a
la cárcel por enemigo del pueblo.

Este juego cansino —esta palabra de tanto uso en España me parece
adecuada para no herir susceptibilidades, por mesurada, ecuánime, más
bien desidiosa, como sinónimo de nuestro más cubano aburrimiento— no
está del todo descartado en esta nueva etapa, porque cuando empiecen los
negocitos pequeños a florecer —si es que florecen— y cuando empiecen a
crecer —si es que quieren y pueden crecer—, habrá que ver si no se va a
repetir la historia, tantas veces contada y tantas veces oída, de que
los enemigos del pueblo han vuelto a enriquecerse. Qué aburrimiento. No
me merece otra palabra, si quiero mantener mi estilo.

Volvamos al camino. A medida que me voy acercando a Egido son cada vez
más abundantes los vendedores en las puertas de edificios, en los
zaguanes abiertos. Una mesita con fosforeras (mecheros), se pueden
comprar a 5 pesos cubanos o rellenar la que tengas. Un aguacate a 10
pesos se puede vender al lado de unos palitos para tender la ropa. Una
mesita donde se venden botellas plásticas de agua rellenadas con esmalte
para pintar madera o metal, muchos objetos pequeñitos, básicos, como
para el hogar. En un zaguán, algo más pretencioso en su día pero
decadente en la actualidad, se venden artículos de santería, y una pared
está llena de copias de películas. Otro sitio con algo de ropa nueva o
usada. Todo montado de manera muy precaria, pura supervivencia, puro
tercer mundo, un capitalismo cutre. Perdón, no es capitalismo. Es el
trabajo por cuenta propia en el socialismo cubano. El listado de oficios
autorizados da sobre todo tristeza, quizás podemos subir un poco el
tono, sin ofender, quizás da hasta vergüenza. Porque si un pueblo tan
preparado e ingenioso solo es capaz de hacer por sí mismo lo que se
espera de este listado, estamos perdidos, hemos tirado la inversión de
tantos años.

¿O es que no están tan perdidos cómo se podría suponer? ¿Y si se amplía
el listado y resulta que todo empieza a funcionar mejor? ¿Y si resulta
que el Estado no puede competir con los particulares? ¿Y si resulta que
ya nadie quiere trabajar para él porque no paga lo que debe y yo solo lo
puedo hacerlo mejor? Uy, Uy, Uy, qué miedo. Puede que el hombre nuevo no
sepa funcionar en el socialismo del Estado pero sea muy eficiente en el
socialismo del trabajo por cuenta propia y el gran padrino Estado, que
ya no puede seguir mal manteniendo a tanta gente y tiene que liquidar el
contrato de padre omnipotente —muy a su pesar— se vea superado,
relegado, ninguneado. Uy, Uy, Uy, qué miedo. El hijo se independiza de
papá Estado, y quiere vivir solo, con su nueva familia, y cada familia
tiene sus leyes. Uy, Uy, Uy, qué miedo.

Por fin una tienda de un particular que vale la pena. No voy a dar más
información por "protección de datos", no vaya a ser que les cueste que
la cierren por buen funcionamiento. Todo pintado, aire acondicionado,
buen trato, y moneda nacional, claro que al precio del cambio en dólar.
Pero bueno, algo es algo.

En La Habana se habla mucho, esto todo el mundo lo sabe. El cubano es
hablador por naturaleza, si no tiene un cuento de verdad se lo inventa,
el tema es hablar, de lo que sea, incluso de aquello, de la cosa, de lo
que todo el mundo sabe que tiene un límite para hablar. Pero incluso
esos límites cada vez son más flexibles dependiendo del lugar y la
ocasión. Todo es ya más relajado hasta para eso, siempre que no se
sobrepasen los límites y esos ya la gente los tiene muy incorporados,
hace muchos años, y cada uno sabe cuáles son aunque no estén publicados,
y cada uno sabe hasta dónde se han flexibilizado y dónde se pueden
aplicar. En eso a los cubanos no hay quien les gane. Una frase oída en
mi recorrido me lo hizo recordar:

"Oye mi hedmano, aquí lo que hay es que surfear, cuando venga la ola".

http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/cronica-de-un-viaje-corto-a-la-habana-i-278363

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