martes, 18 de octubre de 2011

La globalización y la disolución del sistema totalitario cubano

Globalización

La globalización y la disolución del sistema totalitario cubano

La permanencia de la dictadura garantiza el crecimiento incontrolable de
las dos tendencias caóticas

Darsi Ferrer, La Habana | 18/10/2011

La fuerza de la globalización radica en una ola de acelerada innovación.
Nada queda sin ser sacudido: el autoritarismo, la partidocracia, el
Estado de bienestar, la propiedad estatal. Cambia todo en las
sociedades, haciéndolas más dinámicas, expandiéndolas e integrándolas al
mundo. Sus cabezas de playa, los medios de comunicación modernos, están
demostrando ser arrolladores. Sin embargo, tampoco están ajenos a la
influencia de la energía renovadora que representan. Constantemente se
transforman como dinámicos vehículos de la modernidad que llega a todas
partes.

Las primeras bajas que provocan son el aislamiento de los individuos, el
desmontaje del conservadurismo disfrazado de tradiciones, el anonimato
de las masas. De eso se encargan las ubicuas redes sociales,
configurando su segunda línea de avanzada. Se encargan de enlazar esas
incontables nuevas voces, ideas y opiniones en incontables contactos. La
Humanidad se reencuentra, vibrante de intercambios disímiles. Y surgen
nuevos vínculos, impensables hasta hace una década: negocios y
amistades, ideas y opiniones, polémicas y matrimonios, novedades e
información… Y también redes de pornografía infantil y de drogas,
estafas, y hasta nuevas categorías de delitos, como los ataques
informáticos lanzados por hacktivistas fanáticos en Estonia, 2007, o en
Japón en agosto de este año. Además, el ciberataque del virus Stuxnet en
2010 estuvo a punto de provocar un Chernobyl en las instalaciones
atómicas de Irán.

En resumen, bienestar y maldad, lo que acompaña al mundo en valores y
miserias desde siempre, más proyectado de una manera vertiginosa, no
detentado por una corporación internacional, y para nada guiado y
controlado exclusivamente por un gobierno.

En Cuba el pueblo está aislado por su gobierno al acceso pleno a
internet y a las redes sociales. Lamentablemente, los represores son tan
occidentales como la gran mayoría de los cubanos de la Isla que quiere
abrazar y disfrutar esa modernidad, traduciéndola en un muy necesario y
siempre postergado progreso. Pero eso es precisamente el opuesto del
proyecto nacional de la vieja guardia que rige los destinos del país.
Por ello el profundo pavor a perder el poder de tales ancianos
controladores los hace identificar claramente que las palancas que los
sacarán de su "parapetamiento" en la cima vienen a caballo con la
comunicación abierta de los cubanos con el mundo. No quieren cometer el
error de sus iguales en Túnez, Egipto, Libia… los que no identificaron
en internet y sus acompañantes el antídoto que los desplazaría.

Sin embargo, todos los intentos que llevan a cabo por regular, limitar y
aislar a la población cubana de la ola de renovación mundial es, por
definición, una contradicción insalvable. De repente, demasiado rápido
para sus cerebros represores, el planeta Tierra se ha vuelto pequeño
para mantener sociedades cerradas a su plenitud arrolladora. Intentar
impedirla provoca la suma de más daños y perjuicios a los ya acumulados
sobre el país en medio siglo de desgobierno. También retrasa las
posibilidades de desarrollo y aptitud competitiva de las generaciones
que van a regir los destinos futuros de la nación.

Es una situación forzada y contranatural. De esta dura contradicción, de
este choque entre modernidad y represión, emergen signos inquietantes y
desconocidos en la Isla, marcando la posibilidad de un destino
totalmente inesperado.

Podemos definirlos como dos fuerzas caóticas y opuestas que empiezan a
golpear una contra otra en la dura intentona por prevalecer. Esto
provoca una conmoción cada vez más ingobernable en la impuesta rigidez
que padece la sociedad en su conjunto. Nunca antes Cuba estuvo tan
arrastrada a un cambio radical, ajeno a las decisiones inobjetables del
grupo totalitario. Y tampoco nunca antes los gérmenes del Estado Fallido
fueron tan virulentos. Las autoridades también perciben el creciente
descontrol, pero la perversidad de un poder inicuo los empeña en buscar
soluciones, con la persistencia en aumentar el control de la sociedad,
no en dar cauce abierto y libre a las necesidades de cambios radicales
que se acumulan, sin encontrar salida.

Y precisamente con el pretendido reforzamiento del control de una
sociedad ya asfixiada por decenas de años con la misma rigidez de
método, sus malas decisiones comienzan a crear lo opuesto: el caos
anarquizante, empezando dentro de sus mismas filas y animado por las
inevitables conductas más desajustadas y díscolas que ha creado medio
siglo de imposición y anulación del derecho de los individuos y la
sociedad civil.

En el país predomina la sensación de pérdida de rumbo de la nación.
¿Hacia dónde vamos, con tantas necesidades perentorias que no son
siquiera escuchadas, con tanta gente desesperada por largarse a donde
sea, con una sociedad envejecida en miembros y hábitat, forzados a
seguir enfrascados en la inercia de una fatigosa y enfermiza lucha
ideológica sin sentido con el denominado enemigo?

La respuesta a esa inquietante premonición de marcha al desastre es la
pérdida del control. Es lo inevitable ante las ineficientes y lentas
medidas burocráticas que se vierten desde el aislamiento del poder. En
todos los estamentos sociales emerge rampante el robo, el desfalco, la
ávida apropiación indebida, la cínica filosofía de "sálvese quien
pueda", que anula poco a poco el sentido de nación y patria. Es la que
ahora mismo dinamiza las turbias testas del generalato y de los hombres
de confianza del régimen, haciéndoles meter mano a cuanto milloncejo
pase cerca.

Los recientes escándalos de estas prácticas, irrumpiendo a retazos en el
acontecer nacional, son sólo la espuma maloliente de lo que realmente
ocurre. La incontrolable marcha que provoca hacia el caos anarquizante
crea otras variantes destructivas, como el vandalismo y la desidia
criminal, que lo retroalimentan y hacen crecer. Como ocurre en China,
este fenómeno de despojo desmadrado no cejará por el procedimiento de
aumentar los castigos, incluso hasta llegar a retomar las ejecuciones,
soslayando el mal de origen que es el estado totalitario, el verdadero
gestor de la precipitada avalancha de saqueo.

No obstante, otras fuerzas de progreso también están emergiendo en el
perfil nacional. Como esperanzador opuesto, aparece en muchos individuos
otro caos, el creativo. Brota de las mejores tradiciones de la nación y
a pesar de su demonización oficial. Marca el rumbo en la mente y
propósitos de muchos cubanos de la Isla. Ellos quieren realmente rehacer
sus vidas de tanto desastre y progresar legalmente y no continuar
existiendo al pobre nivel de subsistencia que impone el totalitarismo
antillano. Enriquecerse, la palabra prohibida, es su lema a sotto voce.
Estos individuos, junto a las demandas del Estado de Derecho y
democracia defendidas por los más genuinos representantes de la
oposición al régimen, constituyen la mejor oportunidad para el país. Y
por todos ellos se descubre que está latente, invicto en su
idiosincrasia, el individuo moral, que quiere una sociedad democrática
para todos, y también el oportuno negociante y avispado empresario.

Estas personas pretenden hacer algo sólido para su existencia, su
familia, para el país. Sus esperanzas, tantas veces derrotadas con
decretos leyes, ukases y prohibiciones, castigadas una y otra vez con
multas, decomisos, persecuciones, abusos físicos y cárcel, renacen de
nuevo. Más no por las tímidas medidas y confusas anuencias del Gobierno,
que más bien constituyen obstaculizaciones o distorsiones de las
verdaderas ansiedades populares, sino por el universo que les van
abriendo a todas las posibilidades que defienden esos amagos de la
globalización que van penetrando y quebrando el gastado tutelaje del
castrismo.

La permanencia de la dictadura garantiza el crecimiento incontrolable de
las dos tendencias caóticas. Y el conflicto entre ambas, de una
naturaleza opuesta entre libertad y anarquía, entre progreso y desastre
haitiano, es una terrible certeza. Y la preponderancia de una de ellas,
con elementos en lucha por prevalecer, victimario y víctima mezclados en
batalla campal dentro de cada cubano, determinará el destino próximo de
la Isla y su capacidad para incorporarse como un miembro vigoroso, o
maltrecho; como un país con posibilidades o lastrada como una nación
fallida, a la marcha imparable e integradora de modernización mundial.

Y el resultado de este conflicto depende en gran medida de la capacidad
y responsabilidad de la propia sociedad cubana, dentro y fuera de la
Isla, y de su deseo de salvarse como nación.

http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/la-globalizacion-y-la-disolucion-del-sistema-totalitario-cubano-269513

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