lunes, 19 de marzo de 2012

Testimonio: Mi primer día en un lugar llamado Sanatorio

Testimonio: Mi primer día en un lugar llamado Sanatorio
[19-03-2012]
Ignacio Estrada Cepero
Periodista Independiente

(www.miscelaneasdecuba.net).- Hoy quiero recordar con cada unos de los
lectores aquella primera vez en que acompañado de mi madre y una
enfermera hacia mi entrada en el Sanatorio para Enfermos de VIH/SIDA de
Santa Clara.

Era el jueves 11 de enero del 2001, desde temprano había despertado en
mi pueblito natal Santo Domingo, a 32 km de Santa Clara. Sabía que poco
después de levantarme tendría que emprender este viaje, acompañado de mi
delgada madre y la enfermera de mi consultorio. El trayecto lo hicimos
en uno de esos viejos carros que circula gracias a la creatividad y el
invento de quienes los manejan. El auto se hacía notar al paso por su
luz de color rojo en la única torreta que a pesar del tiempo persistía
en dar paso a emergencias médicas.

Pasada una hora y treinta minutos entrabamos a la ciudad, unos 10
minutos después de estar en Santa Clara, la ambulancia sonaba su klacson
anunciando su presencia ante la portería del hospital que me acogería
por más de tres años.

Las paredes todas de ladrillos de color rojo se confundían con el color
de sus tejados de barro, fuimos recibidos primeramente por un custodio,
el que de una forma poco cordial nos despojó de todo documento y nos
requisó minuciosamente nuestras pertenencias, en busca de equipos
electrónicos como teléfonos, cámaras de videos, fotográficas o
grabadoras. La revisión fue el primer fracaso por parte de uno de los
tantos gendarmes que por tres años tuve que lidiar.

Luego de esta experiencia desagradable fuimos guiados a escasos metros
de la garita de los custodios al área de visita y control de pases.
Tuvimos que aguardar aproximadamente una hora, mientras estábamos en
esta espera el silencio se apoderaba de nosotros, y notábamos que a cada
ratos éramos observados por quienes pasaban por el lugar como una cosa
rara. Desde la dirección se vio salir a alguien que vestía de ropa
blanca, este traía consigo un documento, no llegó a donde estábamos
nosotros. Continuó su paso entrando a varios departamentos, minutos más
tarde, otras personas de batas blancas pasaban frente a nosotros de
camino a la dirección hospitalaria.

Al fin fuimos llamados por la recepcionista, a la mesa estaban sentados
la epidemióloga, un especialista en medicina general integral, un
estomatólogo, la vicedirectora de enfermería, la jefa del laboratorio
clínico, el jefe de protección física, el jefe de servicio de
acompañamiento, una trabajadora del servicio social, el administrador y
al final de la mesa una persona con la piel tan negra como su alma, la
Dra. Regla de la Caridad Pobeda Rodríguez. Nunca he sido racista pero
poco después de mi llegada me percaté de toda la maldad que le acompañaba.

El recibimiento fue más corto que el tiempo de trayecto y espera,
palabras de agrado y de hospitalidad ninguna tuve, todo lo que saltaba
de la boca de los presentes, eran advertencias y amenazas. Lo último que
se me dijo es que aprendiera a ver este lugar como mi casa, y que
aceptara a cada una de las personas que convivían allí como una nueva
familia.

Me dieron unos minutos con mi madre y luego ella tuvo que marchar a
casa. La partida se hizo con lágrimas en sus ojos. Yo hombre y
homosexual aguanté, sólo le contesté "regresa tranquila a casa, acá todo
estará bien".

Para mi estaba comenzando una vida nueva, siempre he estado fuera de
casa, recorriendo el mundo en las aventuras que algún día también
compartiré con ustedes. Era mi primer día como interno en un lugar
nombrado Sanatorio.

Recorrí cada una de sus áreas, luego fui acompañado por el jefe de
servicios al almacén, allí se me entrego dos sabana de color
amarillento, que al recibirlas tuve que firmarlas como blancas, un
cepillo dental, una toalla, un jarro de aluminio y como aseo personal me
entregaron un poco de detergente, un jabón de baño que al parecer era de
origen chino y una pasta dental. Todo esto lo tuve que firmar, se me
advirtió que tuviera la perdida de alguna de las cosas entregadas
tendría que responder por ellas ante un consejo disciplinario.

Recorrí después de salir del almacén el área de las cabañas hasta llegar
a la capacidad que me asignaron. Según caminaba personas se asomaban a
sus ventanas para ver a la persona nueva que llegaba, siempre me
encontré con personas conocidas. Uno de los conocidos era Juan Pablo un
amigo que poco tiempo después de mi llegada fallecería a consecuencia de
una enfermedad oportunista.

Juan Pablo me acompañó junto con Dignora la Jefa de servicio hasta la
capacidad que se me asignó en uno de los edificios. Los jardines estaban
cubiertos por una espesa hierba de color verde. El sendero que me
permitía el acceso al edificio era estrecho, estando parado al frente de
la última de las cinco edificaciones me señalan que el último era al que
me habían destinado. La escalera estaba compuesta por fuertes piezas de
granito, barandas de hierro forjado y sus pasamanos de madera poco
trabajada. Me tocó la segunda planta, cada uno de los apartamentos
estaba destinado para cuatro personas y estaban compuesto por un
recibidor, un pantri, baño y dos habitaciones, cada una de estas era
para dos personas del mismo sexo.

Mi primer compañero de cuarto se llamó Germán. Al principio nada
agradable, pasadas algunas horas se le escuchaba las primeras palabras.
Al frente de mi dormitorio estaba la habitación de Belkis Leal y su
compañera, hoy a pesar de esfuerzos no recuerdo el nombre. Sólo sé que
se amaban hasta un día en que la infidelidad llego y la pareja de Belkis
la traicionó, como una de tantas ocasiones. Belkis se sintió dolida más
que nunca en esta ocasión no era nada pasajero, su ex la abandonaba por
un hombre, esto fue un escándalo algo parecido como al que se susurra en
los medios de la prensa.

Bueno era mi primer día y mi primera noche en un lugar desconocido para
mí y para mis familiares.

Todo el tiempo miraba por las ventanas y recorría cada parte no sólo de
la habitación sino también del Sanatorio lo recorrí hasta tarde en la
noche. En mi primer paseo nocturno alguien me mostró un arma de fuego,
pensando que yo quería salir del lugar o que había entrado como muchos
de forma clandestina. Desconociendo que yo era un nuevo caso
hospitalizado durante el día, la experiencia fue desagradable. Las
piernas me temblaban y mi voz no se dejaba escuchar ante las preguntas
del custodio, la pistola de color metálico lucía a luz de la luna.

A los gritos del custodio acudieron los restantes del grupo, todos con
pistolas a la cintura, uno de ellos me condujo hasta la garita de
guardia ,este me pregunto mi nombre y después de verificar la veracidad
de lo que antes ya había contestado me pidió disculpas. Que susto, nunca
imagine que este hospital a diferencia de otros era custodiado por
agentes de seguridad con armas cortas.

Un total de cinco agentes se turnaban dos veces al día, todos ex
miembros del Ministerio de Interior (MININT), Policía Nacional
Revolucionaria (PNR), Departamento Técnico de Investigación (DTI) y
hasta de las fuerzas antiaéreas o de las Fuerzas Armadas Revolucionarias
(FAR) unos eran desmovilizados otros retirados. La prepotencia era su
más fiel arma solo recuerdo reír a uno de ellos, Triana es su nombre.

Así quiero comenzarles a contar mi primer día en un lugar llamado Sanatorio.

Sé que muchos se estarán preguntando ¿cuál fue el camino recorrido antes
de llegar a este lugar, y cómo fue que me enferme? Estas preguntas
también tienen su respuesta.

Nunca pensé que hoy estaría escribiendo un poco de mis memorias, la
historia es larga y se remonta a la edad de 15 años.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=35494

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