martes, 18 de octubre de 2011

Un daño reparable

Intransigencia

Un daño reparable

La mesura debería imperar en la consideración y el respeto a las
convicciones y al comportamiento de los otros

Rebeca Montero, La Habana | 18/10/2011

Nos inocularon el fatal virus de la intolerancia. Su comienzo fue
aquella reiteración goebbeliana de que "la intransigencia es la mayor
virtud revolucionaria". Es decir, para encajar en el molde ideal había
que ser fanático, inclemente, obcecado, dogmático, obstinado. Al enemigo
no se le podía dar "ni un tantico así". A la cesación del debate le
sucedió el discurso único, el monólogo infinito, la fe ciega.

Esta imposición incesante duró por décadas, caló en los temperamentos e
hizo un daño hondo que aflora espontáneamente, aunque el individuo que
la sufrió haya tomado otros rumbos, haya adoptado otros modos, otras
ideologías, otras costumbres culturales, otras nacionalidades.

La mácula emerge en muchos comentarios, artículos, publicaciones… en los
que prima el desconocimiento o la supresión de hechos objetivos que
pudieran dar una imagen favorable de la revolución de 1959. Por ejemplo,
se minimiza la extraordinaria fuerza creativa y experimental en las
artes y la cultura que alentaron la primera década del "proceso". No hay
que olvidar las escenas maravillosas de los campesinos en su primer
encuentro con el cine, la experimentación febril en las artes escénicas,
en la música, en la poesía, los aires nuevos y libérrimos de la
educación en todos los niveles.

Claro, esa felicidad no duró mucho. Para ser virtuosamente
intransigentes, los dirigentes volvieron la página, quemaron los títeres
y los libros del mejor teatro guignol de América Latina, "parametraron"
a diestra y siniestra a los artistas, periodistas, profesionales que
olieran a algún "equívoco", censuraron con fiereza (pasaron de las
"coletillas" periodísticas a la eliminación del discurso diferente),
abolieron la autonomía universitaria, contaminaron la sabia enseñanza,
purgaron a las personas incómodas en crueles circos fascistas. Como
consecuencia, imperó la conformidad, el éxodo, el exilio interior, la
mediocridad y se destruyó la difusión del pensamiento mejor con la
atomización criminal de la más que bicentenaria universidad al alcanzar
su destrucción como centro realmente respetable de la cultura nacional.

El balance de todos los hechos debería ser nuestro punto de partida para
llegar a un análisis sano de las diversas situaciones y personajes, y la
mesura debería imperar en la consideración y el respeto a las
convicciones y al comportamiento de los otros.

A algunos comentaristas, editorialistas, articulistas se los lleva la
intransigencia: abuso de una descarnada adjetivación para descalificar,
extremismo intelectual, monopolización de "la verdad", utilización del
insulto y del bullying, tal y como si fueran "exiliadas brigadas
verbales de acción rápida". Es el mismo estilo en el discurso pero con
el contenido al revés.

Desde Hipócrates, la teoría humoral predominó en la medicina y, hasta
nuestros días, está activa en la Psicología. Los humores que componen al
individuo deben estar equilibrados o su temperamento se definiría según
el predominio de algunos humores sobre otros. De ahí los individuos
sanguíneos, los coléricos, los flemáticos y los melancólicos. En las
nociones pre-decimonónicas se sabía que todo el universo debía hallarse
en un orden armónico o devendría el Caos. La armonía debía imperar
igualmente en el hombre y en el cosmos, por lo que debía también reinar
en las pasiones.

Tanto en la filosofía aristotélica como en la tomista el odio se define
como "una pasión". El desbordamiento de una pasión conduce al desorden y
a la tragedia, o no pudiéramos entender a Shakespeare. Cada una de sus
tragedias es la disección del arrebato de alguna de las once pasiones
clásicas que desemboca en un dramático y funesto desorden.

El odio acendrado, cainita, es una de las peores pasiones. Sólo sería
aceptable el odio como lo entendía Montaigne: "Odio toda suerte de
tiranía, tanto la verbal como la efectiva". La fuerza animal del odio
conduce a la suspensión de la civilización.

¿Por qué no ponderar las virtudes de la armonía? ¿Qué clase de nación
puede surgir del despliegue espantoso de esa pasión fiera? Si no hay
contención, si no ponemos riendas a la irresponsable desmesura de la
palabra y del acto, iremos del caos y la hecatombe insulares a otro
modelo de barbarie.

http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/un-dano-reparable-269506

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